¿Llegó la hora de la izquierda en México?
López Obrador es un viejo político que promete un mundo nuevo para México con un mensaje viejo que aquí no se ha testado. Sus detractores le tachan de radical, demagogo y antiguo. Sus seguidores ven en él al hombre capaz de concluir la traicionada revolución en la que participaran Villa y Zapata. Muchos le dan por muerto, pero quizá ahí esté su fuerza.
Las últimas elecciones estatales mexicanas han traído el resurgir de la moribunda derecha del PAN, ganadora de los comicios con el extraño apoyo de la izquierda del PRD en algunos enclaves, y la constatación de que, por tercera vez, el viejo líder populista de la política mexicana, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), optará a la presidencia. ¿Tiene alguna opción real de ser por fin presidente?
A México siempre le gustó ir a contramano del resto de la política latinoamericana. Aquí comenzaron las revoluciones sociales propias mientras la mayoría del resto de países del continente divagaba en consolidar sus independencias aferrándose a la Iglesia, a los militares o a los terratenientes, optando la mayoría por consagrarlas a los tres.
Luego, México se supo colocar en un disimulado punto intermedio entre los nuevos ideales de la revolución cubana y la necesidad de llevarse moderadamente mal con su vecino yanqui. La siempre complicada relación con el gigante del norte la resumió mejor que nadie en el sentir patrio el que fuera dictador de finales del XIX y principios del XX, Don Porfirio Díaz, que dejó la famosa frase de "pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos".
A finales del siglo pasado, el país, que parecía abrirse al mundo descubriendo la democracia por la que luchó su fallida revolución, descorchó las urnas a algo más que el sacrosanto Partido Revolucionario Institucional (PRI) y, fiel a su costumbre, decidió girar a la derecha cuando casi todos sus vecinos hispanohablantes se abalanzaban a los nuevos gobiernos populistas de izquierdas que se imponían en Argentina, Brasil, Chile, Venezuela, Bolivia...
En el año 2000, ganaba el derechista Partido de Acción Nacional liderado por Vicente Fox por primera vez en un México que arrastraba setenta años de pertinaz priismo. Casi de forma coetánea, en 1999, Hugo Chávez triunfaba en Venezuela con su propuesta de revolución bolivariana; el izquierdista Ricardo Lagos triunfaba en Chile en 2000; el huracán Lula Da Silva lo hacía en Brasil en 2002 y en 2003 lo hacía Néstor Kirchner en Argentina; en 2005, llegaba el indigenismo de izquierdas a Bolivia de la mano de Evo Morales y en 2007, era el izquierdista Correa el que tomaba las riendas de Ecuador.
América Latina viraba a la izquierda mientras México, en 2006, volvía a apostar por la derecha con el triunfo de Felipe Calderón por una diferencia de poco más de 200.000 votos, un 0,5% de los electores. No fue un triunfo claro y fue entonces cuando, por primera vez, estuvo a punto de tomar el poder el líder de izquierdas del entonces PRD, AMLO, que desató una larga contienda judicial en la que el político mexicano, al que se comparaba con Chávez, denunció un fraude masivo en su contra. Perdió en los tribunales y México, fiel a su historia, permaneció en su pertinaz senda contraria a la del resto el continente.
Pero para entonces, AMLO se había convertido en un fenómeno social en uno de los países más desiguales del mundo, con más de un 50% de la población viviendo en la pobreza, y volvió a encabezar en 2012 una candidatura de diversos partidos de izquierdas en la que él se postulaba como cabeza de lista al frente del PRD.
Otra vez AMLO salé derrotado, esta vez ante el renacido PRI de Peña Nieto, y otra vez denuncia de fraude por su parte. "Aunque nos sigan atacando y nos acusen de malos perdedores, de locos, de mesiánicos, de necios, enfermos de poder y otras lindezas, preferimos esos insultos a convalidar o formar parte de un régimen injusto, corrupto y de complicidades que está destruyendo a México", declara el político mexicano.
2018 será la tercera y ¿última? oportunidad de AMLO, la marca política más famosa de México, para odiarla o para amarla. El izquierdista ha quebrado en dos su vieja casa, el PRD, tras abandonarla en 2012 justo después de las elecciones y montar un partido a la carta, Morena, cuyo principal valedor es él. En tres años ha conseguido en las pasadas elecciones estatales superar al PRD en su eterno feudo de Ciudad de México y alcanzar apoyos importantes en estados como Veracruz y Oaxaca, aunque sigue teniendo la asignatura pendiente del norte del país, donde su formación es residual.
AMLO es un viejo político que promete un mundo nuevo para México con un mensaje viejo que aquí no se ha testado. Sus detractores le tachan de radical, demagogo y antiguo. Sus seguidores ven en él al hombre capaz de concluir la traicionada revolución en la que participaran Villa y Zapata. Muchos le dan por muerto, pero quizá ahí esté su fuerza.
Los partidos hasta ahora gobernantes se desgastan y parecen no dar tregua en su empeño de coleccionar abstencionistas; persiste la pobreza de más de la mitad de la población y aumenta la sensación de corrupción y violencia. Esa es la jugada del viejo AMLO, esperar su oportunidad de vencer con el apoyo de los suyos y el descuido de los otros. Deberá primero unir a la izquierda (misión muy complicada) y enterrar los cadáveres del armario de su guerra civil, que ha posibilitado la alianza, anti PRI y contra natura, del PRD y el PAN. Si atendemos a la historia, ahora que América Latina parece que podría virar al centro-derecha de nuevo, quizá llegó la hora de la izquierda en México.