Narcotizado, asfixiado, descuartizado: cinco años sin Khashoggi y el mundo sigue con la alfombra roja a Arabia

Narcotizado, asfixiado, descuartizado: cinco años sin Khashoggi y el mundo sigue con la alfombra roja a Arabia

La ejecución del periodista crítico con Riad en su consulado de Estambul hizo que el mundo diera la espalda al heredero Bin Salman. Duró un suspiro: los intereses diplomáticos y económicos se impusieron y no hay justicia, reparación ni memoria.

Una agente de policía turca pasea ante un mural en homenaje a Jamal Khashoggi, cerca del consulado donde fue asesinado, en Estambul.Lefteris Pitarakis / AP

Un hombre entra a un consulado de su país a arreglar los papeles para su boda y nunca más sale vivo. Una prometida que espera en la calle, un teléfono que no responde, una vida que está siendo robada entre torturas y angustia. El 2 de octubre de hace cinco años moría asesinado en Estambul (Turquía) el periodista saudí Jamal Khashoggi, colaborador del diario norteamericano The Washington Post, residente en Estados Unidos y crítico con los gestores de su reino. Una ejecución deliberada y premeditada que apunta a Riad y, más concretamente, al príncipe heredero, Mohamed bin Salman, por la que no ha habido ni verdad ni justicia ni reparación. 

La brutalidad de aquel ataque llevó a Occidente a distanciarse de Arabia Saudí, en lo político, lo económico y lo defensivo, pero las aguas volvieron a su cauce poco después, con la realpolitik imponiéndose. "De nuevo, el dinero es lo primero", como denuncia la novia viuda, Hatice Cengiz. Los procesos judiciales, que los ha habido, han acabado en nada, por lo que tampoco por ese flanco ha llegado descanso a su familia y amigos. Un lustro después, no hay visos de que las cosas vayan ca cambiar. Si su nombre no se borra es porque queda quien pelea por él, aunque sea sin esperanza. El grito, no más. 

El contexto

Jamal Khashoggi, nacido en 1958, era un periodista muy reputado en su país, Arabia Saudí. Su familia había sido cercana a la Casa de Saud durante mucho tiempo pero las cosas comenzaron a cambiar cuando el príncipe heredero, Mohammed bin Salman (MSB, como se le conoce), ascendió al poder. Fue hacia 2017 que quedó convertido en el capitán de facto, ante la imposibilidad de gobernar del enfermo rey Salmán bin Abdulaziz. Su política personalista y su mano de hierro no gustaban a Khashoggi, que comenzó a dejar constancia de ello en sus artículos.

MSB no se anda por las ramas, la prensa crítica no existe bajo su manto, o se comulga o se paga. Según Reporteros Sin Fronteras (RSF), "no existen medios de comunicación libres en Arabia Saudí y los periodistas saudíes están sometidos a una estrecha vigilancia, incluso en el extrajero". "Desde 2017, la cantidad de periodistas y blogueros encarcelados se ha más que triplicado", ahonda. Por eso ocupa el puesto 170 en una lista de 180 naciones en cuanto a libertades de prensa se refiere. A la cola, en rojo oscuro. 

Ante este panorama y las amenazas que estaba recibiendo -pese a la buena posición de sus allegados-, Khashoggi emigró a Estados Unidos un año antes de su asesinato. Allí comenzó a publicar editoriales antigubernamentales aún más libres en las páginas de The Washington Post. En 2018 conoció a Cengiz, una activista turca por los derechos humanos, y le propuso matrimonio. Por eso, el 2 de octubre, fueron juntos al consulado de Arabia Saudí en Estambul, porque los funcionarios les habían avisado de que ya estaban los documentos que necesitaban para la boda. Fue su fin.

Un guardia de seguridad se asoma a la puerta del consulado de Arabia Saudí en Estambul, donde mataron al periodista, el 9 de octubre de 2018.Lefteris Pitarakis / AP

Los hechos

Cengiz afirma que lo esperó fuera del consulado saudí durante 10 horas, pero su prometido nunca salió. No pudo contactar con él ni la dejaron hablar con el personal del consulado, por lo que dio parte a las autoridades turcas. A partir de entonces, se fueron conociendo una serie de detalles espeluznantes: entre acusaciones, negaciones y contrademandas, se supo que Khashoggi había sido asesinado dentro del consulado saudita. Su cadáver había sido desmembrado y su cuerpo nunca fue encontrado. Nadie sabe cómo fue sacado y dónde acabó. 

