Los puentes del Ebro
En la famosa novela de Robert James Waller chocan como casi siempre el principio de placer y el principio de realidad. En Cataluña parece que estamos en una circunstancia análoga. Parece que, para una buena parte de los ciudadanos de Cataluña, la independencia es una propuesta sumamente atractiva por la que estarían dispuestos a casi todo.
Es fácil adivinar que el título de este artículo evoca el de una famosa novela de Robert James Waller, llevada al cine por Clint Eastwood, para que él mismo y Meryl Streep nos regalaran una de las más bellas historias de amores imposibles. Como recordarán, en la historia de los puentes del condado de Madison, una ama de casa de origen italiano, Francesca, casada con un soldado estadounidense durante la segunda guerra mundial y con dos hijos, se queda por unos pocos días sola en su granja de Iowa y vive un apasionado romance con un fotógrafo de National Geographic que retrataba los curiosos puentes de la zona. En la historia, chocan como casi siempre el principio de placer y el principio de realidad, para decirlo de este modo freudiano y, tal vez, algo anticuado. Y aunque vence el principio de realidad, también es sabido que el principio de placer logra en esta ocasión modificar la realidad, al menos la realidad de Francesca para hacerla mejor, después de conocer al personaje que interpreta Clint Eastwood, la vida de ambos es mejor. No están juntos pero haberse conocido les ha ofrecido, como un don, una vida más plena. El mundo de todos, también el de los hijos, ha sido mejor de lo que habría sido si nunca se hubieran encontrado.
En el proceso que estamos viviendo en Cataluña en este período parece también que estamos en una circunstancia análoga. Parece que, para una buena parte de los ciudadanos de Cataluña, la independencia, la secesión (digámoslo con claridad), es una propuesta sumamente atractiva por la que estarían dispuestos a casi todo. Algunos, por otra parte, tratan de persuadir a los demás apelando al principio de realidad: aunque deseemos irnos de España, no debemos hacerlo. Nos conviene no hacerlo porque perdemos demasiado en ese viaje.
Pero, ¿cómo hemos llegado a esta situación en la que resulta tan poco atractivo, para muchas personas, permanecer en España? Tal vez porque los Gobiernos, español y catalán, se hallan en lo que en teoría de juegos se conoce como el dilema del prisionero. Dos personas que han cometido un delito, Carmen y Ana, son detenidas por la policía. Están incomunicadas entre sí y son interrogadas. Ambas saben que si ninguna de ellas confiesa tendrán una sanción de un año de cárcel cada una, si una confiesa (y lo pacta con la policía) y la otra no, la que confiesa quedará libre y la otra recibirá diez años de cárcel, si ambas confiesan tendrán tres años de cárcel cada una. Aunque lo que les conviene, lo mejor para ambas, es no confesar; la solución que personas racionales y auto-interesadas elegirán es la de la confesión. El razonamiento de Carmen (o de Ana, da lo mismo) es el siguiente: si Ana confiesa y yo no confieso ella quedará libre y yo con diez años de cárcel, o sea me conviene confesar; si Ana no confiesa entonces si yo confieso quedaré libre; por lo tanto, en cualquier caso me conviene confesar. Si Carmen y Ana realizan este razonamiento ambas quedan peor de lo que podían. Pues bien, parece que a los dos Gobiernos les conviene presentar la versión más unitaria y menos plural de su realidad, enfrentándose continuamente en una situación de dilema del prisionero iterado. ¿Cómo generar los incentivos adecuados para salir de la situación de enfrentamiento y pasar a la de cooperación, aquella en que los dos Gobiernos presentan su realidad como plural permitiendo el encaje mutuo?
Pues bien, en mi opinión, no se alcanza ofreciendo solamente la conllevancia orteguiana, un mero modus vivendi que surge de la negociación de los intereses y que es, por su propia naturaleza, inestable. Es necesario suministrar de nuevo las ilusiones y esperanzas de la transición democrática para generar un nuevo pacto constitucional, fundado en un consenso por convicción que surge de la argumentación con razones.
Para levantar los puentes del Ebro de nuevo, hace falta algo más que el principio de realidad, hace falta que de algún modo sea posible volver a enamorarse.