El fin de la dinastía Bush (por ahora)
Jeb era todo lo que se esperaba de un Bush: alto, inteligente, estudioso, valiente, bien educado. George era el mayor, pero era bajito, intelectualmente mediocre y problemático.
Jeb era todo lo que se esperaba de un Bush: alto, inteligente, estudioso, valiente, bien educado. George era el mayor, pero era bajito, intelectualmente mediocre y problemático.
Cuando Jeb se presentó para ser gobernador de Florida por primera vez, en 1992, viajé con él en un avión privado que sobrevoló el Parque Nacional de los Everglades. Él era un ecologista de la vieja escuela y me dio una detallada clase sobre los patrones del flujo del agua en los pantanos y sobre los problemas de contaminación a los que se enfrentaban.
Fui con él a una pequeña emisora de radio de habla española en alguna parte del interior de Florida Central, y él habló al micrófono en español, con una tranquilidad y una musicalidad pasmosas.
Jeb mostraba timidez en política, lo que en parte tenía su encanto. Transmitía la sensación de que estaba metido ahí por obligación (pero en el buen sentido de la palabra). Es lo que había que hacer. Es lo que hacían los Bush. Servir al país como mejor sabían.
En una cosa estaba de acuerdo con la familia: este hombre tenía autenticidad y gracia. Para alguien de Florida podía estar bien votar por él.
Es cierto que ese año perdió inesperadamente, pero su inconformista (e iletrado) hermano mayor arregló la temporada al hacerse gobernador de Texas y comenzar la carrera hacia el Despacho Oval.
Jeb había perdido su momento, y había sido por otro miembro de su familia (aunque de forma involuntaria). La noche de las elecciones, George H.W. y Barbara se vieron sorprendidos y complacidos por la victoria de su hijo mayor, pero les preocupaba más los sentimientos de su segundo hijo, el inteligente, el sensible, el que tenía talento.
Jeb nunca se recuperó. El ritmo y la oportunidad lo son todo en política, y con el paso del tiempo y los dos controvertidos mandatos de su hermano (además de por el creciente conservadurismo que de ello derivó), Jeb nunca tuvo su momento.
Pero los Bush nunca abandonan y los Bush odian perder, sea en lo que sea.
Por eso, hace tres años, Jeb volvió con discreción al circuito republicano, pasando por debajo del radar, hablando con pequeños inversores y organizando eventos a los que nadie prestó mucha atención.
Hace dos años, en una cena privada con donantes republicanos en Detroit, sorprendió a sus compañeros de mesa tratando de convencerlos sobre un candidato que nadie imaginó que se presentaría.
En una cena en un prestigioso club privado de Washington, Jeb apareción con su atractivo hijo George P. Bush, ahora comisario de distrito de Texas.
La mayoría dio por hecho que Jeb estaba ahí para apoyar y presentar a su hijo, que entonces tenía 37 años, como heredero de la empresa familiar ahora que Jeb parecía quedar en segundo plano. De ahí que pillara por sorpresa a todos los titanes corporativos, senadores, y ex secretarios de Estado cuando fue él mismo quien se presentó como candidato para 2016.
Siempre he pensado que en realidad él no quería, que lo hacía porque es lo que hacen los Bush, y que él no había aprovechado su turno (pese a que no era su turno). Siempre he pensado que sabía que sus posibilidades eran lejanas, dados los cambios que se habían producido en política y dado que la última vez que se presentó fue en 2002. Siempre he pensado que los pícaros de sus asesores sabían todo esto, pero les daba igual porque querían el dinero.
Estoy convencido de que no le dijeron lo que realmente pensaban.
Como tampoco hicieron en su familia. En su lugar, lo apoyaron con todas las fuerzas que pudieron reunir. Pese a estar débil y mayor, el presidente George H.W. levantó los teléfonos, hasta para llamar al gobernador de Carolina del Sur, Nikki Haley. George hijo voló allí desde Texas e hizo la debida ronda, recordando a todo el mundo por qué les tenía que gustar su hermano como persona, aunque sin hacer referencia a su figura como presidente. Luego llegó Barbara, y se esforzó más que el resto por su querido hijo Jeb.
Ahora es fácil hacer bromas de ellos. Los protestantes blancos anglosajones de cierta edad siempre están fuera lugar y fuera de momento de una forma casi cómica. Pero tampoco deberíamos mostrarnos tan ilusos ante sus logros y sus creencias. Vale, estaban ahí "para servir", pero ese servicio les ayudó a ganar dinero y poder, y fue mayoritariamente en favor del consenso entre empresas y política.
El talento de George H.W. para subir poco los impuestos no es tanto una muestra de su valentía como de la pequeñez de nuestra política.
Pero, como señala Jon Meacham en su excelente libro Destiny and Power sobre Bush padre, hay mucho que decir sobre este tipo de familias. Han sido y serán una parte importante, incluso indispensable, de la historia estadounidense. Al fin y al cabo, somos un país más basado en la vida familiar, la fe y el libre mercado que en la prerrogativa del Gobierno. Al fin y al cabo, nuestro concepto de nación deriva de la gente, y eso equivale a la familia.
En la época colonial y poscolonial, la familia Bush era de sacerdotes episcopales. Luego, Samuel Bush de Columbus (Ohio) se hizo millonario con la empresa del motor, y a principios del siglo XX se convirtió en el primer Bush en política, como líder fundador de la Asociación Nacional de Fabricantes de Washington.
Su hijo Prescott llegó a ser senador y su nombre estuvo en boca de todos como posible vicepresidente. Entre los hijos de este último, destacó George H.W, padre de George y Jeb, y éste padre a su vez del comisario de distrito de Texas.
Fue doloroso ver a Jeb el pasado sábado por la noche. Claramente, no veía el momento de bajarse del escenario y volver a lo que llamó "la vida privada".
Me parece bien que así sea, del mismo modo que me parece bien que su familia lo haya educado en el valor a arriesgarse a perder.
Como dirían los Bush, buena suerte. Y ahora, a esperar a que el hijo de Jeb dé el paso.
Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano