Reclamando 'flexibilidad' (no solo laboral) en las empresas
La austeridad y el rigor son palabras duales que encubren mensajes subliminales que conforman el cuerpo central de un conjunto de valores que ampara una forma concreta de ejercer la autoridad y el poder. La flexibilidad, también. Intuitivamente nos sugiere un comportamiento abierto, muy alejado del rigor y la austeridad. Pues no.
La austeridad y el rigor son palabras duales que encubren mensajes que conforman una forma concreta de ejercer la autoridad y el poder. La flexibilidad, también.
Intuitivamente, nos sugiere un comportamiento abierto, muy alejado del rigor y la austeridad. Pues no, también puede significar lo contrario. De hecho, el Diccionario de la Real Academia Lengua (DRAE) ofrece cinco acepciones de flexible, la primera sugiere una valoración positiva y las otras actitudes ambivalentes, dominantemente negativas. Flexible, en positivo, es el que es susceptible a cambios o variaciones según las circunstancias o necesidades, es decir, el que asume la capacidad de adaptación como valor.
Centrándose en la economía, está acepción de la flexibilidad encaja con la capacidad de responder a los nuevos retos económicos por parte de las empresas y los trabajadores. Conecta con la capacidad de innovación, algo que no sólo se expande por vía de nuevos desarrollos tecnológicos sino también mediante nuevas actitudes y nuevas formas de organización y de relaciones en el seno de la empresa.
Así, un nuevo modelo productivo no se entiende sin un clima que favorezca la creación humana. Para Stuart Mill (1806-1873) es el comportamiento flexible lo que genera la libertad humana. "Estar abiertos al cambio, ser adaptables, son cualidades del carácter que llevan al ser humano a ser libre. Es libre porque es capaz de cambiar". Si la flexibilidad se asocia a la libertad y al cambio, su opuesto es la rutina. Una rutina, que, 70 años antes, en 1775, Adam Smith había reconocido que "acaba deteriorando al ser humano" porque, en un momento, "se vuelve autodestructiva".
¿Hay, por tanto, que ser flexibles? Sin duda pero atentos a lo que se nos pide con ese reclamo porque también hay otras acepciones. De hecho, el concepto es el preferido para enmarcar los cambios imprescindibles que precisa el sistema productivo y, en particular, al mercado de trabajo. Mientras la austeridad y el rigor justifica la dureza de los ajustes macroeconómicas, la flexibilidad es el vocablo que justifica la dureza en las relaciones laborales.
La inflexibilidad del poder
Esa dureza muestra, paradójicamente, que el tiempo de la flexibilidad es el tiempo de un nuevo poder, de un nuevo orden que no trae más levedad ni hace más ligero su ejercicio. Lo flexible parecía contrario a la mentalidad jerárquica, pero acaba favoreciendo la verticalidad de jefes a subordinados.
La nueva lógica empresarial avanza hacia el monopolio del poder para los directivos que ganan su libertad trasladando riesgo a los trabajadores.
Las nuevas tecnologías facilitan la participación en red pero, por otro lado, facilitan lo contrario: que las decisiones se concentren y centralicen, cada vez más, en una minoría de ejecutivos que refuerza su poder con el control absoluto de toda la información en tiempo real. Las tecnologías que podrían potenciar la autonomía del trabajo favorecen también la autonomía del poder.
En ese contexto, el dinamismo y la flexibilidad son valores que significan mucho más de lo que parecen hacernos creer. Y así lo reconoce el DRAE en otras dos acepciones de la palabra que nos deben alertar:
Las prevenciones están justificadas. Y, por eso, lo flexible está cargado, para el trabajador, de connotaciones negativas, una percepción que se desprende de su propia experiencia y la de sus amigos y familiares. Esta flexibilidad negativa sugiere resignación ante ajustes injustificados o desproporcionados de plantilla, o ante descensos salariales. Fortalece el mensaje que instala la conformidad hacia todo lo que viene de la cúspide.
Flexibilidad es tambien libertad. Y rebeldía
El trabajador siente la flexibilidad como un mecanismo que le hace asumir riesgos crecientes sin contrapartidas. De alguna forma, el combate contra esa flexibilidad negativa nos invita a avanzar en alternativas positivas que coloquen en la agenda social la socialización de los beneficios como una consecuencia de la socialización de los riesgos.
Una nueva acepción de flexibilidad permite conciliar los anteriores significados. Porque lo que sugiere no es acomodación a los cambios impuestos sino libertad para ser uno mismo.
Flexible también es el que no se sujeta a las normas estrictas, a dogmas o a trabas, es decir, el que está predispuesto a decir no, a enfrentarse a las rigideces mientras reclama libertad y rebeldía.
La defensa consecuente de la flexibilidad debería conducir a la flexibilización de las formas de propiedad y la participación de los trabajadores en el beneficio empresarial. Pero, obviamente, no es esa la oferta de flexibilidad que se nos hace, sino otra que utiliza las dificultades para infundir temor. El monopolio del poder, la discrecionalidad máxima, sin controles internos (sindicales) o externos (judiciales) es la esencia de la contrareforma laboral de la derecha social representada en el PP.
De forma que, caminando por el camino de la flexibilidad, nos encontramos con la necesidad de enfrentarnos a nuevos retos, a innovar como pedía Stuart Mill y a romper con las rutinas que impiden el ejercicio de la libertad, como decía Adam Smith. Y, de paso, a convertirnos en ciudadanos libres que reclaman participación y responsabilidad en lo que es compartido. Y a enfrentarse a los dogmas que no tienen otra función que justificar el poder.