Esas campanas en Chipre están sonando por nosotros
El episodio Chipre marca un nuevo punto álgido en la gestión de la crisis que se está ensañando con la UE, marcada por esa forma de injusticia grosera y arbitraria que imponen los dobles raseros y las dobles varas de medir.
El episodio Chipre marca un nuevo punto álgido en la gestión de la crisis que se está ensañando con la UE, marcada por esa forma de injusticia grosera y arbitraria que imponen los dobles raseros y las dobles varas de medir.
De su enorme afluencia de comentarios y críticas cabe espigar dos enfoques. De un lado se sitúan quienes creen que los errores perpetrados por el Eurogrupo y por su presidente, Jeroen Dijsselbloem ponen de manifiesto un insoportable cóctel de incompetencia, imprudencia e imprevisión de los efectos de sus decisiones erráticas y de sus zigzagueantes declaraciones. En consecuencia se le exige su dimisión o que sea fulminantemente sustituido. De otro lado se sitúan los que ven al Eurogrupo subordinado al interés preponderante de una Alemania cada vez más implacable, siendo Dijsselbloem un peón instrumental al servicio de Merkel. El presidente del Eurogrupo sería así un mero ejecutor de su calculada estrategia de ajuste de cuentas al modelo social europeo, trituración sistemática de la solidaridad y la cohesión europea, y de imposición despectiva de correctivos a los países del sur. La UE se adentra así en su espiral darwinista de liquidación de vínculos cívicos y afectivos entre los pueblos de Europa, en la que, por descontado, sobrevivirán solo los fuertes, que son los países que mantienen la sartén por el mango.
El discurso oficial en España ha transitado desde el "no somos Grecia" al "no somos Portugal", porque "no éramos Irlanda" y ahora "tampoco somos Chipre". Pero lo cierto es que la prima de riesgo vuelve a recrudecer el diferencial de financiación de las empresas españolas respecto de las alemanas, en una nueva distorsión de ese mercado interior y de esas reglas de la competencia con la que retóricamente se llenan la boca los exégetas de la disparatada política de la austeridad recesiva que tanta perplejidad y rechazo provoca entre quienes advierten desde hace largos años que conducirá a la UE a la fractura o el suicidio.
Hay un aspecto lamentable, aunque no siempre reseñado, que apunta a la injusticia del doble rasero de la UE. Se afea a Chipre, y con motivo, la hipertrofia de su sector financiero (sus depósitos bancarios multiplicaban por 7 su PIB). Pero se prescinde de explicar por qué en la isla mediterránea resulta inadmisible e inmoral que se practiquen técnicas de atracción de capitales que apenas pálidamente, remedan las que exhibe Luxemburgo, cuyo sector bancario multiplica por 20 el PIB del pequeño Gran Ducado. Análogamente, se nos vende como normal o inevitable que los mercados encarezcan nuestra prima de riesgo a la menor turbulencia dentro de la zona euro. Pero se nos hurta toda explicación de por qué Bélgica, con una deuda que asciende al 130% del PIB y un sector público estatal caracterizado por una burocracia elefantiásica e ineficiente (duplicada en cada una de sus regiones federadas), o Italia, sin ir más lejos, cuya deuda supera el 125 de su PIB, -y cuya incapacidad para generar gobiernos estables que infundan confianza a los mercados compite con la de Bélgica- no reciben ni remotamente el castigo ni los correctivos que la troika reserva para los torpes de la clase.
Tan negativo diferencial español impacta también sobre nuestro deteriorado sistema político institucional y nuestra declinante calidad democrática. Allí donde otros Estados de la UE someten cada decisión a un riguroso ejercicio de escrutinio parlamentario (cada derrama o préstamo a través de la troika debe ser exhaustivamente discutido y aprobado en el Bundestag alemán), en España, 16 meses de Gobierno del PP se saldan con 60 Decretos Leyes a puro golpe de rodillo de mayoría absoluta, en medio de un clamoroso colapso del control parlamentario.
La ausencia y los prolongados silencios del presidente del Gobierno, -Mariano Rajoy, prófugo frente al mayúsculo caso de corrupción que lleva el nombre de quien fue tesorero del PP durante más de 20 años- pretenden ser compensadas con las afanosas presencias de sus ministros y ministras en todos los formatos de las televisiones controladas directa o indirectamente por el largo brazo del PP. Especialmente repulsiva resulta la práctica de los ministros y ministras declarando en sus despachos oficiales a un solo micrófono convocado -el de TVE1-, solícitamente dispuesto para la ocasión por la dirección de informativos de la corporación. Es ésta una inaceptable servidumbre que fue simplemente erradicada durante los años en que el Gobierno socialista de Zapatero renunció a toda injerencia en los contenidos de TVE, y renunció a publicitarse, por tanto, en monólogos propagandísticos de ministro/a en prime time del telediario. Ahora estamos de nuevo, por enésima vez, con la marca del PP, ante una TVE recuperada para el gubernamentalismo, el confesionalismo y el sectarismo partidista más desacomplejado.
Seguimos sumando evidencias de que cuando hablamos de retrocesos en la democracia en la UE a rebufo de la crisis no estamos hablando solamente de Hungría, de Rumania o de Bulgaria. Tampoco aquí es admisible la indiferencia indolente ante la injusticia en bruto que imponen los dobles raseros.
Parafraseando a John Donne, esas campanas en Chipre resuenan en toda la UE, y están doblando por nosotros.