En la verdad está el futuro de Asturias
Como ingeniero de Minas, apelo al título académico: les aseguro que no existe material más roqueño, resistente e inexpugnable que la simple verdad y por eso pesa tanto, hasta el punto de que hay quienes son incapaces de cargar con ella sobre la espalda salvo por casualidad. No voy a renunciar jamás a utilizarla.
No quedan páginas en blanco, lugares sin huella, fronteras sin explorar. Inicio mi último mandato seguro del paisaje que me aguarda de un rincón a otro, de las escasas llanuras a la mar, a las crestas de caliza, a las ciudades y los bosques de nuestra hermosa Asturias. Sé que soy mayor, que curvo los hombros, que tengo el mirar gastado. Pero también sé, y lo prometo, que no engañaré ni proclamaré los milagros imposibles ni vocearé en jarras el desafío teatral del valentón ni exhibiré las habilidades del trilero. No haré nunca un discurso más fácil de gritar que de aplicar.
En esa confesión no habita la tristeza, tampoco el desánimo. Me he hecho a los focos, a esa luz que te sorprende en cualquier ángulo, sea con la sonrisa dispuesta o con el gesto torcido; incluso me he acostumbrado a que haya quien piense, y sospecho que son legión, que el que no suministra cabriolas ni fotografías no trabaja. Asumo que puertas adentro del despacho la energía no se destruye ni se transforma en titulares, y aún así les digo que no quiero cambiar. Seguiré leyendo, estudiando y preparándome. Porque continúo sin creer que el abuso de la escenografía y el uso instrumental de un arsenal de consignas, simplificaciones y tópicos repetidos ad nauseam sean condiciones inexcusables de la buena política. No afirmo que todos los políticos sean mediópatas que se consumen por aparecer: simplemente, reconozco que hay quien tiene un estilo popular sin populismo; yo, no.
Pero ahí repito la advertencia no se refugia la desilusión. Tampoco cuando me enfrento a los datos del desempleo, las protestas de los trabajadores, la malsana mancha de la corrupción, la desesperación de quien apenas puede ofrecer su desamparo y su miseria.
Porque en este andar pausado que ejercito no hay rendición, sino confianza, seguridad en Asturias y sus gentes. Porque puedo mirarles a cada uno a los ojos y decirles las palabras implacables de la verdad, con todas sus aristas y también su enorme fortaleza. Como ingeniero de Minas, apelo al título académico: les aseguro que no existe material más roqueño, resistente e inexpugnable que la simple verdad y por eso pesa tanto, hasta el punto de que hay quienes son incapaces de cargar con ella sobre la espalda salvo por casualidad. No voy a renunciar jamás a utilizarla. Si un día la verdad se me hiciera insoportable no podría asomarme a la calle, menos aún a este parlamento.
En esa verdad, créanme, está el futuro de Asturias. Hemos podido con lo peor de la crisis porque sabíamos dónde queríamos ir, a una comunidad mejor, aupada por la escalera del progreso, capaz de iniciar la recuperación económica, sólida en sus derechos sociales, dispuesta a su regeneración. Dejo las metáforas náuticas de los rumbos, los nortes, las singladuras de la que tanto abusan los políticos navegantes, hasta los de agua dulce, y me conformo con la expresión sencilla: saber qué se quiere de verdad no es fácil. A ambos lados del camino del gobierno hay ruido, voces, músicas, modas, cantos, escaparates, esfinges que guardan el paso con preguntas y misterios. Es fácil distraerse, sucumbir al encanto, perderse en las luces, descuidar la honradez.
Sobre todo confieso que es muy fácil tener miedo. Y ahí tampoco quiero ceder, porque quien teme renuncia o fracasa. Sin coraje personal no vale nada el hierro al cinto, el ademán ceñudo ni la grandilocuencia tribunicia. Sin coraje personal y convicción íntima, la presión del adversario y la corrupción del amigo nos encogerían el ánimo, nos quebrarían. Sin coraje y ejemplo, no hay apariencia de cartón piedra que valga.
Ya ven. A estas alturas saben de sobra quién soy; Javier Fernández, político socialista, presidente de Asturias, un viejo conocido que desdobla ante ustedes sus cartas de presentación, papeles lacónicos de palabras: estudio, trabajo, verdad, honradez, seriedad y, permítanme, un punto de coraje.
