¿Por qué se besa la gente?
¿Pero por qué narices nos besamos? ¿Por qué el intercambio de saliva, el olor de los recovecos interiores de la boca de otra persona o incluso los restos de lo último que ha comido o bebido se han convertido en el pasaporte al deseo, a la pasión, al cariño y al amor romántico?
Nunca me han gustado los besos. Ya está, ya lo he dicho. En mi opinión, como cantaba Louis Armstrong, a kiss is just a kiss, es decir, que un beso es solo un beso. Pronunciarlo en voz alta ya es un sacrilegio. Especialmente para mis amigas más íntimas, desde el instituto hasta el presente. Todas las mujeres con las que he hablado del tema adoran los besos eróticos intensa, apasionada y rotundamente; ya sea por separado o como preludio del sexo.
Pero yo no veo dónde está la gracia.
A la gente le gusta decir que los besos son más íntimos que el sexo. El cliché de la prostituta que nunca besa en la boca se ha convertido en un recurso cinematográfico. ¿Os acordáis de Pretty Woman? Pues yo no me lo creo. Bueno, probablemente sí que me lo crea, pero no lo entiendo. Y como no tiendo a atribuirle ninguna trascendencia ni profundidad a los besos, suelo darle picos a la gente en situaciones sociales. A mis amigas, a mis familiares, a conocidos con los que me encuentro por la calle, a algunos de los padres del colegio. Y nadie parece echarse atrás. Mis besos son el equivalente al pellizco en el moflete de una tía abuela.
A mi pobre marido sí que le gusta el besuqueo. Él le encuentra el sentido, no como yo. Cuando nos conocimos, nos besábamos un montón. Nos besábamos durante horas, como suele pasar durante los primeros años de pasión cargados de hormonas. Después de los más de 20 años que llevamos juntos, mi marido ha llegado a un punto en el que, si yo inicio un beso erótico en la boca, él recula ojiplático.
"¿Estás segura?", balbucea.
"Sí". Respiro hondo y reanudo el beso.
Pero para mí el beso es un mero ensayo del espectáculo principal.
Respecto a esto, puede que me parezca más a un tío genérico y estereotípico. En 2013, Rafael Wlodarski y Robin Dunbar lideraron un estudio de la Universidad de Oxford que parece corroborar este estereotipo. La mayoría de las mujeres consideraban que un buen beso era el precursor de una buena relación y rechazaban a una posible pareja si no daba la talla. Los hombres no consideraban que la calidad de los besos fuera algo de vital importancia para elegir pareja. Para ellos, los besos son "medios para conseguir un fin", una manera de preparar a las mujeres para el sexo.
Curiosamente, las mujeres le daban más valor a los besos al principio de la relación y si estaban ovulando. Las mujeres daban más importancia a los besos en cuanto a la excitación sexual y la estabilidad de la pareja que los hombres, tanto en relaciones largas como cortas. Según un estudio realizado en la Universidad de Albany en 2007 dirigido por el psicólogo evolutivo Gordon Gallup, únicamente el 14% de las mujeres se planteaban practicar sexo con alguien antes de haberse dado un prolongado primer beso. Pero el 50% de los hombres lo harían.
¿Pero por qué narices nos besamos? ¿Por qué el intercambio de saliva, el olor de los recovecos interiores de la boca de otra persona o incluso los restos de lo último que ha comido o bebido se han convertido en el pasaporte al deseo, a la pasión, al cariño y al amor romántico? El beso romántico está presente en el 46% de las culturas humanas, al igual que en los chimpancés y los bonobos, así que debe de conllevar algún tipo de ventaja evolutiva, ¿no?
Existe una teoría según la cual el beso ha evolucionado para ser algo más que un ritual de cortejo y servir de intercambio de información sexual relevante. Hay marcadores genéticos y hormonales codificados en las secreciones de la boca que pueden darle pistas a una posible pareja sobre si es buena idea procrear. Literalmente, dejamos a la otra persona entrar, le damos el permiso para introducir su lengua en nuestra boca y, así, demostramos confianza, vulnerabilidad e incluso nos arriesgamos a que nos contagie alguna enfermedad.
Según una investigación realizada por Helen Fisher en Rutger's University en 2009, la saliva masculina contiene testosterona, que se asocia con la excitación sexual en ambos géneros, además de dopamina, serotonina (las "hormonas del bienestar") y oxitocina (la "hormona del amor"). De esta forma, el macho baña a la hembra de sustancias químicas que harán que haya más probabilidades de inducirla a tener relaciones sexuales.
Otra teoría plantea que el beso es la primera barrera, "la primera base", para superar nuestra sensación innata de asco. Prepara a la pareja para ignorar los fluidos corporales que están por venir: el olor, el sudor, el semen y los flujos que conllevan las relaciones sexuales. De esta manera, los besos pueden crear sentimientos duraderos de apoyo, conexión y cariño, atributos clave para que una pareja se mantenga unida a largo plazo y tenga hijos.
¿Entonces, qué pasa conmigo? A lo mejor ya estoy cubierta de esas maravillosas sustancias químicas. Seguro que mi marido no estaría de acuerdo en esto cuando le echo la bronca por dejar los calcetines malolientes fuera de la lavadora o cuando me quejo porque me pincha con la barba. A lo mejor soy como un hombre de manual. O quizá un beso sea solo un beso. O puede que tenga que darle a los besos una segunda oportunidad.
Estoy de acuerdo en que un beso es una acción en la que ambos miembros de la pareja pueden actuar desde una posición de igualdad sexual en la que el baile entre la piel, los olores y los sonidos esté perfectamente equilibrado. Pero hay algo que sí sé: cuando beso a mi marido, no cierro los ojos. Los tengo abiertos y le miro fijamente hasta que acabo convencida de que puedo ver a través de su alma. Él siempre los suele cerrar, como la mayoría de la gente.
Sus ojos azules fueron lo que me enamoró el día que le conocí. Y en ellos veo una combinación de nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Pero ya hablaremos de ese tema en otro momento.
Este post fue publicado originalmente en la edición australiana de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.