Apátridas carnavalescos
Somos muchos los que, por circunstancias de la vida, nos hallamos fuera del circuito del carnaval. No por gusto, sino porque sus lugares emblemáticos se presentan lejanos a nuestro radio de acción, quedando de alguna manera desnivelados con respecto al resto del mundo. Tenemos una fiesta menos y, consecuentemente, una carencia más.
Somos muchos los que, por circunstancias de la vida y por el devenir de cada uno, nos hallamos fuera del circuito del carnaval. No por gusto, eso está claro, sino porque sus lugares emblemáticos se presentan lejanos a nuestro radio de acción, quedando de alguna manera desnivelados con respecto al resto del mundo. Tenemos una fiesta menos y, consecuentemente, una carencia más.
Pero en temas carnales ("carne fuera" sería la raíz etimológica de la palabra), el cine nos ofrece una cumplida alternativa, entregándonos, a quienes somos apátridas de esta celebración, una opción que suple en parte la ignorancia que tenemos de estos menesteres. Todos aquellos para quienes la Navidad se une con la Cuaresma sin celebraciones que irrumpan en el tiempo ordinario, encontrarán en este artículo un reconfortante placebo.
Permítanme que para ello traiga a colación un emblemático título de Edgar Neville, llamado elocuentemente Domingo de carnaval (1954), y que resulta acertado para esta ocasión. Escrita y dirigida por Neville, la película nos narra la jornada carnavalesca vista desde una castiza corrala madrileña. La mañana de carnaval comienza temprano. El sereno termina su ronda, los repartidores de periódicos comienzan la suya, y la ciudad se prepara para ir al Rastro primero, y a la celebración después. Todo parece augurar un día de jolgorio y diversión, hasta que es hallado el cadáver de doña Reme, prestamista conocida en el barrio por su avaricia y mezquindad.
Como es festivo, y además por partida doble, el agente al mando será Matías (Fernando Fernán-Gómez), un bisoño investigador con ínfulas de personaje de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, que debe conformarse con llegar a detective cumplido. Pero sus ansias por resolver el crimen van más allá. Agazapado en la vivienda de doña Reme, por su salón verá pasar a Nemesio (Joaquín Roa), un vendedor al que la mujer había fiado dinero y que horas antes había amenazado con asesinarla. Guiado por ese espíritu de parsimonia enunciado por Ockham, en el que lo más simple es lo acertado, Matías resolverá detener a Nemesio como máximo sospechoso. Será entonces cuando Nieves (Conchita Montes), hija del detenido, intente esclarecer el crimen para liberar a su padre y descubrir la verdadera suerte que corrió doña Reme.
Con un planteamiento sencillo, nada ambicioso ni rimbombante, Domingo de carnaval es una manera seductora de empaparse del espíritu carnavalesco. Con calles repletas de jarana y disfraces por doquier, los espacios que Neville retrata parecen mezclar tradiciones distintas, y aun opuestas. Por un lado, aquellos perfiles de Madrid que tanto popularizó Goya, con su verbena de San Isidro como absoluta inspiración; por otro, la comedia de Hollywood, ese cine que conoció de cerca Neville, con figuras como Charles Chaplin, Oliver Hardy y Stan Laurel. Aunque también remite al neorrealismo incipiente, a ese retrato amargo de una sociedad depauperada que sobrevive a una realidad llena de miseria.
Sus chispeantes diálogos de humor con toque Lubitsch (muy del gusto del director y, además, bien traído en un género indefinible como el de Domingo de carnaval) y su mezcla desigual entre thriller y sainete, dan a esta comedia un aire de cierta indeterminación, siendo sin embargo coherente y perfectamente encuadrada dentro de los "inclasificables" de Neville, tan misceláneos y tan dispares. Con todo, y aun aceptando que Domingo de carnaval no es su mejor película, tiene el mérito de aunar suspense y risa, desventura y felicidad, todo en un Madrid de tejas rotas, de calles atestadas y de disfraces decimonónicos.
Me consta que, en este ambiente, el sambódromo es un ente tan remoto como improbable; también que los bailes venecianos quedan tan alejados de Neville como los desfiles tinerfeños o las agrupaciones gaditanas. El séptimo arte rara vez supera a la vida. Pese a todo, para quienes no tenemos patria carnavalesca, el cine siempre será un buen lugar para crear nuestra propia realidad. Incluido también, por qué no, el carnaval.