Estamos salvando más vidas que nunca
Las inversiones de Estados Unidos en salud mundial hacen que estemos más seguros y promueven nuestros valores. Todas las naciones deben invertir en salud. Es una de las formas más claras de construir ese mundo más seguro y justo que todos queremos.
Cuando tomé posesión como secretaria de Estado, pregunté a nuestros diplomáticos y expertos en desarrollo: "¿Cómo podemos mejorar?" Veía todas nuestras cualidades, entre ellas las decenas de miles de funcionarios públicos que se levantan cada día pensando en cómo defender los intereses de Estados Unidos y promover nuestros valores en el mundo. Al mismo tiempo, veía áreas en las que podíamos mejorar como socios y podíamos trabajar más para sacar el máximo partido a cada hora de esfuerzo y cada dólar. Lo veía en nuestra diplomacia, en nuestra labor de desarrollo... y en nuestro trabajo para promover la salud en todo el mundo.
Estados Unidos llevaba decenios encabezando la lucha mundial en defensa de la salud. Durante el Gobierno de mi marido, empezamos a conseguir que los fármacos para tratar el VIH fueran más asequibles, intensificamos la lucha contra el sida en India y África y aumentamos las inversiones en investigación científica. Bajo el mandato del presidente Bush, firmamos compromisos históricos -en especial relacionados con el sida y la malaria- que salvaron millones de vidas.
El pueblo estadounidense se enorgullece con razón de estas inversiones. Incluso durante la peor crisis económica en una generación, la Administración de Obama se ha comprometido a mantenerlas y ampliarlas. Pero sabíamos que, para que nuestro trabajo siguiera teniendo la misma repercusión, necesitábamos cambiar nuestra forma de trabajar.
Por ejemplo, aunque nuestros organismos estaban haciendo una magnífica labor cada uno por separado, la colaboración entre ellos tenía todavía mucho que mejorar. Los equipos del PEPFAR (el Plan Presidencial de Emergencia para Aliviar el Sida) cooperaban con un país para elaborar un plan de lucha contra el VIH y el sida; luego, nuestro equipo dedicado a la malaria cooperaba aparte con ese mismo país en un plan para dicha enfermedad. Con frecuencia, no estábamos haciendo lo suficiente para coordinar nuestros esfuerzos con los de otros donantes ni con nuestros socios. Y tampoco estábamos contruyendo unas estructuras sostenibles que permitieran a los países socios, llegado el momento, administrar por su cuenta sus propias necesidades.
¿El resultado? Sin quererlo, estábamos poniendo un tope al número de vidas que podíamos salvar. No solo es que pudiéramos ser más eficaces y eficientes, sino que teníamos que serlo. Y debíamos pasar de la ayuda para la salud mundial a las inversiones para la salud mundial, utilizando nuestros fondos como catalizadores que pusieran en marcha un progreso autosostenible.
Comenzamos por definir una serie de siete principios bajo la cobertura de la Global Health Initiative. Entre otras cosas, dimos más importancia a la responsabilidad del propio país, el ideal de que los esfuerzos de cada nación los dirijan, los pongan en práctica y acaben financiándolos su propio Gobierno, sus comunidades, su sociedad civil y su sector privado. Destacamos el papel de la mujer en todos nuestros programas, porque está demostrado que unas mujeres sanas generan familias y sociedades sanas. Y subrayamos la necesidad de reforzar los sistemas de salud para adquirir sostenibilidad y garantizar una mayor eficacia de la coordinación entre programas.
Modificamos muchos de nuestros programas para que reflejaran estos principios. Hoy, cada uno de nuestros equipos sobre el terreno evalúa cómo encaja en una visión y un programa de conjunto, basándose en un plan de salud establecido por el país en el que estamos trabajando. Asimismo tomamos varias medidas prácticas para reducir los costes, como el cambio a los fármacos genéricos contra el sida, que supuso un ahorro de más de 380 millones de dólares solo en 2010.
Además, convertimos la salud mundial en una de nuestras prioridades diplomáticas, porque la lucha contra la enfermedad necesita una autoridad política. Los donantes y los países socios deben hacer que la salud sea prioritaria en sus presupuestos. Sus políticas deben reflejar un compromiso duradero de mejorar el acceso a la atención sanitaria para todos, no solo unos cuantos privilegiados. Deben luchar contra la corrupción. Y todos estos son unos retos intrínsecamente políticos. Por eso ordené a nuestros embajadores en todo el mundo que destacaran la salud en sus conversaciones con presidentes, primeros ministros y líderes extragubernamentales.
¿Qué significa todo esto en la práctica?
