La pluma es nuestra raza

La pluma es nuestra raza

Cuando criticamos la pluma en el desfile del orgullo criticamos a los que han sido torturados por hacer visible su homosexualidad. Si no hubiera sido por ellos, jamás habríamos conseguido nada. No habríamos existido. Seguiríamos practicando sexo a escondidas expuestos al chantaje.

En 1955, Rosa Parks decidió que estaba harta de ceder su asiento en el autobús a las personas de raza blanca. Acabó encarcelada, pero ese pequeño gesto encendió la chispa del Movimiento por los Derechos Civiles en los Estados Unidos. Al día siguiente, las personas de raza negra decidieron que no iban a coger más autobuses: las calles se llenaron de hombres y mujeres que recorrían kilómetros a pie para llegar a sus puestos de trabajo, pero mirando al frente y con la cabeza bien alta. Mientras tanto, los autobuses circulaban vacíos.

Muchas veces se ha intentado desmitificar el gesto de Rosa Parks diciendo que no se levantó porque estaba cansada. No fue así: estaba cansada de no ser digna de ocupar un asiento reservado para blancos. Y esa mañana se levantó con la firme decisión de hacerlo.

Generalmente comparamos la lucha por los derechos LGTB con la realizada por las personas de raza negra. Hay evidentes similitudes, pero hay una gran diferencia: un negro no puede dejar de ser negro. Un negro siempre es visible. Un negro siempre es discriminado. Un hombre homosexual no siempre lo es. Una mujer lesbiana no siempre lo es (o lo es, pero por ser mujer). Yo no lo he sido. Porque para saber que yo soy homosexual hace falta meterse en la cama conmigo. No lo llevo escrito en la frente. (También hay otra diferencia: un negro nace en una familia negra. Un homosexual sin embargo, es un alien en una familia heterosexual, generalmente).

Cuando se acerca el día del orgullo LGTB vemos en los medios de comunicación a hombres que se visten de mujer, que mueven las manos de forma exagerada, pestañean y hacen gestos femeninos. Es la famosa pluma. La pluma gay. En las lesbianas se llama martillo y tiene bastante que ver con otra famosa pluma de la que no se habla, la pluma heterosexual masculina: la masculinidad. Porque la masculinidad no es más que el reverso de la pluma gay (como la feminidad es el reverso del martillo): una serie de gestos y actitudes aprendidos, con mejor o peor resultado, con objeto de atraer a una pareja para practicar sexo. A mí me resultó muy útil la masculinidad aprendida en el servicio militar: apoyar el pie en la pared con una mano en el bolsillo rascándome los genitales de vez en cuando y una ligera mirada de desprecio mientras me sorbo los mocos es tremendamente efectivo a la hora de ligar. La pluma gay me sirve para otras cosas: para sacar de quicio a mis compañeros de trabajo, a mi familia, a la cajera del Mercadona, al funcionario del Registro Civil.

El que hace visible su pluma gay le está diciendo al mundo que es homosexual. Es el que recibe los insultos, el que es agredido, el que es asesinado. Le pasa lo mismo a las personas transexuales. Las transgresiones de género son castigadas: la mujer transexual que aumenta el tamaño de sus tetas, la lesbiana que se pinta un bigote, el hombre gay que saca una estola rosa y se pone un tacón alto son visibles. Los demás somos una masa gris, se nos debería tatuar en la frente la bandera del arco iris para reconocernos. Los nazis lo hicieron con estrellas, con triángulos: para judíos, para homosexuales. Los negros nunca han necesitado estrellas.

Cuando criticamos la pluma en el desfile del orgullo criticamos a los que han sido torturados por hacer visible su homosexualidad. Si no hubiera sido por ellos, jamás habríamos conseguido nada. No habríamos existido. Seguiríamos practicando sexo a escondidas expuestos al chantaje. La pluma nos hace visibles. La pluma es nuestra raza.

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Orgullo LGTB Madrid. Foto: JOSÉ LUIS SERRANO.

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