Estados Unidos y Venezuela después de Chávez
De momento la política de Estados Unidos con Venezuela será de observación, indirectas promesas de ayuda y de ignorar las impertinencias verbales que vengan de Maduro. El único cambio sustancial puede derivarse si la seguridad nacional fuese amenazada.
Dos ángulos complementarios, pero sutilmente separados, pueden encararse al analizar las perspectivas de la actitud de Estados Unidos ante la Venezuela poschavista, o neochavista. Por un lado, en un marco del contexto de la visión del exilio cubano, de relativa influencia todavía tanto en Washington como en Miami, habrá que prestar atención al movimiento de vasos comunicantes entre las dos experiencias. Por otro lado, la prioridad se centrará (como ya ha estado ocurriendo en los últimos años) en la valoración estricta de los intereses de Estados Unidos ante la evolución del régimen venezolano. El paralelismo con Cuba, con la comparación de Raúl con Maduro, es tentador, pero solamente revela una cara de la situación.
La reacción de la colonia venezolana (no necesariamente un "exilio") puede verse como un reflejo de lo que sería la escena a corto y medio plazo. Luego de la mal disimulada alegría mostrada por un grueso de la comunidad venezolana, se ha aposentado la incertidumbre y el escepticismo, cuando no el pesimismo, acerca de la evolución del régimen poschavista. En contraste con lo que sucedió, por ejemplo, con el anuncio de la enfermedad (ni siquiera su muerte) de Castro, similar entusiasmo y muestras de esperanza no se han producido en lugares como El Doral (en la vecindad de Miami), cuyos restaurantes venezolanos se apagaron en pocas horas.
Este bajo perfil comparativo responde a la polarización, confusión y sentimientos encontrados en la comunidad. En el caso de Cuba, hay que recordar que el endurecimiento de la revolución provocó el éxodo de la inmensa mayoría de una clase media y la totalidad de la alta, hermanados ideológicamente. En el caso venezolano, la división existe, pero todo está mezclado por necesidades o conveniencias y por el hecho de que un notable sector capitalista sin ambages se ha adaptado con entusiasmo al sistema de dádivas chavistas. Allí y allá estos sentimientos sobreviven.
La prudencia y el estudio cuidadoso desde Washington, ni van a posicionarse para privar de beneficios a una mayoría notable de la población venezolana que se siente protegida, ni tampoco van a expresar muestras y ofertas de colaboración incondicionales al nuevo régimen, con excepción de que éste fuera ya liderado por el opositor Capriles. Washington, especialmente la Casa Blanca de Obama II, debe haber aprendido bien la lección de que tratar de erosionar los populismos latinoamericanos produce efectos contrarios.
Estados Unidos, un país-idea básicamente populista, nunca ha sabido tratar a los populistas latinoamericanos, porque no ha entendido la esencia de la naturaleza existencial de "los de abajo", "los pobres de la tierra", los "descamisados". Estos han sido presa fácil del líder esperado que le prometa su plena integración en una nación de corte inclusivo, no étnico ni siquiera cultural. Curiosamente, Estados Unidos, el país más exitoso en la construcción de una nación de opción, no ha sabido detectar esa necesidad al sur de Cayo Hueso y el Río Grande.
Maduro (de resultar vencedor en la elección del 14 de abril) sabe perfectamente que él necesita todavía más la explotación del antiimperialismo que su antecesor. De ahí que centre parte de su estrategia en esa dirección, pero priorizando el frente interior. El generoso apoyo de los sectores más necesitados para Chávez puede difuminarse al interpretar que el nuevo mandatario debe librar más que palabras.
De todo lo anterior, se deduce que en el periodo poschavista Obama va a optar por una estrategia que se asemeja más a la prudencia con respecto a problemas intratables de Oriente Medio y al pragmatismo ante Cuba, que poner en marcha arriesgados planes sin garantía de éxito. Dejará, por lo tanto, la iniciativa en manos de Brasil, México y también Colombia. Hará un continuo guiño a Cuba para que garantice su propia estabilidad, hasta ahora dependiente del subsidio venezolano y su cómoda inserción en el variado tejido latinoamericano.
En resumen, de momento la política de Estados Unidos con Venezuela será de observación, indirectas promesas de ayuda y de ignorar las impertinencias verbales que vengan de Maduro. El único cambio sustancial puede derivarse si la seguridad nacional fuese amenazada. Pero, de momento, Venezuela está más por la pacificación de su entorno (Colombia), el suministro de alimentos, y apoyo (aunque sea verbal) de enemigos de Estados Unidos. Mientras éstos (Irán) sean prudentemente modositos, Washington mirará la escena con actitud de juego de póker. Y siempre podrá contar con China como poder moderador, mientras no resulte extremadamente incómodo.