Piratear 'software' nos sale muy caro
Que no estemos dispuestos a pagar por el software, incluso cuando lo consideramos importante para nuestro trabajo o para nuestro ocio y disponemos de recursos de sobra para hacerlo, es intolerable. Pero también es, a largo plazo, un mal negocio, porque se pierden puestos de trabajo y se fomenta la economía sumergida, esa que no paga ni escuelas ni hospitales.
Un hecho real: un amigo, en realidad un padre de familia, me pide hace poco mi clave del Office 365 para instalar en el sobremesa que acaba de comprar a su hijo una de las cinco licencias a las que da derecho el paquete ofimático, que ahora funciona como un servicio y es de pago anual. Mi amigo me dice que no está dispuesto a pagar los cien euros (unos ocho euros al mes) que cuesta anualmente la licencia multipuesto de Office, a pesar de que su hijo, en pleno bachillerato, va a hacer un uso intensivo del Word o del Power Point. Mi amigo, ingeniero, y su mujer, ingeniera también, tienen buenos sueldos y se llevan a casa cada año más de 80.000 euros brutos. Pero ni por esas.
Pirateamos más de la cuenta softwares y otros contenidos, como películas, música o libros. En software, por ejemplo, tenemos los peores índices de ilegalidad de Europa occidental, muy alejados de los países a los que queremos parecernos. Los datos de la BSA, que analiza el fenómeno a escala global, son concluyentes: aquí dejo un enlace. En el fondo, lo de instalarse un programa sin soltar un euro muestra lo poco que valoramos en general en este país el trabajo de los demás, y, en última instancia, el propio.
Que no estemos dispuestos a pagar por el software, incluso cuando lo consideramos importante para nuestro trabajo o para nuestro ocio y disponemos de recursos de sobra para hacerlo, es intolerable. Pero también es, a largo plazo, un mal negocio porque se pierden puestos de trabajo y se fomenta la economía sumergida, esa que no paga ni escuelas ni hospitales. Y lo peor es que el asunto está aceptado por todos, como no pagar el IVA cuando te arreglan la cocina o el baño de casa.
Sin embargo, el software es la salsa del mundo tecnológico, y empieza a serlo de otras muchas industrias. Antes mandaba el hierro y el programa venía como un apéndice de la máquina. Microsoft nació haciendo programas para los ordenadores de IBM. En los años cincuenta o sesenta, el Silicon Valley lo dominaban empresas como HP, que se ganaba la vida como fabricante de instrumentos de medida y calculadoras. Hoy, sin embargo, los que llevan la voz cantante son empresas cuyo activo más importante son, aparte de la cartera de clientes, las líneas de código y los algoritmos. Pienso en la propia Microsoft, Google, Salesforce, Oracle o Facebook.
Un problema en el software de los coches se lleva el 40% de la capitalización bursátil de Volkswagen y pone al legendario fabricante de coches ante una de las crisis más graves de su historia. Un ataque a base de programitas pone en jaque los planes de armamento de un Gobierno, y también se nos dice que podría dejarnos sin luz en las ciudades o sin control en los aeropuertos o nudos de transporte.
El software es la vida, como decía Alfred Comín, y el poder. Y también un elemento clave para crear puestos de trabajo duraderos y tejido industrial. Porque el software es intensivo en mano de obra, al contrario de las energías renovables. Una consultora de software potente en España puede emplear 4.000 o 5.000 personas. Y cualquier empresita en este sector cuenta su plantilla de programadores y analistas por cientos. Y si no lo creen, está el ejemplo de India, donde millones y millones de informáticos escriben y reescriben líneas de código para el resto del planeta.
Piratear programas es apostar por un país subalterno, dependiente, de sueldos bajos y escasa innovación. En España, según los últimos datos que tengo, sólo contamos con dos editores de software entre los cien primeros del continente, y por supuesto no tenemos ninguno en la lista de los mayores del mundo. Conviene darle una pensada al tema. Lo barato (ahorrarnos los cien euros del Office, los sesenta euros del videojuego o los veinte euros de la película) al final nos sale caro como país. Ah, y que conste: no me ha pagado Microsoft por escribir este post. Hay muchas más empresas que viven del software aparte de Microsoft. Y no son megacorporaciones que hagan ingeniería financiera y eludan el pago de impuestos, sino pymes modestas que sólo pueden salir adelante si estamos dispuestos a valorar su trabajo y a pagar por él.