El fracaso del éxito
Había una vez un hombre que creyó hacerse a sí mismo y ser alguien con éxito, como si el objetivo de la vida fuese el fruto en el árbol del sueño americano. Pensó que el éxito era el fin del juego y que le aseguraría la salida hacia una vida libre e independiente.
Había una vez un hombre que creyó hacerse a sí mismo y ser alguien con éxito, como si el objetivo de su vida fuese el fruto en el árbol del sueño americano. Ese hombre creía que todo era posible porque posibles siempre eran sus sueños y su juego. Nunca se preguntó, ¿para qué?
Un buen día, ya no recordaba si por su propia voluntad o más bien por invitación, se colocó en un tablero de juego en el que dos esquinas diametralmente opuestas enfrentan al éxito y al fracaso.
Este buen hombre pensó que el éxito, del latín "salida", era el único objetivo del juego y que éste le aseguraría la salida hacia una vida libre e independiente. El éxito sería así el final de una carrera contra reloj pero hasta alcanzarlo le tocaría vivir sin poder tomar otra dirección, siendo el estrés y la tensión sus compañeros de camino.
Todo parecía coherente, su objetivo en este juego era alcanzar la esquina del éxito y evitar la del fracaso mientras jugaba. Trabajó duro y, para su sorpresa, a veces el éxito parecía estar cerca. Nunca cuestionó las reglas del juego, ni sus principios o valores. Nunca, en definitiva, cuestionó lo que significaba el éxito como tampoco el fracaso.
Para ser justos, aquel hombre sí tenía valores y también tenía valor y coraje. Le echaba mucho valor a su principal valor: la consecución del éxito.
Valoraba ganar, conseguir, tener y seguir corriendo para llegar pronto al éxito. También pensaba que todo esto lo hacía por su familia, por sus socios, por sus clientes y hasta llegó a creer que lo hacía por una sociedad mejor.
La realidad es que no podía parar, ya que dejar de pedalear significaba que la bicicleta se caería.
Creyó tener muy claro que el éxito le daría libertad e independencia pero la realidad era otra. Se trataba de una carrera hacia delante en la que cuanto mayores eran los logros, mayor se hacía la distancia hasta la meta. Y mayores se hacían también las deudas y servidumbres.
Y, ¿qué tenía en realidad? Un día, habiendo cruzado más de la mitad de su vida profesional, decidió enumerar sus activos resultando el inventario poco más que:
Una empresa dependiente de unos pocos clientes, una o varias casas compradas por los bancos, varios coches de una financiera, un estilo de vida sofisticado, viajes financiados por VISA y American Express, un plan de pensiones que cada vez tenía menos valor y contribuciones a una Seguridad Social posiblemente concursada. En resumen, una ilusión de vida que pertenecía casi en su totalidad a otros.
Él siempre pensó que el día en que narrase esta historia haría una proclamación desde una esquina concreta del tablero, la del éxito. Pero no, hoy está fuera del tablero observando con dolor, y con una taza de té abrazada entre sus manos, el fracaso del éxito.
Es ahora cuando descubre, algo tarde pero nunca demasiado tarde, que el éxito sólo era apariencia de éxito, falazmente independiente y sólo sustentado en dinero e influencia.
Éxito que debería implicar salida pero que en realidad no la tiene; una carrera en círculos, como la rueda en la que corre un hámster.
El fracaso del éxito, aparente contradicción de términos para quien juega aún en el tablero, es la descripción de lo que le ocurrió a ese hombre y, por cierto, a mí también.