Rajoy es malo malísimo y yo soy bueno buenísimo
Las redes sociales enseñan a los niños y las niñas que hay malos malísimos y buenos buenísimos. A un lado, los malos mercados y los malos diputados y los malos banqueros y los malos policías. Al otro lado, el bueno buenísimo autor del comentario y sus amigos.
Antiguamente, en los cuentos infantiles, existían los buenos y los malos. El que era bueno, lo era del todo, sin fisuras, y lo mismo ocurría con el malvado. Algún tiempo después, ciertas personas consideraron que no era muy moderno enseñar a los niños de esa manera, porque en la vida real las personas no son ni absolutamente buenas ni rematadamente malas. En consecuencia, la literatura infantil se llenó de personajes que, muy modernamente, no eran ni bondadosos ni perversos, sino una extraña mezcla de ambas cualidades.
Sin embargo, multitud de expertos coinciden en afirmar que esta última postura es perjudicial para los chavales. Es evidente que en la vida real no existe la bondad perfecta ni la maldad total, pero para que los niños lleguen a comprender que estas dos cualidades suelen ir mezcladas, es preciso que, previamente, sepan qué es la bondad y qué es la maldad, por separado. Luego ya comprenderán que normalmente van unidas. Y en ese aprendizaje inicial, anterior a la fusión, los antiguos cuentos infantiles, con malos del todo y buenos totales, eran realmente útiles.
Esta mañana he pasado un par de horas delante del ordenador leyendo comentarios en las redes sociales. De manera inesperada, he tenido la extraña sensación de que ya no son necesarios los cuentos para niños. De repente, toda la literatura infantil se me ha hecho perfectamente innecesaria. Los hermanos Grimm pueden irse al carajo. Ya no hacen falta. Caperucita roja puede irse a paseo. Las princesitas, los espejos mágicos, los sapos simpáticos, los árboles gigantes con manzanas de oro, los saltamontes parlanchines con smoking, las flores naranjas que razonan, los arbustos oscuros que protegen, los asnos que aconsejan, las narices de madera que crecen, las hadas con buen tipo y los duendes cabreados, todo ese universo paralelo magníficamente construido, esa obra maestra de la cultura, puede lanzarse a la basura, porque facebook y twitter han tomado el relevo. Las redes sociales, mayoritariamente, enseñan a los niños y las niñas que hay malos malísimos y buenos buenísimos, dividiendo el mundo en dos, con un corte de hacha radical. A un lado, los malos mercados y los malos diputados y los malos banqueros y los malos policías. Al otro lado, el bueno buenísimo autor del comentario y sus amigos. Ya está. Así de simple.
Si tienes un hijo chiquitito, te recomiendo que, cada noche, cuando esté en la cama, te sientes a su lado. Apaga la luz y enciende tu tableta. Con voz hipnótica vete leyéndole los comentarios maniqueos que la gente cuelga en las redes sociales. Hazlo hasta que se quede dormidito. Así irá asimilando qué es el bien y qué es el mal. Y luego, cuando crezca, ya aprenderá que esas dos cualidades suelen ir mezcladas, que la realidad es mucho más rica e infinitamente más compleja que lo que suele decirse en Internet. Pero bueno, de momento, como cuento para niños, twitter es magnífico.