A través de nuestra diplomacia sanitaria mundial, hemos atraído a nuevos socios y hemos conservado a los viejos; si nosotros hemos asignado 4.000 millones de dólares al Fondo Mundial de lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria desde 2009, otros donantes han asignado 7.000 millones de dólares.
Estamos derribando los muros que antes separaban a nuestros equipos y, sobre todo, integrando los servicios sanitarios que necesitan los pacientes. Por ejemplo, estamos apoyando a un grupo de trabajadores de la sanidad en las áreas rurales de Malaui que van puerta a puerta para ofrecer diversos servicios como pruebas de sida y asesoramiento a los pacientes, evaluaciones en materia de nutrición, planificación familiar y pruebas de tuberculosis.
Asimismo estamos viendo que cada vez más países de rentas bajas y medias invierten más en la salud de su población. A principios de este año, USAID colaboró con India y Etiopía para conseguir que 80 países se pusieran de acuerdo sobre un plan para acabar con las muertes infantiles prevenibles. Juntos, llegamos a compromisos concretos sobre cinco estrategias específicas -desde concentrar nuestra financiación en las poblaciones más afectadas hasta estimular más investigación e innovación- que acelerarán nuestros progresos con el fin de que, un día, todos los niños puedan vivir para celebrar su quinto cumpleaños.
Y nuestra labor para promover la responsabilidad de cada país está dando fruto. Por ejemplo, PEPFAR está dejando de dedicarse a emergencias para empezar a construir sistemas de salud sostenibles. Decir que eso ha supuesto un cambio trascendental no es exagerar nada. Hace unos meses visité Suráfrica, donde acordamos una serie de medidas que colocaron a los surafricanos en primera línea de la lucha contra el sida y comprometió a ambos países a extender la prevención, la asistencia y el tratamiento a más personas. Al tomar la iniciativa, el Gobierno surafricano garantiza que su estrategia nacional será sostenible e incluso más sensible a las necesidades concretas de las diferentes comunidades. Queremos que más de nuestros países socios asuman un papel similar en cuanto estén preparados para hacerlo.
Todo este trabajo está permitiendo obtener frutos palpables. Estamos dando, en colaboración con nuestros socios, tratamiento contra el sida a 4,5 millones de personas, un incremento de más del 160% respecto a 2008. En ese mismo periodo, el número de personas que han recibido medidas de prevención de la malaria asciende a 58 millones, un aumento del 132%. El índice de mortalidad materna en nuestros países socios ha bajado un 15% en los últimos cuatro años, y va camino de descender un total del 26% de aquí al próximo año.
Por supuesto, llevar estos principios a la práctica no siempre ha sido fácil. En el camino ha habido obstáculos. Hemos visto más progresos en unos lugares que en otros. Pero nuestra misión sigue siendo la misma: seguir consiguiendo victorias juntos y extendiéndolas a más personas en más sitios. De modo que seguiremos colaborando con nuestros socios en la elaboración de planes para cada país que permitan obtener el mejor resultado de nuestras inversiones.
También estamos dando más importancia al papel fundamental que desempeña la diplomacia sanitaria mundial para garantizar que se sigue avanzando. El Departamento de Estado ha creado una nueva Oficina de Diplomacia Sanitaria Mundial, dirigida por un embajador especial, que utilizará todo el peso de la diplomacia estadounidense para promover nuestros objetivos de salud en todo el mundo. Es decir, para animar a otros donantes a mantener o ampliar sus aportaciones, colaborar con los países socios mientras tratan de cumplir sus responsabilidades y coordinarse con las organizaciones internacionales de la salud, la sociedad civil, el sector privado, organizaciones confesionales y fundaciones. La oficina ayudará además a nuestros embajadores con la información y las herramientas necesarias para causar más efecto sobre el terreno, donde se lleva a cabo la auténtica labor sanitaria.
Por último, siguiendo el consejo de la vieja máxima "Lo que se mide se hace", estamos probando un sistema de puntuación que nos permitirá a nosotros y a nuestros socios valorar los progresos en la construcción de programas de salud sostenibles y dirigidos por cada país. Estamos fijando objetivos y comprobaremos de forma periódica qué tal lo estamos haciendo. Queremos que nuestros progresos sean transparentes y que nuestros socios nos hagan preguntas difíciles. Pueden estar seguros de que nosotros también lo haremos.
En resumen, las inversiones de Estados Unidos en salud mundial están salvando vidas. Hacen que estemos más seguros y promueven nuestros valores. Pero es una responsabilidad compartida. Todas las naciones -tanto los países socios como los donantes- deben invertir en salud. Es una de las formas más claras de construir ese mundo más seguro y justo que todos queremos.
Este post apareció inicialmente en la Global Health and Diplomacy Magazine
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.