NO al terror; NO al odio
Actuar con energía contra todas las formas de antisemitismo e islamofobia debe erigirse de nuevo en un principio rector de la identidad europea y de la restauración de la política en la UE. Resulta singularmente arduo recordar este imperativo bajo el impacto del monstruoso ataque terrorista perpetrado este siete de enero contra el semanario satírico Charlie Hebdo.
La vuelta al trabajo en el Parlamento Europeo, después de tomar la curva del fin de año, arranca marcado una vez más por el auge de actitudes y de gestos antieuropeos en la UE.
Ya sé que cuando se subraya este reto muchos apuntan instintivamente a Hungría, o Bulgaria, por señalar ejemplos de discursos y políticas discutidos por su compatibilidad con los valores europeos. Pero no sólo en los Estados de aún reciente adhesión florecen las agresiones y retrocesos contra los valores fundantes de la UE. La pretensión del Gobierno del PP de desconstitucionalizar, inconstitucionalmente, las escuchas telefónicas sin autorización judicial, o las nada veladas injerencias de Merkel y la derecha alemana contra lo que han de decidir las urnas convocadas en Grecia, amenazando con expulsarla del euro si Syriza persevera en su compromiso electoral de reestructurar su deuda, por no hablar del referéndum acerca de la opción Brexit (salida del Reino Unido de la UE), aventado por el conservador Cameron si los electores le dan nueva mayoría en 2015, describen con crudeza el auge de las prácticas antieuropeas en países veteranos en la UE, a los que habitualmente no se examina y suspende acerca de su europeísmo.
Si un fenómeno suscita preocupación, es el aumento de las actitudes xenófobas, que explotan la desconfianza en el otro. Ancladas en viejos recelos, basculan hacia el prejuicio contra la diversidad, la estigmatización del diferente o el racismo a cara descubierta. Caldo de cultivo de retóricas fascistizantes y puestas en escena cada vez más concomitantes con lo que se padeció en Europa en el primer tercio del siglo XX.
Jobbik en Hungría, Aurora Dorada en Grecia, Attak en Bulgaria, Vlaams en Holanda, Auténticos Finlandeses en Finlandia, Nuevos Demócratas en Suecia, UKIP en Reino Unido, Frente Nacional en Francia, y ahora Pegida en Alemania, compiten en un populismo ramplón y simplificador en su afán de aprovechar el malestar generado por la exasperación de las desigualdades, el deterioro de los servicios públicos, el empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras... y la correlativa extensión de un resentimiento atávico contra la inmigración. Su hilo conductor más testado, por su peligroso voltaje y su directo impacto contra la integración de la diversidad en la UE, sigue radicado en el miedo a la "islamización de Europa".
Actuar con energía contra todas las formas de antisemitismo e islamofobia -en su versión más arraigada, el antisemitismo clásico concentra su discurso del odio contra los judíos; en su versión más extensa, lo extiende en simétrico prejuicio contra los árabes y contra el islam en general- debe erigirse de nuevo en un principio rector de la identidad europea y de la restauración de la política en la UE.
Resulta singularmente arduo recordar este imperativo bajo el impacto del monstruoso ataque terrorista perpetrado este siete de enero contra el semanario satírico Charlie Hebdo en pleno centro de París, con un balance de víctimas mortales que ya supera la docena.
La defensa de los valores democráticos y las libertades fundamentales debe sostenerse con firmeza, en todos los frentes, cualesquiera que sean los enemigos a los que urja confrontar. La dignidad de la persona, su integridad física y moral, la igual libertad y la no discriminación, deben hacerse valer desde los poderes públicos en los Estados constitucionales de Derecho integrados en la UE (sus 28 EE.MM) y desde la propia UE y sus instituciones. Y deben hacerse valer sin ninguna transigencia a la "guettizacion" de las comunidades locales ni a ningún apartheid basado en identidades religiosas excluyentes o sectarias (las "identidades asesinas" de las que escribió Amin Malouf).
Quiere con esto afirmarse que ningún esfuerzo de integración de los musulmanes en la UE puede condescender en nada que pueda afectar al imperio de la ley, legitimada en democracia, que vincula a todas las personas independientemente de su credo religioso. Un crimen es un crimen cualquiera que pueda ser la pseudomotivación religiosa alegada: así, la violencia de género o la discriminación contra las mujeres (en el trabajo, en la escuela, en el hogar y en la vida familiar, en la vida cotidiana...) deben ser rigurosamente perseguidas tanto si las perpetra un católico de comunión diaria como si lo hace un devoto musulmán.
Pero con la misma fuerza de convicción habrá que recordar que la acción implacable de las fuerzas y cuerpos de seguridad y la justicia en los Estados Miembros contra actos de barbarie terrorista tan crueles, abyectos y execrables como los de esta semana en París, no pueden ser utilizados en su propio provecho por los discursos del odio, sea contra el islam, sea contra cualquier diferencia. Ni pueden servir tampoco de telón de fondo a las expectativas de crecimiento electoral de la extrema derecha o formaciones islamófobas. La UE no debe consentir que el populismo reaccionario surfee la ola del miedo ni de la indignación que pueda suscitar la indecible brutalidad de estos hechos.
La sociedad española gestionó ejemplarmente, durante décadas de sufrimiento e incuantificable dolor de millares de víctimas, la lucha contra el terrorismo alegadamente "independentista" de ETA sin estigmatizar con brocha gorda las identidades nacionales ni particularmente el nacionalismo vasco. Lo mismo cabe decir de la edificante reacción colectiva tras el espanto de los atentados de Atocha el 11 de marzo de 2004. El Estado de Derecho debe actuar contra el terror, contra la intolerancia, contra cualesquiera formas de retórica y política de explotación del odio al otro. No contra el islam, sino contra el delito y contra la desintegración de los valores inclusivos que dieron médula espinal a la construcción europea.