El desempleo de la clase media
Tuvo que dejar esas salidas y el gimnasio. Su mujer siguió en su empleo; pero, después de cinco años en paro del miembro de la familia que mayor renta incorporaba, la vida no es la misma y, sobre todo, junto con los ahorros, se han volado las expectativas de dar los mejores estudios a sus dos hijos. ¿Se es clase media cuando se han perdido las expectativas de que tus hijos vivan mejor o, al menos, con el mismo bienestar con que tú has vivido?
Joaquín, durante quince años responsable de una agencia de publicidad de notable renombre gracias al carácter carismático de su fundador. Un carácter que llevó a crecer y crecer a la empresa, subido en sueños de grandeza como si fuera una gran multinacional norteamericana, hasta que embarrancó en un ERE.
Mientras duró, Joaquín disfrutó de un notable capital social y sueldo anual de seis cifras. Lleva 6 años en paro, en los que precisamente no ha parado. Ha buscado oportunidades en varios países latinoamericanos y europeos. Eso sí, tras separarse, ya que la situación se hizo inaguantable. Ahora vive de alquiler en una casa modesta de la Avenida de Valladolid. Era clase media. ¿Es clase media?
Jorge procedía de esa clase media madrileña del barrio de Salamanca en la que, como en los pueblos, todos se conocían y, si no, te miraban a la cara como preguntándote el "¿y, tú, de quién eres?". Tras estudiar Derecho y ejercer algunos meses, aunque decía que no le gustaba, fue director de una publicación mensual de culto en los tiempos de la movida madrileña, cuando había muchas cosas de culto.
Trabajaba para una gran empresa editora y durante años las cosas fueron a todo tren. Se casó y tuvo tres hijos. Tras un prolongado descenso de ventas de la publicación, cerró y se quedó en paro. Es cierto que, al principio, lo vio como una oportunidad de rehacer su vida y, como se dice, de emprender nuevos campos. Empezó a estudiar Filosofía, que era lo que siempre había querido hacer, según nos decía. Se subió a varios nuevos proyectos periodísticos, con la esperanza de que todos fuesen el definitivo. Proyectos que malvivieron al principio con la publicidad conseguida a partir de sus viejos contactos; pero que difícilmente podían sostenerse si el círculo virtuoso del aumento de audiencia y publicidad no despegaba. Y no despegó durante la crisis que, además, conllevó el recorte publicitario de los contactos conocidos.
Trabajó gratis y con entusiasmo. Pero eso no daba para pagar el máster del mayor. Tuvo que vender la casa de la sierra. Después, la de Madrid. Cambio de barrio. Cambio de amistades, de él, su mujer y sus hijos. Adiós a esos viejos compañeros de colegio de prestigio, que apenas estuvieron cuando vinieron mal dadas, salvo para incluir un escasa publicidad en cada "nuevo proyecto de Jorge" de las empresas en las que tenían decisión.
Raúl era director de departamento de Recursos Humanos de una multinacional del sector químico. Era de los que creía en la capacidad de dar espacio a la creatividad y la iniciativa de la gente como mejor motivación. Las cosas no iban mal en la empresa, pues generaba beneficios para los accionistas; pero otros lugares en el mundo se revelaron más competitivos o, lo que es lo mismo, capaces de trabajar a unos costes mucho más bajos, ya que los trabajadores de esos países apenas cuentan con derechos laborales.
Vivió un proceso agónico, ya que tuvo que gestionar la política de progresiva reducción de la plantilla, hasta que, una vez finalizada ésta en su casi totalidad, dejando los recursos humanos de la empresa en los huesos, le tocó a él. Fue como echarse a sí mismo, cada vez que había que gestionar un nuevo despido. Hasta que le tocó esa extraña sensación de una llamada sin previo aviso y que, sin embargo, estaba esperando: la llamada que le condujo al despacho desde el que, con una amable sonrisa y un apretón de manos por los servicios cumplidos, se le decía que se iba a rescindir el contrato.
Como creía en los currículum, tal vez por sesgo profesional, los llevó bajo su brazo a todos los cazadores de talentos que conocía. Se impuso un horario laboral de buscar trabajo: desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde buscando empleo: llamadas telefónicas, internet, contínua renovación de su linkedin. Al cabo de cinco años: miles de llamadas, cientos de cafés rogados a conocidos y contactos para contarles sus proyectos. Para contarles su situación, según iba pasando el tiempo.
Lo peor eran los fines de semana, pues estaban lejos de ser esos días de intensos viajes fugaces a la aventura o de grandes y caras salidas por la ciudad. Ahora, era fundamentalmente quedarse en casa y seguir atento a internet, que se había convertido en una especie de adicción. Tuvo que dejar esas salidas y el gimnasio. Su mujer siguió en su empleo; pero, después de cinco años en paro del miembro de la familia que mayor renta incorporaba, la vida no es la misma y, sobre todo, junto con los ahorros, se han volado las expectativas de dar los mejores estudios a sus dos hijos. ¿Se es clase media cuando se han perdido las expectativas de que tus hijos vivan mejor o, al menos, con el mismo bienestar con que tú has vivido?
Por supuesto, esta muestra no pretende representar a toda la clase media española. Parece que a la clase media funcionarial, formada por técnicos empleados en grandes corporaciones o la Administración no le ha ido tan mal, salvo recortes en salarios y la promoción. Tal vez otras profesiones, técnicas o de las llamadas liberales, han tenido mejor trayectoria; aunque lo que me cuentan de arquitectos o abogados no son precisamente pinturas llenas de felicidad. Los elegidos aquí no pueden considerarse realmente elegidos. Forman parte de mi capital social, que es, como no podría ser de otra forma, reducido. Pero, a la vez, constituyen esa nueva clase media que se expandió durante los años ochenta y noventa alrededor de la nueva gestión empresarial -impulsada con la entrada de nuestro país en la Comunidad Europea- y de la difusión de bienes simbólicos.
Por lo tanto, se trata de una nueva clase media que se está mostrando más efímera que cualquier otra o, tal vez, la punta del iceberg -por estar más arriba- del conjunto de la clase media, que se está deshaciendo por el calentamiento global de la crisis económica.
Era una clase que, en buena medida, lideró el cambio de actitudes en España. La primera generación de la clase media que se hizo adulta en democracia, haciendo suyos, incorporándolos, buena parte de los valores que sostienen a ésta, como la tolerancia y cierto sentido de libertad.
Pues bien, una parte importante de esa clase media se encuentra desplazada. Después de tantos cambios, no sabe siquiera ya si es clase media. Ha visto como el capital social se diluye en tiempos de crisis y como, en muchos casos, hasta la familia propia explota. Quedan padres y hermanos. Pero apenas nada que puedan considerar propio. Y una clase media sin expectativas y sin propiedades no es clase media.
Es cierto que, siguiendo la frase que encabeza este escrito, los miembros de las clases trabajadoras han tenido mayor oportunidad de experimentar los efectos del desempleo. Y en peores condiciones de vida. Pero aquí las experiencias trataban de apuntar, más que a las personas, al agujero que puede estar produciéndose en nuestra estructura social.
Indicadores personalizados de algo que ya apuntan los datos oficiales. Un hueco en la estructura social en una posición de la misma que, hasta ahora, había sostenido buena parte del sentido de modernidad de nuestra estructura simbólica colectiva. Alguien que tiene que ver mucho con este medio, señaló que buena parte de los cambios políticos que se estaban produciendo en Estados Unidos tenían que ver con una clase media que se sentía traicionada. Pues bien, ya saben, cuando las barbas de tu vecino...