Lukashenko: el último dictador de Europa cumple 29 años controlando Bielorrusia

Lukashenko: el último dictador de Europa cumple 29 años controlando Bielorrusia

Nostálgico de la URSS,  vasallo de Putin, primero líder querido y luego contestado masivamente, cobra protagonismo por su ayuda al Kremlin en la crisis con Wagner. 

Una activista sostiene un cartel en el que se va Alexander Lukashenko con la boca goteando sangre, en una protesta en agosto de 2020.Aleksandr Gusev / Pacific Press / LightRocket via Getty Images

Un día como hoy de hace 29 años, el 20 de julio de 1994, Bielorrusia celebró sus primeras elecciones democráticas y Alexandr Lukashenko se convertía en su presidente. El país, históricamente al abrigo de la URSS, había alcanzado su independencia sólo tres años antes y afrontaba un futuro en paz sobre valores democráticos. 

Su mandatario llegaba entre muestras de cariño de su pueblo pero, con los años, se ha convertido en un tirano, el último dictador de Europa, que avasalla a sus críticos, los calla, encarcela y fuerza al exilio, silencia medios de comunicación y, sobre todo, baila al son de Vladimir Putin, el presidente ruso. Bielorrusia es su feudo, su cortijo, un lugar donde las elecciones están amañadas, sancionado por Europa y Estados Unidos en un intento de ayudar a los opositores y abrir el sistema, el portaviones desde el que Moscú lanzó la ofensiva contra Ucrania de hace 16 meses. 

Desgastado por las críticas internas y la oposición occidental, Lukashenko alcanza estos casi 30 años de mandato robustecido por una nueva tarea del amigo ruso: controlar a los mercenarios del Grupo Wagner y a su líder, Yevgeny Prigozhin, tras el intento de golpe del pasado junio. Se calcula que entre 2.000 y 2.500 mercenarios están ya en su país, unas cinco columnas, con 400 de sus vehículos. "Nunca miraremos a Rusia con desaprobación. Es nuestro país más cercano y lo abrazamos en todas las situaciones", le gusta repetir al presidente. La última promesa de Putin es llevarle a su país armas nucleares tácticas. Regalos para el amigo satélite. 

De cuando había esperanza

Lukashenko empezó siendo líder aclamado, querido. De orígenes humildes, profundo defensor de la Unión Soviética y crítico con la Perestroika, sacó más de un 80% de votos en los primeros comicios de su país. Su doble mensaje de nostalgia y lucha contra la corrupción convenció a los electores. Por tanto, en sus inicios era un político de esperanza, que pronto mostró su cara más autoritaria, que supo sobrevivir gracias al desarrollo económico de unos años prósperos y que, ahora sí, es un hombre agotado, arrinconado por la crisis laboral y sanitaria y política, rechazado por las crecientes víctimas de sus violaciones de derechos humanos. 

Lukashenko, nacido en 1954, es ahora el presidente más longevo del continente europeo. Criado por su madre, se apoyó en el sistema soviético imperante en su nación para estudiar y crecer. Es historiador e ingeniero agrícola de formación -le encanta hacerse fotos trabajando el campo, cual Putin a caballo-, sirvió en dos ocasiones en el Ejército Rojo (una, forzoso, en la mili, y otra voluntario) y, en sus primeros años como adulto dirigió una granja colectiva y una fábrica de material de construcción. Siempre ha exhibido su orgullo de clase obrera y sus ganas de liderazgo.

Tras diez años de militancia en el Partido Comunista, en 1990 fue elegido diputado por primera vez. Su nombre se hizo conocido enseguida porque fue, recalcitrante, el único parlamentario de Minsk que votó en contra de la disolución de la URSS, un año después. Por ejemplo, nunca ha eliminado ni transformado el KGB, el mítico servicio de espionaje. Todo old fashioned pero muy eficaz. 

En esos años de turbulencias, en 1991, se produjo la independencia de Bielorrusia y, aunque Lukashenko seguía siendo partidario de un mastodonte unido a la madre Rusia, más democrático quizá, con más libertades, pero de una pieza, decidió emprender la carrera presidencial. Al menos, quería preservar la manera soviética de hacer las cosas.

