La homosexualidad y el silencio
4'33" se ha convertido para mí en uno de los más bellos homenajes a toda esa gente que no ha podido decir lo que siente, a todas esas noches de sollozos ahogados contra la almohada, a esos fríos desayunos rodeado de extraños (incluso aunque sean tus propios hijos, o tus propios padres).
4'33" es una de las más famosas obras de John Cage y probablemente una de las más revolucionarias composiciones musicales del siglo XX. Fue compuesta en 1952, cuando Cage tenía cuarenta años de edad. Cuatro minutos y treinta y tres segundos de absoluto silencio. Hace tiempo que pensaba en el silencio de Cage: siempre relaciono el silencio con la homosexualidad. En uno de mis buceos por internet oí hablar casualmente de Caroline Jones, que cree que el silencio de Cage tiene que ver con su homosexualidad, con lo que ella llama "el problema del armario". Exactamente lo que yo sospechaba.
Desde entonces, 4'33" se ha convertido para mí en uno de los más bellos homenajes a toda esa gente que no ha podido decir lo que siente, a todas esas noches de sollozos ahogados contra la almohada, a esos fríos desayunos rodeado de extraños (incluso aunque sean tus propios hijos, o tus propios padres), a esas interminables tardes de domingo.
El pecado nefando (del latín nefandus, "lo que no se puede decir") es algo tan indigno que no se puede ni siquiera hablar de ello. No tiene ni nombre. El silencio otra vez. El mismo silencio que guardó Lord Alfred Douglas (Bosie) en su famosísimo poema Dos amores de 1882: "The love that dare not speak its name". "¿Cuál es ese amor que no se atreve a decir su nombre?", le preguntaron a Oscar Wilde en el juicio.
"Si el hombre pudiera decir lo que ama", susurraba Cernuda en 1931 desde uno de los más bellos poemas de la lengua castellana. Cernuda quejándose también del silencio impuesto. Cernuda también homosexual. "De lo que no se puede hablar, hay que callar", decía Ludwig Wittgenstein en 1921 en su Tractatus logico-philosophicus. Nada que ver con el tema que nos ocupa, sin embargo. ¿O no? Wittgenstein también era homosexual.
En 1936, Federico García Lorca escribía La Casa de Bernarda Alba dos meses antes de su muerte. Las últimas palabras de esta tragedia no pueden ser más explícitas: "¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!". El mismo silencio que la familia del poeta se dedica a imponer. El silencio que grita desde las obras del cubano Virgilio Piñera, el silencio que le impuso el régimen castrista.
Silencio, siempre silencio. Silencio = Muerte, decían en 1987 los activistas de Act Up, en relación al VIH. Y cuánta razón llevaban. Un silencio a veces directamente represivo (como en Irán, donde no existen los homosexuales, o en Marruecos), otras veces barnizado de supuesto liberalismo: la vida privada es algo íntimo y no hay que hacer ostentación de ella. Siempre que no seas heterosexual, en cuyo caso lo harás las veinticuatro horas del día.
Volviendo a 4'33", la obra consta de tres movimientos. David Tudor, en 1952, la interpretó al piano, cerrando y abriendo la tapa del teclado para marcar el inicio y el fin de los movimientos. Cerrándola para empezar, abriéndola para terminar. Como una mordaza, como el silencio del propio Cage y el de los cientos de millones de homosexuales que a lo largo de la historia no han podido decir lo que aman.
Actualmente, las interpretaciones de 4'33" entran dentro de la anécdota. Sin embargo, he visto gente llorar cuando se interpreta. 4'33" es un grito de dolor, de introspección, de la negación de lo que se es. 4'33" son exactamente 273 segundos, el cero absoluto de la escala Kelvin con un negativo delante. Es el grito silencioso de las bestias aullantes de Francis Bacon, también homosexual. Un grito que vemos pero que no oímos. 4'33" es un homenaje a todos esos silencios y una advertencia: hablemos, gritemos, hagamos como el héroe de La historia interminable: construyamos nuestro mundo con las palabras. Si no, todo es silencio, vacío y muerte.