Hubo, también, holocausto romaní
Ha habido avances en los últimos a años, pero este es un largo camino y los principales retos siguen planteados. Es lamentable que en 2015 muchos romaníes sigan viviendo en condiciones que son simplemente inaceptables. Todavía se enfrentan a una profunda pobreza y la marginación social. Muchos carecen de acceso básico a la vivienda y a la asistencia sanitaria. La tasa de desempleo está por encima de la media de la UE, y los niños romaníes tienen menos probabilidades de terminar la escuela.
La semana pasada, el pleno del Parlamento Europeo celebró un debate sobre la situación de los gitanos en Europa al hilo de la conmemoración del Día Internacional del Pueblo Gitano. Se trata de un asunto que va directo al corazón de los valores europeos. De lo que somos y lo que representamos. Y una buena ocasión para reflexionar sobre la situación que vive hoy la mayor minoría étnica de Europa -más de 10 millones de personas- y sobre los progresos realizados y los retos futuros.
No sólo es un debate oportuno, sino también necesario. Porque la mejora de la situación de las comunidades romaníes es una medida de nuestra capacidad para promover la integración y combatir la exclusión social en todas partes.
Por nada del mundo hubiera dejado de pedir la palabra en ese debate. Porque rinde tributo a las víctimas del holocausto contra los gitanos en la Segunda Guerra Mundial ―que también lo hubo―.
También lo hice orgulloso porque el Grupo Socialista, al que pertenezco, tuvo entre sus filas al primer diputado gitano del Parlamento Europeo, Juan de Dios Ramírez Heredia. Y cuenta ahora con dos distinguidos y honorables miembros: Soraya Post, incansable defensora de los derechos de su pueblo y de las mujeres de todas partes, y Damian Drăghici, por cierto un excelente músico, además de un político comprometido con el proyecto europeo.
También estoy orgulloso de que el Grupo Socialista mantenga un compromiso indeleble contra la discriminación, por la igualdad de derechos y oportunidades, y contra la estigmatización de ninguna población, aunque sea una minoría, en la sociedad europea.
Pedí que el Parlamento Europeo, legítimo representante de los ciudadanos de la UE, pueda supervisar las llamadas estrategias nacionales contra la discriminación contra el pueblo gitano. Incluido un país como el nuestro, España, que blasona de una experiencia de éxito de integración de la comunidad gitana y que, sin embargo, todavía en lengua castellana hace pervivir los estereotipos contra los gitanos en un conjunto de decires y hasta de chistes discriminatorios. Debemos erradicar ese lenguaje racista y estigmatizante.
Este marco invita a los Estados miembros a presentar estrategias para promover la integración de los gitanos en cuatro áreas clave: educación, empleo, salud y vivienda. Y hace poco más de un año, el 9 de diciembre de 2013, el Consejo ha dado un nuevo impulso con la adopción de una recomendación sobre medidas eficaces para la integración de los gitanos.
Ha habido avances en los últimos a años, pero este es un largo camino y los principales retos siguen planteados. Es lamentable que en 2015 muchos romaníes sigan viviendo en condiciones que son simplemente inaceptables. Todavía se enfrentan a una profunda pobreza y la marginación social. Muchos carecen de acceso básico a la vivienda y a la asistencia sanitaria. La tasa de desempleo está por encima de la media de la UE, y los niños romaníes tienen menos probabilidades de terminar la escuela. De acuerdo con la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE, hasta el 54% de los romaníes todavía sufren discriminación en la búsqueda de empleo. Con demasiada frecuencia, los romaníes son víctimas de los prejuicios, la intolerancia y la exclusión social.
Debemos ser extremadamente exigentes contra la estigmatización y sobre todo contra el discurso del odio. Resulta deplorable que esto tenga lugar en las redes sociales, pero todavía lo es más que suceda en el mismo Parlamento Europeo minado de manifestaciones deleznables de esta estigmatización negativa de los gitanos, cargadas de odios, por parte de representantes de la extrema derecha, que avergüenzan a la institución en la que ocupan sus escaños.
Hay que combatir los prejuicios desde la base y para ello hay que sensibilizar a la opinión pública europea acerca de los gitanos. Porque la intolerancia es el resultado de la ignorancia y del miedo. Hay que hacer cuanto sea necesario para mejorar la comprensión de las comunidades gitanas no sólo de los problemas que les afectan sino sobre su rica y potente historia y cultura. Una cultura que no puede separarse de la propia cultura europea sino que es inherente a ella misma.
No se conoce lo bastante un hecho histórico incontestable: el genocidio al que el pueblo gitano fue sometido barbáricamente durante la Segunda Guerra Mundial. El 2 de agosto 1944 los nazis asesinaros a casi 3.000 personas de edad avanzada, mujeres y niños -los restantes sinti y romaníes del llamada Zigeunerlager en el campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau- fueron asesinados en las cámaras de gas. Ese es acaso el más conocido episodio de exterminio. Pero no fue, ni mucho menos, el único.
Este aprendizaje debe canalizarse a través de la educación desde la escuela a la Universidad y fomentarse a través de los medios de comunicación, verdaderos generadores de marcos interpretativos en nuestras sociedades contemporáneas.
Resucitar y honrar esa memoria es una de las mejores formas de contribuir a la cohesión social, al reconocimiento y a la integración del pueblo gitano en el seno de la Unión. Europa tiene una deuda moral terrible con el pueblo gitano. Es hora de compensarla.