Enero: la cuesta arriba de (nosotros) los exiliados forzosos
El mes de enero se trata del mes de la cuesta arriba. El mes de la cuesta arriba emocional de aquellos que nos encontramos fuera de España. El mes de las despedidas. El mes de los "hasta otra", siempre, sin fecha de regreso. Enero es el mes en el que miles de españolas y españoles volvemos a retomar nuestra vida "en la sombra". La vida que pasa ajena a muchos de nuestros amigos y familiares, sencillamente, porque no pueden ser parte de ella.
Foto: EFE
Los días anteriores al inicio de Navidad, los telediarios se llenan de noticias donde se ven encuentros entre jóvenes, no tan jóvenes, y sus familias, pero nunca se muestra la otra cara, la despedida forzosa de inicios de enero.
Y es que el mes de enero se trata del mes de la cuesta arriba. El mes de la cuesta arriba emocional de aquellos que nos encontramos fuera de España. El mes de las despedidas. El mes de los "hasta otra", siempre, sin fecha de regreso. Enero es el mes en el que miles de españolas y españoles volvemos a retomar nuestra vida "en la sombra". La vida que pasa ajena a muchos de nuestros amigos y familiares, sencillamente, porque no pueden ser parte de ella. Porque no están.
Y es que los menores de 35 años crecimos bajo una máxima que se repitió como un karma para nosotros: "Estudia, que llegarás lejos". Nadie suponía que la lejanía se traduciría en distancia física. Somos herederos de la generación adulta de la transición democrática que entendía que el nuevo régimen y las posibilidades del Estado de Bienestar debían proveernos de una movilidad social ascendente. Una movilidad que muchos de nuestros padres jamás pudieron anhelar. Sin embargo, nos vamos, en buena parte, no porque queramos. Nos vamos porque nos han echado. Porque la crisis económica de la que no hemos sido parte ha socializado sus pérdidas sobre algunos de los sectores de la estructura social española, y en los que claramente nos encontramos.
Las opciones que nos ha dejado la crisis, y sus gobiernos, fueron claras: desempleo, precariedad o exilio. Desde finales de 2008 y hasta la actualidad, se estima que más de 400.000 jóvenes han abandonado el país, en lo que se trata en una descomposición del tejido social sin precedentes. A ellos hay que sumar unos índices insultantes de paro juvenil, del 50%, que sitúan al país en una vergonzosa primera posición en Europa.
Asimismo, uno de cada tres jóvenes se encuentra sobrecualificado en sus trabajos, en lo que termina por ser una suerte confusa entre agradecimiento por tener trabajo con frustración. Trabajos, eso sí, casi siempre temporales y mal remunerados. Basta recordar cómo en el último año y medio, estos empleos temporales han crecido casi cinco veces más que los indefinidos entre menores de 35 años. Basta recordar, también, cómo únicamente entre 2009 y 2012, el 91% de empleos destruidos en España lo fueron, igualmente, en jóvenes menores de 35 años.
De lo anterior fueron responsables el PSOE y el Partido Popular, y es por ello que se pueden deducir algunos de los cambios que repercuten en la cultura política de los españoles. Jaime Miquel, en su libro, La perestroika de Felipe IV, nos dice que el Partido Popular obtiene la mitad de sus votos entre votantes de más de 65 años, toda vez que el PSOE los obtiene entre mayores de 54 años. Ahí podemos tener un primer apunte para entender, por ejemplo, los resultados del 20-D. En segundo lugar, se puede entender cómo el partido del gobierno ha tratado de reducir al máximo las posibilidades para votar de los españoles residentes en el extranjero, so pena de saber que existe un coste político y electoral detrás del exilio. Frente al 27% de españoles residiendo en el exterior que pudieron votar en 2008, menos del 5% lo hizo en las elecciones generales pasadas. No obstante, el color partidista fue claro: Podemos ganó en 29 provincias.
¿Casualidades?
Sea como fuere, termina siendo vergonzoso que a este exilio laboral lo llamen, como en alguna ocasión se lo escuché a la ministra Fátima Báñez, "movilidad exterior". Una falaz expresión que se acompaña de otras como la "experiencia maravillosa de vivir fuera" o el "mito del retorno" cuando, en el fondo, no es más que la imperiosa necesidad de buscar un trabajo digno, acorde a muchos años de estudio y dedicación. Una necesidad que debe ser necesariamente problematizada y politizada como merece, acorde a nuestro derecho legítimo de poder volver algún día.