Repito, no les engaño. Pienso en el trabajo más que en el espectáculo, en la fuerza terrible de la verdad, en el indispensable valor. Hoy les aseguro que continúo sabiendo muy bien hacia dónde deseo avanzar, a ese triple destino de la pujanza económica, la fortaleza social y la regeneración democrática que quiero compartir con todos y cada uno de los asturianos, quienes viven en esta tierra y los que habitan la Asturias peregrina dispersa por el mundo.
Les invito a que me acompañen en ese destino. No les emplazo a que descarguen su malestar, se desprendan de sus ideas ni de sus responsabilidades, de sus cuitas y problemas. Porque no estorban los carnés particulares, los intereses contrapuestos, las discrepancias, ni siquiera el furor adanista de los recién llegados; molesta el resentimiento, la revancha, la incapacidad para aceptar los resultados, el propagandismo inútil, la negativa avariciosa y miserable a contribuir al bien común. Incomoda mucho que se haga equipaje de rencores y alarde de mediocridad.
Hay una Asturias de progreso y bienestar por la que me apresto a seguir trabajando, y para ello, reitero, me propongo contar con todos ustedes. Ofrezco el valor de mi palabra y dos herramientas: diálogo y compromiso.
Se dice que cuando los tiempos cambian debemos cambiar con ellos. Seguramente pensarán que tanto elogio al diálogo y a la negociación, tanta rogativa al santo del acuerdo como la que repetimos en las últimas semanas no consiste más que en un disimulo de quien hace de la necesidad virtud.
Dirán que este político, huérfano de mayorías, llena la boca de hermosas promesas, tan relumbrantes como falsas: monedas de chocolate recubiertas de papel de plata que ni confunden a los niños. Tendrán razones para pensarlo, no lo niego. Les sobran ejemplos para afear la incapacidad de entendimiento en esta Junta General.
Pero yo intento que ustedes también se den por aludidos. Esta llamada concierne a todos los asturianos. Háganse partícipes de la consecución de esa Asturias distinguida por la pujanza económica, la fortaleza social y la regeneración democrática.
Aseguran que la política está cambiando. Para mostrar las diferencias añaden que hay vieja política y nueva política, que a la vieja se le distingue rápido por las arrugas de la insensibilidad y por la piel caída del privilegio injusto. Discrepo: hay buena y mala política. A la mala le revientan las costuras enseguida, descubre todos sus vicios al primer roce. Porque, entiendo, no es la política la que está cambiando; es la sociedad entera, incluida su arquitectura institucional, la democracia representativa que defiendo. Ese desafío nos incumbe a todos. Hoy es impensable una sociedad resignada, cautiva, silente, convocada cada cuatro años a la liturgia del voto del premio o del castigo. Está en sus manos participar, intervenir, proponer, colaborar en el alcance de nuevos objetivos, y si desisten de hacerlo serán otros quienes lo ejerzan por ustedes, los que asuman el protagonismo civil que debería ser indelegable. Una sociedad fuerte y seria construye una política fuerte y seria; una sociedad recostada sobre los tópicos, narcotizada por las vaharadas de los viejos vapores, produce una política segundona, un lienzo de grisalla.
Al final queda en manos de la política la regeneración de sí misma, y ustedes son el motor del cambio.
Hace unos días, el miércoles, los periódicos publicaron las balanzas fiscales del Ministerio de Hacienda. Los datos incluían los de Asturias. Sobresalía la idea de que recibimos más de lo que damos, surgía una vez más la especie del Principado pedigüeño y subvencionado. Me sorprendió que nadie anotase que esa cuenta incluye las pensiones, el flujo de ingresos correspondiente a nuestros pensionistas y jubilados. Tanta balanza fiscal, pensé, y nadie repara en la balanza vital y social, en el derecho obtenido con décadas de trabajo. Me rebelo. Ayer, hoy, mañana, que nadie venga a contarnos que ese dinero es la limosna inmerecida a una comunidad perezosa que mendiga con insolencia. Por respeto a nosotros mismos y por respeto a las decenas de miles de asturianos que se ganaron a pulso esas rentas cuando, como trabajadores activos, sostenían a otros pensionistas, en el marco de un sistema público de reparto intergeneracional.