El panorama político era desolador: primeros casos de corrupción, descomposición de las estructuras clásicas de poder y el tutor, Rusia, perdido en su propio futuro. En ese caldo de cultivo se hizo fuerte el diputado, con un partido independiente, y ganó el poder. 

¿Espequé?

Los dos primeros años de gestión fueron de impulso, de intentar hacer mejor las cosas. Siempre, con dos objetivos: garantizar el cumplimiento de las promesas socialistas que había hecho a su pueblo y reforzar la alianza con Moscú, que otros países de la órbita soviética estaban olvidando. Sus lazos con el Kremlin se empezaron a tejer ya con Boris Yeltsin al frente, siempre mirando de reojo fuera, a cualquier "amenaza extranjera occidental". 

Lukashenko dobló el salario mínimo, reinstauró el perdido control de precios y nacionalizó empresas y bancos que se estaban adaptando ya al capitalismo. Todo, transmitido con un mensaje muy directo, muy populista, el del hombre de campo y de fábrica. Uno más, pero en la cúspide, anclado al socialismo del siglo anterior. Un igual. 

En 1996, sin embargo, llegó la deriva. Tras dos años en el poder y con la economía aún sin cuajar, comenzó a tomar decisiones polémicas, como el refuerzo hasta la extrema dependencia de sus relaciones con Rusia, el cambio de símbolos (frente a la bandera nacionalista, roja y blanca, una con reminiscencias soviéticas, añadiendo el verde), la equiparación del ruso al bielorruso como lengua oficial y, sobre todo, una reforma que le permitía tener mayor control del Parlamento. 

Con los años, por ejemplo, cambió la Constitución para impedir una moción de censura y, luego, para quitar el límite de renovación de mandatos, lo que le permite seguir sumando legislaturas de cinco años desde 2004. Las elecciones en las que se ha proclamado ganador hasta en seis ocasiones han sido denunciadas por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y la Unión Europea (UE), por amaños y manipulación. Supuestamente, siempre ha ganado con más del 70% de los votos. 

Pese a que, por todo esto -por su apoyo a Irak, por sus quejas en la ampliación al este de la UE, por sus amistades con Irán y Venezuela...-, tanto Europa como EEUU comenzaron a darle de lado hace años, Lukashenko mantenía aún un importante apoyo social porque, en los 2000 la economía tiraba mejor y había una relativa paz, aún a costa de bloquear el sector privado o las iniciativas empresariales que no le cuadrasen. El petróleo y el gas seguían llegando de Rusia, a precios muy (muy muy) ventajosos, y de esa forma se podía seguir subsidiando al campo y a la industria. Batka, padre, lo llamaban sus seguidores.

A sangre y fuego

El año clave en el que el mundo conoció la verdadera cara del mandatario fue el 2020. Ese agosto, se proclamó otra vez presidente con más del 80% de los votos. No es raro, pasó en todas las convocatorias anteriores. Sin embargo, el escenario era otro: la contestación social había pasado de unos partidos concretos, se había extendido la rabia y prácticamente no quedaban candidatos para pelearle el puesto porque todos estaban en prisión o fuera del país. 

Entonces, se unieron por primera vez todas las facciones antiLukasheko y tomó la bandera de las listas Svetlana Tijanóvskaya, esposa del encarcelado Serguéi Tijanovski. La campaña de las mujeres (porque tres fueron las que la lideraron) sacó a las calles a decenas de miles de ciudadanos cansados, al grito de "fuera Lukashenko". 

Ya no es que las Naciones Unidas, Amnistía Internacional o Human Rights Watch denunciaran sus desmanes, es que ciudadanos de todo tipo veían cómo levantar mínimamente la voz les costaba cárcel, torturas, maltratos intimidación, en el mejor de los casos. En 2006 ya se había producido la llamada Revolución Blanca, primer intento de mostrar en la calle el cansancio del personal. Hace tres años fue el estallido total, sofocado a base de violencia, con más de 20.000 detenidos en los primeros meses. 

