Un año de la caída de Mariupol, la ciudad mutilada que enseñó al mundo el rostro de Putin
Los bombardeos contra edificios civiles, la maternidad y el teatro, la resistencia en Azovstal: tres meses de infierno tras el que Moscú tomó el poder absoluto. Quedan el control férreo, la miseria y el exilio. También la esperanza de reconquista.
El 20 de mayo de 2022, hace justo un año, se puso fin al asedio de la ciudad de Mariupol, en Donetsk, Ucrania. Finalizaba una de las batallas más largas y sangrientas de cuantas deja la invasión rusa, vieja de 15 meses, con los ocupados obligados a bajar los brazos, incapaces de soportar más los bombardeos encarnizados, centrados en los edificios e infraestructuras civiles -eso que está catalogado como un crimen de guerra- y que convirtieron este puerto en el Mar de Azov en una segunda Alepo.
Hoy Mariupol es una ciudad mutilada, destrozada, con la mitad de población y sometida a la administración de Moscú -que en septiembre se anexionó ilegalmente el territorio-, dividida entre los que anhelan la reconquista, se alinean con los agresores o, simplemente, tratan de sobrevivir. No pueden hacerlo los 23.000 civiles que, según las cifras más conservadoras aportadas por el Gobierno de Kiev, murieron en el cerco.
Por qué Mariupol
La ciudad de Mariupol ya sabía del interés de los rusos por hacerse con ella. Lo intentaron, pero les duró muy poco, en 2014, cuando se inició la guerra de la que la "operación militar especial" de ahora es una continuación. Por eso no extrañó que estuviera entre las primeras dianas del mismo 24 de febrero de 2022, cuando empezó la ofensiva. Parece una ciudad media en el mapa, unos 450.000 habitantes en el momento del asedio, pero era un terreno que se interponía en el plan de las tropas rusas de asegurarse un corredor terrestre entre Crimea, anexionada hace nueve años, y la región del Donbás, donde grupos prorrusos llevaban batallando contra Kiev también desde entonces.
Además, Mariupol ha sido durante mucho tiempo un puerto estratégicamente importante en el mar de Azov, parte del mar Negro. Con sus muelles profundos, es el puerto más grande de la región y alberga una importante fábrica de hierro y acero. En tiempos de paz, es un centro clave de exportación de estos bienes, además del carbón y el maíz de Ucrania, que iban a medio mundo. Yendo a por ella se estrangulaba también la economía nacional.
También había un punto de soberbia en insistir en esta ciudad: era la base del Batallón Azov, uno de los más carismáticos del ejército ucraniano. No era un grupo grande, pero sí querido, muy resistente, por lo que el golpe de efecto propagandístico de ganarle era alto. Más aún cuando entre sus miembros había gente cercana a la ultraderecha, lo que venía a legitimar el discurso del presidente ruso, Vladimir Putin, de que invadir Ucrania era salvarla de los neonazis en el poder. El chute de moral a la tropa rusa y a los propios ciudadanos fue alto: podían ganar una salida estratégica al mar, ayudar a sus aliados en el Donbás y Crimea, ahondar en la rusificación de la zona y acabar con los fascistas.
Los hitos de tres meses de horror
A lo largo de la primavera de 2022, Mariupol representó el sufrimiento total de la guerra. Conforme pasaban los días, iban llegando las imágenes más duras de ataques sistemáticos no sobre bases militares o edificios de gobierno, sino sobre torres de pisos particulares, residencias de inocentes. Los vecinos se escondían en sótanos o escapaban a pueblos cercanos conforme los bombardeos iban dejándolos sin casa, sin luz, sin agua o sin alimentos. Arreciaban tanto las bombas que no se podía salir ni a enterrar a los muertos.
En sólo una semana, las fuerzas rusas y los combatientes prorrusos en la región circundante de Donbás rodearon la ciudad. Llegaban cada vez menos informaciones de lo que iba pasando, porque los ucranianos de Mariupol se iban, porque no había medios de conectar nada, porque la prensa internacional no podía acceder ante el cerco. Queda para la memoria (y los numerosos premios) el trabajo de los últimos informadores de la agencia Associated Press que fueron los ojos del mundo en la zona.
Por ejemplo, asistieron el 9 de marzo a un ataque aéreo ruso en una sala de maternidad y un hospital pediátrico dejó cinco muertos, incluida una mujer embarazada que fue fotografiada siendo llevada en camilla a un lugar seguro, foto del año 2022 de Evgeniy Maloletka. Murió poco después, junto a su bebé. Las imágenes causan la indignación mundial. Los centros sanitarios no pueden ser un objetivo lícito. El Kremlin afirmó que el edificio protegía a los miembros del Batallón Azov.
Después de varios intentos fallidos de evacuación, un primer convoy de 160 coches salió por un corredor humanitario el 14 de marzo, ante las presiones internacionales para que se diera oxígeno a los atacados. Alrededor de 20.000 personas logran salir en el transcurso de dos días, pero cientos de miles quedaron atrapadas.
