Selectividad, esa temida prueba
Acaba de pasar la selectividad. Nervios, presión, angustia, noches sin dormir, cansancio, estrés... Cualquiera que haya acompañado estos días a sus alumnos de bachillerato habrá podido escuchar cómo se quejan por tener que pasar esta asfixiante prueba. No les parece justa. No mide sus capacidades, sino su resistencia.
Acaba de pasar la selectividad. Nervios, presión, angustia, noches sin dormir, cansancio, estrés... Los mismos sentimientos desde hace tantos años.
Cualquiera que haya acompañado estos días a sus alumnos de bachillerato habrá podido escuchar cómo se quejan por tener que pasar esta asfixiante prueba. No les parece justa. No mide sus capacidades, sino su resistencia. Y tienen razón. Nosotros ya lo pensábamos. ¿A quién le gusta tener que jugarse en tres días lo que lleva tanto tiempo preparando? Nada ha cambiado. Es más, seguramente irá a peor.
Parece que hay interesados en tener un país de iletrados, mano de obra antes que intelectuales. ¿Qué está pasando? ¿Qué idea de evolución y desarrollo tenemos aquí, cuando no hacen más que dificultar el estudio, el pensamiento y la innovación? En este baile de partidos políticos y líderes en pugna por alcanzar el poder, ¿encontraremos algún interesado en mejorar realmente la educación?
Hagamos un ejercicio de empatía y pongámonos en la piel de los estudiantes. Que levante la mano el que estaría dispuesto ahora a jugarse su puesto de trabajo en tres días, pasando hasta cuatro pruebas la misma jornada. Nos afectaría también el factor suerte, por supuesto; ese tan injusto que hace que nuestro compañero de pupitre saque mejor nota porque, en un golpe de intuición, acaba de repasar la lección que nos han pedido. No olvidemos que, finalmente, nuestros actos estarían supervisados y evaluados por gente que no nos conoce. Como única referencia, un código de barras.
De nuevo las distopías más recalcitrantes con el sistema me vienen a la cabeza.
¡Hay tanto por cambiar en este ajado sistema educativo! Si miramos con detenimiento, tendremos que reconocer que la selectividad no afecta solo al último curso de bachillerato. Pensamos en ella desde mucho antes, por eso nos da tanto miedo probar métodos alternativos de evaluación. Sabemos que, al final, un examen tradicional, el de toda la vida, decidirá quién pasa y quién se queda fuera. Y los docentes, temerosos de no cumplir, caemos en el círculo vicioso de la prueba escrita y obviamos otros aspectos también importantes. Por eso deberíamos empezar a modificar la realidad.
Todos nos hemos encontrado alguna vez con gente, respaldada por un título, que no cumple con el perfil personal que debiera para el trabajo que desarrolla. Quizá si las pruebas de acceso (a la universidad o a empresas) fueran de otra manera, esta situación cambiaría. ¡Cuántos habrá que han estudiado solo lo que la nota de corte les ha permitido, sin tener en cuenta la vocación! ¡Cuánto supone esto, a fin de cuentas, para el buen funcionamiento del sistema!
En el horizonte más próximo no se prevé ningún cambio en positivo. La LOMCE va ganando terreno alejando cualquier posibilidad de mejora. Al menos, si nuestros políticos se pusieran de acuerdo en algo y decidieran sacar a la educación de sus propuestas de campaña... Si pudiéramos alcanzar un pacto educativo forjado por expertos... ¡Qué pena tener que vivir en oraciones condicionales!
Tal vez la solución esté esperando escondida en páginas mágicas aún no escritas del mundo de la ficción. Tal vez debamos construir una isla nueva en la que todo sea posible y así volverlo a intentar. ¿Algún interesado?