Los detalles del crimen son tan espantosos como ilustrativo de lo que se puede llegar a hacer contra un disidente. El periódico Daily Sabah -próximo al Gobierno turco- publicó en 2019 lo que los micrófonos instalados por la Inteligencia turca pudieron sacar en claro del asunto. Mucho y muy duro. 

La grabación empieza con una conversación entre dos altos funcionarios saudíes involucrados en el asesinato minutos antes de que Khashoggi entrara en el edificio diplomático. En ella, el alto oficial de la inteligencia saudí Maher Abdulaziz Mutreb pregunta si ya "ha llegado el animal para ser sacrificado" y si deberían meterlo en una bolsa. El forense Mohammad Abdah Tubaigy, supuestamente trasladado a Turquía desde Arabia para este cerco, le responde que Khashoggi es demasiado alto y pesado y recomienda descuartizarlo para sacarlo del edificio en varias bolsas.

"Siempre he trabajado con cadáveres. Sé cortar muy bien. Sin embargo, nunca he trabajado con un cuerpo caliente, pero también lo lograré fácilmente. Normalmente me pongo los auriculares y escucho música cuando descuartizo cadáveres. Mientras tanto, bebo mi café y fumo. Después de desmembrarlo, envolveré las piezas en bolsas de plástico, las colocaré en bolsas y las sacaré (del edificio)", afirma el forense, según las transcripción del diario turco. Los dueños de ambas voces acabaron procesados en Riad. 

"Tengo asma. No lo hagas, me asfixiarás"

El audio continúa con la entrada de Khashoggi en el edificio. Entonces, Mutreb le dice al periodista que hay una orden de la Interpol solicitada por Riad para que vuelva a su país, mientras que Khashoggi responde que no existen órdenes de extradición contra él y que su prometida está en la calle esperándole. Los funcionarios saudíes le piden que deje un mensaje a su hijo diciendo que se encuentra bien, por si éste intentara localizarlo, pero Khashoggi se niega.

Después el periodista ve una toalla y pregunta a sus captores si van a drogarlo, y estos le responden que van a hacer que se duerma. Tras haber sido drogado, Khashoggi pide que "no le dejen con la boca cerrada" antes de perder el conocimiento. "Tengo asma. No lo hagas, me asfixiarás", fueron las últimas palabras que se pudieron escuchar al columnista. 

Luego, fue efectivamente asfixiado con una bolsa de plástico mientras sus captores dudan de si sigue con vida. "¿Está dormido?", pregunta uno. "Está levantado la cabeza", constata otro. "Sigue apretando, aprieta bien", apremia el primero. Pasado un rato, comienza a escucharse el sonido de una sierra de autopsia, un ruido que dura una media hora, tiempo en el que se cree que el forense descuartiza a Khashoggi. De fondo, los funcionarios pusieron música alta para que no se pudiera escuchar nada desde fuera del consulado. 

Protesta en Túnez, en noviembre de 2018, reclamando justicia por el caso Khashoggi.Hassene Dridi / AP

Las responsabilidades

Tras las primeras negativas, el régimen saudí acabó reconociendo que el periodista fue asesinado en el interior del Consulado saudí en Estambul por altos cargos del régimen, una operación que calificó de "deshonesta", pero negó cualquier responsabilidad del príncipe heredero, dijo todo había sido sin el conocimiento del Gobierno. Bin Salman negó cualquier implicación personal y todavía no se ha desvelado qué sucedió con el cuerpo del reportero.

Turquía, con el presidente Recep Tayyip Erdogan al mando, pidió cuentas a Riad y puso a trabajar en el caso a sus mejores unidades policiales. De inicio, afirmó que "la orden de matar a Khashoggi vino de los máximos niveles del Gobierno saudí", pero con el tiempo, la fuerza de su acusación y de los medios para el caso se fue perdiendo, como pasaría con los meses en el resto de Occidente, anteponiéndose las relaciones bilaterales a la justicia. Como recuerda EFE, sólo un asesor del mandatario turco se atrevió a formular la frase que todos pensaban: "MSB tiene las manos manchadas de sangre"

La Fiscalía turca abrió juicio in absentia contra 20 saudíes en marzo de 2020, acusación que amplió luego a seis personas más. El inicio del caso en el plano judicial parecía prometedor, pero se empantanó y justo dos años más tarde ya no era nada: el ministerio público renunció a seguir investigando. Dijo que era imposible seguir porque los acusados no estaban allí en persona. Sin embargo, las organizaciones de derechos humanos locales e internacionales afirmaron que la decisión fue política, resultado de la reconciliación de Turquía y Arabia Saudí después del asesinato. Ahí están los viajes cruzados de Erdogan a Riad y de MSB a Ankara. 