El 16 de marzo se produjo el ataque más escalofriante de este asedio: el bombardeado del teatro de la ciudad, que se había convertido en el mayor refugio de la ciudad y que estaba lleno de niños y ancianos. Quedó deshecho. Costó semanas acceder sin riesgos a las ruinas y rescatar los cuerpos. Las cifras bailan: 300 es la más repetida, pero investigaciones independientes llevadas a cabo por medios como AP la duplican. En otro reporte, Amnistía Internacional dijo el año pasado que estábamos ante un "claro crimen de guerra". El ataque lo llevaron a cabo "aeronaves de combate rusas que lanzaron dos bombas de 500 kilos que cayeron una cerca de la otra y detonaron simultáneamente", dicen sus especialistas. Rusia negó su responsabilidad en estos hechos.
La estrategia de tierra quemada fue comandada por el coronel general Mikhail Mizíntsev, ya para siempre conocido como el carnicero de Mariupol. Suya fue la orden de la maternidad y del teatro, también de la ejecución confesada de al menos 93 personas desarmadas y con ropas civiles. Tenía mili: fue uno de los ideólogos de los ataques a la siria Alepo; esa batalla dejó 30.000 muertos. A él se debe, también, la idea de sacar niños de Mariupol y entregarlos en adopción a familias rusas. La práctica se extendió luego a otras zonas ocupadas y se calcula que 15.000 menores han sido desplazados. Es uno de los motivos por los que la Corte Penal Internacional (CPI) persigue a Putin por crímenes de guerra. A Mizintsev lo premió su presidente con el viceministerio de Defensa, pero lo acaba de destituir, tras siete meses de supuesta corrupción y escasos éxitos.
Los bombardeos siguieron, pues, dejando hileras e hileras de barrios residenciales en el esqueleto. Para el 4 de abril, la Alcaldía alcalde de Mariupol cifraba en un 90% el terreno de la ciudad que estaba destruido, un dato avalado por Naciones Unidas. Los muertos llegaban a 20.000, según el Gobierno de Volodimir Zelenski. Así, con la ciudad reventada y casi en total dominio de los rusos, a la semana se anunció desde el Kremlin la "última batalla" en la acería de Azovstal. El mundo entero puso en el mapa este edificio, propiedad del Estado ucraniano, que ya en 2014 fue usada como parapeto cuando las fuerzas separatistas del Donbás intentaron quitarle Mariupol al Gobierno. En su base había un refugio excelente, con búnkeres atómicos y túneles para resistir hasta un ataque nuclear.
De nuevo, el año pasado se pertrecharon en ella combatientes de Azov, por lo que fue atacada desde las primeras semanas de la guerra. Pero también había civiles en las instalaciones. Moscú llegó a dar dos ultimátums a los soldados para que se rindieran, pero se negaron. El 21 de abril, Putin proclama la "liberación" de Mariupol y ordena a sus tropas sitiar Azovstal sin misericordia.
A principios de mayo, unos 500 mujeres, niños y ancianos que se refugiaban en la planta son evacuados, en una operación comandada por Naciones Unidas no exenta de violencia: Ucrania informó de un combatiente muerto y seis heridos mientras ayudaba a sacar a los civiles. Aún quedarían días de bloqueo y sitio, hasta que el 17 de mayo Kiev confirmó que 260 de sus soldados restantes se habían rendido. Muchos estaban gravemente heridos. Aún quedó un reducto, resistiendo. "Héroes", los llamaba Zelenski. En Eurovisión, la Kalush Orchestra ganaba el concurso y gritaba: "Please help Ukraine, please help Mariupol, please help Azovstal, right now" ("por favor, ayuden a Ucrania, ayuden a Mariupol, ayuden a Azovstal ahora").
Todo acabó el 20 de mayo, cuando el ejército ruso anuncia que se han rendido los últimos de 2.439 soldados ucranianos, que fueron hechos prisioneros y llevados a cárceles en la región de Donetsk. Sus familias pelean desde entonces por su liberación, que les preocupa que no se olvide tras su tenacidad, tan simbólica. Algunos de ellos han vuelto a casa, en el proceso de negociación abierto entre Moscu y Kiev y que ha permitido la liberación de 2.000 uniformados en este tiempo, informa EFE.
Al final de todo, Kiev cifró en 23.000 los muertos de la ofensiva, pero medios como The Guardian, en contacto con ONG locales aún operativas en la clandestinidad, hablan de entre 100.000 y 120.000 muertos, sometidos incluso con armas prohibidas como el fósforo blanco. Dentro de la ciudad seguirían, según estas fuentes, unas 120.000 personas, la mitad de las que declara el gabinete de Putin.
La ciudad, ahora
Mariupol está sometida ahora mismo a un cambio de piel, de ciudad ucraniana a rusa. La metamorfosis se lleva a cabo a base de dinero para su reconstrucción, de ayudas a colaboracionistas, de propaganda en los medios -ya no quedan libres- y en las escuelas. El presidente Putin hizo en la ciudad su primera aparición en suelo ocupado ucraniano el pasado 19 de marzo, desafiando la orden de arresto de la CPI, recién conocida. Los medios del Kremlin difundieron las imágenes sin datar, así que se supone que son de ese día. Se le vio hablando con residentes de bloques de viviendas recién levantados y paseando por el centro.