Lo enuncio como ejemplo. Una sociedad fuerte es la que es capaz no sólo de gritar y de hacer valer el peso de sus habitantes, sus kilómetros cuadrados y sus banderas, sino también la que sabe defender con argumentos sus intereses.
La Asturias fuerte no se ensimisma, se esfuerza en romper la dichosa intransitividad. Es la fortaleza de la sociedad la que obliga a superar la medianía. Acabo de aludir a la reforma de la financiación autonómica y puedo enganchar a ese carro la política energética, la culminación de las obras públicas vertebrales y muchas otras ambiciones en las que deberíamos demostrar una capacidad de entendimiento y esfuerzo común, digna de una sociedad trabada y madura.
No, las apelaciones al diálogo, la transacción y el acuerdo no son una concesión a la aritmética: son las señas que deben forjar los rasgos de la Asturias del futuro que seguiremos construyendo. La Asturias que, entre otros patrimonios, puede presumir de una identidad acusada, tan innegable como inclusiva.
Señora ministra de Fomento, le agradezco que vuelva a asistir a mi toma de posesión. Aquí, donde resulta una presencia habitual, es bienvenida, tiene acogida plena, puertas abiertas, respeto. Sobrarán los días para la discrepancia pública, para la exigencia y el encontronazo. Esta mañana vuelvo a repetirle que no cuente con la sumisión ni con la hostilidad del Gobierno de Asturias. Quizás a contracorriente, confío más en la productividad de la colaboración leal que en el enfrentamiento por sistema. Tampoco en esto he mudado de juicio. Le ofrezco y le solicito lo mismo: cooperación y lealtad.
Usted es ministra del Gobierno de España. Esto resulta hoy muy importante porque en esta Asturias cismontana, en esta pequeña, brumosa comunidad autónoma a la que tan poca atención se le dedica habitualmente nos preocupa mucho España. No le voy a relatar el espinado calendario que nos aguarda. Qué contarle que usted no sepa, si además estamos rodeados de arbitristas que sentencian cada mañana lo contrario de lo que practican cada tarde (ya sabe lo que decía Valle Inclán, paisano suyo, de las marquesas de su tiempo, que se confesaban todos los viernes después de haber pecado todos los días: pues algo así ocurre con nuestros arbitristas).
Y, sin embargo, echo de menos algunas reflexiones. En un asunto como el catalán que tiene un potencial autodestructivo enorme para Cataluña y para España, no diré jamás que la crisis ha dado pie al independentismo, pero sí que le ha concedido el monopolio de la ilusión política, que ha reunido en torno a la hoguera del secesionismo y sus cuentos a la lumbre a quienes no sólo no eran independentistas antes, sino que siguen sin serlo ahora. La cohesión nacional no es únicamente una galería de banderas, himnos y aromas de leyenda. Es, sobre todo, un proyecto en común.
Cuando la desigualdad rompe el espinazo a ese ideal, la cohesión se resiente porque es más vulnerable a la fuerza de la desigualdad que a la de la identidad. Recuperar el progreso material, restablecer el ascensor social y combatir la desigualdad son los hilos esenciales con los que tensar el nervio principal de la cohesión de nuestra sociedad. Eso y asumir que, con Cataluña, no nos falta unidad cultural y social; no, lo que nos falta es unidad emocional.
Señora ministra, usted sabe que los socialistas queremos reformar la Constitución, evitar que sea letra y carne momia, venerable e inútil como una supuesta reliquia incorrupta. Créame que la poderosa narrativa con que se desafía al Estado no se vence únicamente con la legalidad: precisa también hacer lo que nunca hicimos en el pasado: en lugar de romper, reformar.
No he querido importunarla. He aprovechado su presencia para resumir estos planteamientos. Repito que es usted muy bienvenida en este acto, que le agradezco explícitamente su presencia. Un agradecimiento que, por descontado, extiendo a cada uno de ustedes, a cada uno de los asturianos.
Me atrevo a ver aquí a amigos, muchos amigos, a los que se esconden para no sobresalir, casi incómodos; a la familia que atiende mis palabras y espera que algún día tenga todo el tiempo para ellos; me atrevo incluso a pensar que aquí, de algún modo, también están los padres que me educaron y llenaron de ideas y ambiciones al niño que es hoy, ante ustedes, un viejo conocido. Ellos creían que los políticos deberíamos darle a la gente felicidad. Yo sólo me atrevo a prometerles justicia.