El reino saudí se abrió otro proceso judicial, poco antes del turco. El juicio se celebró en este caso en diciembre de 2018. Todo fue a puerta cerrada. La sentencia final: cinco condenados a muerte por el asesinato de Khashoggi y tres encarcelados con penas de siete a diez años de duración. Las penas de muerte fueron conmutadas por 20 años de prisión, por petición de las familias de los condenados, y las autoridades saudíes declararon cerrado el caso.

De esta forma, el reino saudita dio carpetazo al caso, pero lo que pasara de puertas para adentro en aquel juicio ha sido calificado de "farsa" y de "parodia de la justicia" hasta por Naciones Unidas. El informe presentado sobre este caso por Agnès Callamard, una experta francesa en derechos humanos y entonces relatora especial sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias nombrada por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, sostiene que el veredicto no es ni legítimo ni creíble, porque el proceso no fue "ni justo ni transparente"

Línea a línea, desmonta el "fin" de Arabia: insiste en que fue un asesinato "planificado y perpetrado" por "representantes del Estado de Arabia Saudi", no por versos sueltos. Y añade: "Hay pruebas creíbles que garantiza una investigación adicional de altos cargos saudíes por su responsabilidad particular, incluido el príncipe heredero (...). De hecho, esta investigación de Derechos Humanos ha mostrado que hay pruebas suficientes respecto a la responsabilidad del príncipe heredero que reclaman una mayor investigación".

No es Turquía, no es la ONU, es que hasta Estados Unidos y su poderosa CIA dijeron lo mismo: Mohamed bin Salman ordenó el asesinato del periodista crítico. Según el Post, de los 15 miembros del escuadrón de la muerte que asesinaron al columnista en Estambul, al menos siete de ellos eran miembros de la seguridad personal del príncipe y el resto eran plantilla del Centro Saudita de Estudios y Medios, comandado por uno de sus más cercanos colaboradores. Concluyen que no era posible que una operación tan grave, en otro país (más allá de la protección consular), se hiciera sin el visto bueno de las máximas instancias. 

Cengiz, la prometida de Khashoggi y la organización estadounidense que él ayudó a fundar antes de morir, Democracy for the Arab World Now (DAWN), también iniciaron un caso civil en EEUU. Sin embargo, este caso fue desestimado también a finales de 2022, cuando el Gobierno estadounidense dictaminó que bin Salman tenía inmunidad procesal por ser jefe de Estado. Y es que el príncipe fue nombrado primer ministro saudita en septiembre de 2022, con lo que quedaba protegido frente al mundo. El derecho internacional prohíbe a los tribunales de un país tomar medidas contra el jefe de estado de otro "mientras esté en el cargo". EEUU, en concreto, le ha dado garantías de que no va a ser juzgado y por eso se le ha visto, sin ir más lejos, en Nueva York, el pasado septiembre, en la Asamblea General de la ONU. "Hoy lo han vuelo a matar", dijo la prometida al conocer la noticia. 

Organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional no tienen tan claro esa protección y abogan por aplicar el principio de la llamada justicia universal para que el heredero saudí, a quien también señalan, pague por el crimen. A su entender, fue un asesinato "autorizado por el estado" que necesita aún de una investigación con tres "íes": internacional, independiente e imparcial. Hay que identificar a los implicados, no sólo a cabezas de turco, "por alto que sea su rango o estatus", dice el comunicado difundido con motivo de este quinto aniversario del crimen. No obstante, reconoce que se ha llegado prácticamente a una vía muerta: "el camino hacia la justicia por su asesinato sigue completamente bloqueado", lamenta AI. 

Aquí no ha pasado nada

Nada de esto ha acabado moviendo a MBS. En un documental de la televisión estadounidense PBS, en 2019, asumió su "responsabilidad" porque el crimen sucedió bajo su "supervisión". Hace dos semanas, entrevistado por la cadena norteamericana Fox durante su visita a EEUU, afirmó: "Fue un error, fue doloroso y estamos haciendo lo mejor que podemos para reformar el sistema, para seguir las reglas y garantizar que todo el mundo esté a salvo".

Un editorial del Washington Post para homenajear a su compañero asesinado incide en estas declaraciones. Se pregunta qué quiere decir error, qué quiere decir hacer mejor las cosas. Recuerda el diario que en julio de 2022 Joe Biden, el presidente de EEUU, viajó a Arabia (para pedirle que liberara má petróleo y bajaran los precios, cosa que el heredero no hizo) y supuestamente recibió "garantías con respecto a reformas y salvaguardas institucionales establecidad para protegerse contra cualquier conducta de este tipo en un futuro". Son palabras del comunidado de la Casa Blanca. 