Lo acompañaba su viceprimer ministro, Marat Khusnullin, quien declaró a la agencia Sputnik: "Rusia está en Mariupol para quedarse". El Gobierno, dijo, espera concluir la reconstrucción del casco histórico y comercial de la ciudad a finales de año. También afirmó que "la gente está empezando a regresar" porque ve que "la reconstrucción está en marcha". La respuesta de Kiev fue de desprecio: "el criminal siempre se siente atraído por la escena del crimen". E insiste en que llegará su liberación: "Esperadnos", dice Zelenski.
Poco triunfalista puede ser el balance, un año después, con ese irrisorio 10% de edificios no tocado por las bombas, con los más de 350.000 vecinos obligados a dejar sus casas. La ONU no está notando ese retorno del que habla Moscú y los habitantes de Mariupol siguen repartidos por otros rincones de Ucrania y por países vecinos europeos, en su mayoría. La BBC sostiene, con fuentes del interior de la capital, que es importante "la costosa campaña" de Rusia para levantar las calles "y ganarse los corazones y las mentes de su gente". El Gobierno rebelde de Donetsk ha abierto una vía de comunicación con el puerto ruso de Rostov del Don por el que sólo este mes se espera que lleguen 6.000 toneladas de materiales de construcción.
"A mí eso no me basta, es mi ciudad y está invadida. Hasta que no sea liberada, no volveré", explica Maria, una joven ucraniana, de Mariupol, refugiada en la región belga de Flandes, donde escapó a casa de su hermana, que ya vivía en la zona desde años atrás, al inicio de los bombardeos. Vía Moldavia, llegó a su "búnker verde", como lo llama, en abril de 2022. "Tenía dinero y tenía destino. No fue complicado", resta importancia. Su experiencia es agriculce: agradece la mano tendida de las autoridades locales pero vive en tratamiento médico por la angustia de la gente a la que dejó allí. "Mis padres cuidan de mi abuela. No podían salir", resume. Su casa quedó afectada, pero habitable aún.
Parca en palabras, se niega a difundir su imagen "por miedo a lo que pase", pero sí replica cuando se le pregunta por las supuestas bondades de su ciudad que pregona el régimen ruso. "No están bien, no es verdad. La comida es escasa, se ha recuperado la luz y el agua pero fallan mucho. Todo es muy caro. Lo que me dicen mis amigos y familia es que hay pocas tiendas abiertas y tanto miedo en la calle que sólo quieres hacer lo que necesites y volver a tu casa, si la tienes. Hay mucha gente en espacios comunes, separados por mujeres y hombres, no por familias". Teme que lo que ahora estudian los niños en el colegio "sea sólo historia rusa, que es importante pero no es la única de Ucrania", que no haya manera de saber cómo va la guerra fuera ni se pueda protestar. "Si todo está controlado por soldados...", resopla. ¿Ha aceptado su familia los pasaportes rusos? "Si no aceptas no hay pensión ni trabajo ni servicios", explica. Y se acaba la conversación.
La contraofensiva
La incertidumbre ahora es que, tras un año de poder establecido de Rusia, Ucrania intente la reconquista. Ilusionante para unos, rechazada por otros, un agujero negro de dudas para todos por lo que puedan volver a sufrir. Miedos y esperanzas ante una ofensiva prevista para primavera pero que ahora se augura para mediados de junio, cuando el terreno se habrá secado y habrá llegado más armamento de Occidente para las tropas ucranianas.
Ahora mismo, Mariupol está lejos del frente abierto, pero puede ser importante para la resistencia de Rusia. El medio Ukrinform ha informado de que la ciudad está viendo cómo se levantan "fortificaciones", "trincheras" y "búnkeres", con puntos de disparo, por si llega el caso. Se está produciendo ya un "traslado masivo de material" hacia la parte norte de la ciudad ocupada y se ha divisado la llegada de camiones con tropas y vehículos blindados de transporte de personal, "convirtiendo Mariupol y las aldeas circundantes en un centro militar y logístico para el ejército ruso".
Y es que una de las opciones posibles de la ofensiva ucraniana pasa por romper el control de Donetsk, en el este del país. Intentar frenar el asedio en ciudades como Bajmut -donde se lleva a cabo la batalla más larga del conflicto-, Marinka o Avdiivka, ganar terreno en ese rincón, acerca a los de Zelenski a Donetsk capital, la mayor ciudad que tienen hoy los rusos. Ya hay movimientos en la zona que avalan esta posibilidad, confirmados por ejemplo por el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés), un tanque de pensamiento con sede en Washington.
Hoy Mariupol es "una ciudad 100% rusa" para unos y "sólo una ciudad temporalmente ocupada" para otros, donde la vida es durísima y se mezcla con la angustia de lo porvenir. Sobrevive, y eso ya es heroico.