Playa con césped y un puente del siglo XVI con estilo románico: este es el idílico pueblo que obsesiona a los madrileños
A apenas 100 kilómetros de la capital, reúne naturaleza, cultura y gastronomía
Es un destino que da para todos los gustos. El cultural, sin duda, el de naturaleza, también. Pero, para muchos madrileños son más bien excusas porque lo que quieren es buena comida y playa a 100 kilómetros escasos de la capital. ¿Cuál es el destino? El pueblo de Navaluenga, situado en la provincia de Ávila, en la comunidad de Castilla y León. Tiene sólo unos 2.200 habitantes y una superficie de 74 kilómetros cuadrados, pero en la que hay de todo.
Empezando por la naturaleza, el río Alberche es el principal responsable de ella. Tiene numerosas zonas de cascadas, arroyos rápidos y piscinas naturales, con rincones rodeados de una exuberante belleza verde. Desde preciosos sauces a los viñedos, higueras y olivares que se encuentran en el valle. Y, un poco más allá, robles y castaños, ya en la zona más montañosa.
Para los amantes de las aves, es una zona en la que se ven desde algún buitre leonado, a buitres negros, águilas reales, junto a otras especies más pequeñas. Dentro del propio municipio se encuentra la Reserva Natural de Iruelas, que tiene unas 1.400 hectáreas, donde también hay, otra cosa es lograr verlos, gatos monteses, jinetas o jabalíes.
Esta zona ha estado habitadas desde la época prerromana. Y la cantidad de monumentos culturales que conserva es llamativa. De la Necrópolis del Cerrillo de San Marcos, del siglo VII, que muestra cómo era la estructura de las viviendas en la época visigoda, a diversas ermitas e iglesias, como la de Nuestra Señora de los Villares, construida inicialmente como ermita en los siglos XIII al XIV a un maravilloso puente, que data del siglo XVI. Cuentan los lugareños que fue construido con las aportaciones realizadas por los pueblos que formaron parte del Concejo de Burgohondo, para facilitar el paso de ganado entre las dos orillas precisamente del río Alberche.
Y, para no dejarles con la miel en los labios, hay que mencionar su gastronomía. Del chuletón de Ávila a las ricas patatas revolconas, pero también tiene estupendos pinchos y raciones basados en los ingredientes de la zona. Lo cierto es que cerca de las piscinas naturales hay muy buenos restaurantes. A pesar de ser un pueblo con poca población, está bastante volcado en sus visitantes. Si hubiera que destacar su fuerte, seguramente serían las carnes, pero tampoco deben perderse la sopa castellana y, ya de paso, las yemas de Santa Teresa. Un dulce obligado una vez que se entra en esta provincia.