Lo más difícil de conseguir
Como animales hipersociales que somos, nos va la vida en la capacidad de anticipar y manipular el comportamiento de los demás. No parece descabellado que haya sido esta la causa principal de nuestro gran cerebro.
Hace alrededor de dos millones de años ocurrió algo extraordinario que cambió el curso de la historia de la vida en nuestro mundo. Una de sus criaturas tuvo una idea. Se le ocurrió que podía golpear dos piedras entre sí para quebrarlas y obtener aristas con las que cortar. No sabemos con certeza a qué especie perteneció aquel primer inventor (¿o inventora?), lo que sí sabemos con seguridad es que pertenecía a nuestra propia estirpe, la de los homínidos. Los homínidos somos primates del mismo tipo que gorilas y chimpancés, pero a diferencia de ellos somos bípedos y nuestros caninos están menos desarrollados. Los humanos somos un tipo de homínido que, además, tenemos un enorme cerebro.
El peso promedio del cerebro de los primeros humanos superaba largamente el medio kilo, mientras que el de los chimpancés y los homínidos anteriores no rebasa los 450 gramos. Un aumento del tamaño cerebral de algo más de 100 gramos no parece muy impresionante, pero supone un incremento de entre un 20% y un 25%, una cifra nada despreciable. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el tejido nervioso es el más costoso de generar y mantener. Nuestro cerebro consume cerca de un 20% del total de calorías que ingerimos cada día, aunque no supone más que el 2% del total del peso corporal. O sea, que cada gramo de cerebro consume diez veces más energía que cada gramo de cualquier otro órgano. Y en mundo donde conseguir el diario sustento es una cuestión de vital importancia, cualquier derroche innecesario se suele pagar con la vida. De modo que aumentar en casi una cuarta parte el tamaño del órgano más costoso del cuerpo debe de tener alguna explicación.
El invento de la talla de la piedra coincidió con la aparición de los primeros humanos y es muy tentador relacionar ambos acontecimientos. Tal vez, el aumento del tamaño cerebral esté en relación con la mayor capacidad de los humanos para entender los mecanismos naturales y actuar sobre ellos en nuestro propio beneficio. A fin de cuentas, los humanos somos la criatura del planeta con el mayor cerebro, en relación a su peso corporal, y también la única que ha desarrollado capacidades tecnológicas, desde la talla de la piedra hasta las naves espaciales. Así que relacionar tamaño cerebral e inteligencia tecnológica tiene mucho sentido. Pero continuemos con nuestra historia.
Hace algo más de un millón y medio de años, los humanos inventaron una nueva forma de tallar la piedra, a la que denominamos Achelense. El Achelense es mucho más complejo que el mero golpear guijarros para obtener lascas cortantes. Esta nueva forma de tallar la piedra se caracteriza por la fabricación de elementos tan sofisticados como los bifaces o hachas de piedra, dotados de una hermosa simetría bilateral. Para fabricar un bifaz no es suficiente con golpear mañosamente las piedras, además es preciso hacerlo en una secuencia predeterminada que solo tiene sentido en relación con el producto final. En la talla de tipo achelense distinguimos la aparición de la planificación y del pensamiento estratégico. Como había ocurrido con los primeros talladores de la piedra, esta revolución tecnológica también coincide con un incremento en el tamaño cerebral, que alcanza valores que superan los 800 gramos de peso. Nuevamente, tamaño cerebral e inteligencia tecnológica parecen avanzar de la mano.
La Sima de los Huesos es un conducto vertical de unos 14 metros de caída que se encuentra en uno de los vericuetos de la Cueva Mayor, en la Sierra de Atapuerca. A su pie, a casi un kilómetro de distancia de la actual entrada a la cueva, se encuentra el mayor yacimiento de fósiles humanos del planeta. Allí se vienen recuperando, desde hace casi tres décadas, los restos de no menos de 28 personas, de ambos sexos y diferentes edades, cuyos cuerpos se acumularon allí hace alrededor de medio millón de años. Los hallazgos e investigaciones realizados en la colección de la Sima de los Huesos nos permiten conocer a aquellos humanos como a ninguna otra especie humana fósil. Y entre los descubrimientos realizados destaca el del tamaño de sus cerebros, que ha podido estimarse con gran precisión en varios ejemplares y que muestra un valor promedio de 1.250 gramos. Un gran salto en el tamaño cerebral desde los inventores del Achelense, más de un millón de años atrás en el tiempo. Cabría esperar que, merced a sus mayores cerebros, los humanos de la Sima de los Huesos tuvieran una tecnología más avanzada. Pero lo cierto es que tallaban la piedra al modo achelense, del mismo modo que sus lejanos antepasados. Pero, entonces, ¿cómo explicar sus grandes cerebros?
Las personas que llenaron de bisontes las paredes de la cueva de Altamira, hace unos 14.000 años, pertenecían a nuestra propia especie, Homo sapiens, y el tamaño de sus cerebros, como el de los nuestros, ya rondaba el kilo y medio de peso. Desde entonces, el desarrollo tecnológico ha progresado espectacularmente pero no el tamaño cerebral. Por otra parte, todos los seres humanos tenemos enormes cerebros, y sin embargo, el desarrollo tecnológico es muy dispar entre las distintas culturas. Así que no parece existir una relación tan evidente entre tamaño cerebral e inteligencia tecnológica. Es posible que la inteligencia tecnológica sea la consecuencia de nuestro gran cerebro pero no su causa. Y si no es la inteligencia tecnológica, ¿qué otro tipo de problema puede ser tan importante para nuestra supervivencia, y que sea tan difícil de resolver, que haga necesario invertir en una cantidad tan grande de materia gris?
En realidad, no hace falta mucho cerebro para entender los mecanismos naturales. Al menos no para comprenderlos al nivel necesario para la supervivencia. Los fenómenos naturales son regulares, se producen siempre de la misma manera, lo que les hace fácilmente predecibles. Lo que sí que resulta tremendamente difícil de predecir es el comportamiento de las personas. Somos criaturas con un elevado nivel de autoconsciencia, muy imaginativas, con buena memoria y de genio vivo... un cóctel difícil de manejar. Y además formamos grupos numerosos, donde el comportamiento de unos afecta constantemente a todos los demás. Y como animales hipersociales que somos, nos va la vida en la capacidad de anticipar y manipular el comportamiento de los demás. Seguramente, son los otros el problema tan complejo que ha requerido el aumento del tamaño cerebral a medida que las relaciones humanas se iban haciendo más complejas en grupos cada vez más numerosos. El otro animal del planeta que tiene un enorme cerebro, y al que le achacamos una gran inteligencia, son los delfines, que no han desarrollado tecnología alguna que justifique su gran cerebro y aguda inteligencia. A cambio, viven en grupos muy numerosos formados por cientos de individuos cuyo comportamiento es también muy complejo.
No parece descabellado proponer que ha sido la capacidad de entender y manipular a los otros miembros del grupo, inteligencia emocional e inteligencia social, la causa principal de nuestro gran cerebro.
Y es que, a fin de cuentas, no hay nada que sea más importante para alcanzar el éxito, ni tan difícil de conseguir, como la voluntad de los demás.