Sin duda
35 años de democracia no han conseguido que el nacionalismo español acepte que no puede asimilar a toda la nación catalana a golpe de constitución. Hay demasiados problemas y retos de carácter social, económico y cultural por solucionar en Catalunya y el tiempo y la energía social que dedicamos al conflicto con el Estado español es un lujo que no podemos permitirnos.
Sin duda. Y la razón es una cuestión de tiempo y energía social. Como ciudadano estoy hastiado, al igual que la mayoría de catalanes y catalanas, de perder el tiempo y derrochar energías en contrarrestar la política nacionalista española de los diferentes gobiernos e instituciones del Estado. Pero estoy mucho más fatigado de elaborar día sí y día también el corolario de quejas. La cita atribuida a Oscar Wilde es muy oportuna para definir una sensación muy arraigada en la sociedad catalana: "Que yo sea paranoico no quiere decir que no vayan a por mí". Treinta y cinco años de democracia no han servido para respetar ni la lengua ni la cultura catalana. Treinta y cinco años de democracia no han servido para consolidar un trato equitativo para Catalunya en materia de inversiones y recursos. Treinta y cinco años de democracia no han conseguido que el nacionalismo español acepte que no puede asimilar a toda la nación catalana a golpe de constitución.
Hay demasiados problemas y retos de carácter social, económico y cultural por solucionar en Catalunya y el tiempo y la energía social que dedicamos al conflicto con el Estado español es un lujo que no podemos permitirnos. Las atrocidades de Wert contra la lengua catalana en el ámbito de la educación, las triquiñuelas de Montoro asfixiando el Gobierno catalán y, de paso, a sus ciudadanos o el bloqueo permanente a las leyes catalanas son fáciles de redactar desde Madrid, pero crean desazón, crispación y movilización ciudadana en Cataluña. Claro está que siempre puede haber quien crea, legítimamente, que lo que tenemos que hacer los catalanes es renunciar a ser como somos y a dirigir nosotros mismos nuestro futuro y diluirnos definitivamente. Pero resulta que la mayoría de catalanes que se expresan en la urnas y en la calles, como hoy, no quiere bajar los brazos ni aceptar la imposición de esta unidad de destino en lo constitucional.
Y sobre todo, ganaríamos todos. Porque no tengan ninguna duda los españoles y españolas que hayan dedicado su precioso tiempo a leer este humilde post que el mejor aliado que pueda tener España, su economía y su cultura, en el mundo, es la Cataluña independiente. Pero eso sí, a partir de una relación entre iguales, de Estado a estado, sin imposiciones.
Por fin los catalanes, como los daneses o los austriacos, podremos dedicar toda nuestra energía a crear un nuevo modelo de crecimiento económico con más valor añadido y sostenible, a atender mejor todo el sufrimiento social que ha provocado esta crisis, a invertir en la cultura y la investigación, a facilitar la integración a los recién llegados, a crear una Administración más transparente y eficiente..., podremos hacer más y mejor porque una parte de nuestros problemas habrán desaparecido. Y esto también sirve para los españoles. Monago podrá dedicarse a crear ocupación en el sector privado en su comunidad, Cospedal a asumir sus responsabilidades en la doble contabilidad de su partido y el joven líder socialista Pedro Sánchez podrá dedicarse, por fin, a la justicia social, porque dejarán de hablar de Cataluña y tendrán más tiempo.
Nos irá mejor a todos, seguro, que nadie lo dude.