Pero ni el Post ni Amnistía ven lo que no hay: hechos, más allá de las palabras. Arabia Saudí es, tras China e Irán, el país del mundo que más penas de muerte ordena. El año pasado, fueron 196, 81 de las cuales se aplicaron un mismo día, como lección. Es la cifra más alta registrada en el país en 30 años. De enero a julio del presente año ya han sido ejecutados más de cien civiles, indica AI. "Se ha intensificado la escalofriante campaña de represión con un alcance y una escala sin precedentes", constata. 

Joe Biden saluda a Mohammed bin Salman en la visita del norteamericano a Jeddah, Arabia Saudí, en julio de 2022. Anadolu Agency via Getty Images

En el caso de la prensa, en concreto, habla de que sigue la "represión implacable", de la que la desaparición forzada, las torturas y la ejecución extrajudicial de Khashoggi es buen ejemplo. "Es espantoso que en lugar de presionar para que se haga justicia por su asesinato, la comunidad internacional siga extendiendo la alfombra roja a los líderes de Arabia Saudita en cualquier oportunidad, anteponiendo los intereses diplomáticos y económicos a los derechos humanos", afirma en el comunicado de Amnistía Callamard, que pasó de la ONU a ser la secretaria general de esta organización.

Y es que no ha pasado nada. Sólo tiempo. En los primeros meses tras el asesinato, se notó un enfriamiento en los contactos entre países occidentales y Arabia, al menos de cara a la galería. Los ejemplos más claros de esta lejanía fueron los pasos dados por EEUU y Alemania: el primero dijo no a venderle unos misiles Patriot ya apalabrados, por valor de más de 3.000 millones de dólares, y el segundo dejó frenado un contrato de municiones, por 35 millones más. 

En 2020, en la campaña que lo llevó a la Casa Blanca, Biden llegó a decir que Arabia Saudí era un "paria" mundial por su comportamiento en el caso Khashoggi. Palabras contundentes que resonaron en todo el mundo, pero que dos años más tarde ya no eran nada. Se vio claramente en la visita del demócrata a Riad de hace un año. Rompiendo el turno pactado de preguntas en su comparecencia conjunta ante la prensa, un informador norteamericano tuvo el arrojo de preguntar a Bin Salman: "Jamal Khashoggi. ¿Va usted a pedirle disculpas a su familia, señor?". Todos los asesores dieron rápidamente por terminado el encuentro, pero de fondo otra voz, femenina esta vez, insistía a Biden: "Presidente Biden, ¿es Arabia Saudí aún un estado paria?". Las caras, las caras... 

No, Arabia no es ningún paria. No hay más que ver todo lo que ha logrado en el último mes: un permiso para vincular su red eléctrica con la de Grecia y la instalación de una fábrica de la firma norteamericana de coches Lucid Motors en su territorio, mientras está cerrando con Washington un acuerdo defensivo y tiene en la cocina la posible normalización de sus relaciones diplomáticas con Israel, todo ello tratado la pasada semana en EEUU

Todo eso, sin contar con que este año ya ha estabilizado sus relaciones con Irán, rotas desde hacía siete años, gracias a la mediación de China -lo que evidencia que también está de buenas con el gigante asiático-, está negociando el fin de la guerra en Yemen, ha ejercido como mediador para la guerra de Ucrania y se ha aliado con Rusia para mantener los precios del petróleo altos en la OPEP+. Si a esto se le añade la apuesta de MBS en el programa Visión 2030, "un marco estratégico para reducir la dependencia de Arabia Saudita del petróleo, diversificar su economía y desarrollar sectores como salud, educación, infraestructura, recreación y turismo" para el que ya tiene numerosos socios internacionales o la apuesta por el deporte y los grandes fichajes, queda claro que lo que le pasó a Khashoggi es agua pasada.

Sólo los suyos insisten. "No ha habido cierre", clama el Post, porque cierre significa "tener la verdad y exigir responsabilidades al príncipe heredero Mohamed bin Salman, que mató a los asesinos, y a todos los demás involucrados". Y lanza un mensaje al mundo: "Nadie debería aceptar el encubrimiento saudita. MBS le robó Jamal Khashoggi a su familia, a sus amigos y a sus colegas. Eludió la responsabilidad por su asesinato y continuó atormentando a los sauditas que disienten". 

Cinco años. Un muerto. Todo igual. 

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.