Los motivos fueron varios: a la persecución de políticos opositores (sólo seis aspirantes lograron inscribirse oficialmente para pelearle los comicios y, salvo Tijanóvskaya, todos eran títeres) y la falta, por tanto, de elección, se sumó que el nivel adquisitivo de los ciudadanos había bajado, la crisis económica de 2008 hacía mella, la dependencia de Rusia estaba un poco baja y la persecución del opositor era feroz. Las elecciones fake y la pandemia de coronavirus todo lo agravaron: por un lado, retorciendo el sistema y por otro, desde la inacción, haciendo como que no era nada el maldito virus.  A su gente le recomendó sauna, vodka y "mucho trabajo" para no cazar el virus, literalmente.

Lukashenko se sigue comportando como siempre en su carrera: sin especial inteligencia, pero con mucho tesón y afán de control. Por eso lo primero que hizo y hace ante cualquier crisis es acusar a fuerzas exteriores de una conspiración en su contra, vestirse de militar y coger un arma y lucir a su hijo, Nikolai, como si fuera ya su heredero de 18 años. Otro Lukashenko. Ante las críticas, sostiene que prefiere estar muerto a ceder, sin reparar en la falsedad del apoyo en las elecciones que él mismo manipula. Se cree sus mentiras.

Desde 2020, las sanciones internacionales se han multiplicado. Este mismo martes, los países de la UE acordaron informalmente un paquete de sanciones militares nuevo, que incluirá restricciones en equipos de campo de batalla, incluidas piezas de aviación. Es un esfuerzo para tomar medidas "enérgicas" contra los componentes militares que se envían ilegalmente a través de Bielorrusia a Rusia, dice Bruselas. 

En cuanto a su ayuda a la ofensiva contra Ucrania, ya hay sanciones individuales y económicas contra 22 personas; restricciones al comercio; la prohibición del acceso al sistema SWIFT para cinco bancos bielorrusos; la prohibición de las transacciones con el Banco Central de Bielorrusia; límites a las entradas financieras de Bielorrusia en la UE, y la prohibición del suministro de billetes denominados en euros a Bielorrusia.

La UE ha ido ampliando progresivamente las medidas restrictivas contra personas y entidades en Bielorrusia desde octubre de 2020, con cinco paquetes de sanciones contra un total de 195 personas y 34 entidades, informa el Consejo europeo. "Estas sanciones se han impuesto en respuesta, entre otras cosas, a la violencia inaceptable que las autoridades bielorrusas han ejercido contra manifestantes pacíficos, la instrumentalización de los migrantes con fines políticos y los ataques híbridos en las fronteras de la UE", indica la oficina de Charles Michel. 

Antes de Ucrania, pues, la tensión por la falta de democracia en el país era seria. Ha habido en los últimos dos acontecimientos especialmente reveladores de cómo es Aleksandr Lukashenko y que explican que no haya acercamiento posible. El primero fue en abril de 2021, cuando el bielorruso ordenó la detención del periodista crítico Roman Protasevich. Hizo aterrizar a un avión que iba de un país de la UE (Grecia) a otro país de la UE (Lituania), con la excusa de una amenaza para la seguridad del vuelo; cuando ya estaba en su país, se llevó al informador, quien iba dejando claro a los demás viajeros, a gritos, que se enfrentaba a la pena de muerte con este arresto. El avión fue escoltado a tierra por un caza de combate por orden directa del presidente. Queda claro el envite. 

El segundo fue en la navidad de ese mismo año, aunque se prolongó unos meses y aún perdura: Lukashenko llevó a miles de migrantes a su frontera con Polonia y Lituania para que cruzaran a un país de la UE y generasen un problema. Estaba poniendo en riesgo la vida de miles de seres humanos en un intento claro de "guerra híbrida", según denunció la propia Comisión. Más allá de la desesperación iraquíes, kurdos, sirios o yemeníes por entrar en Europa, estaba la fabricación de Lukashenko. 

Numerosas ONG denunciaron que Minks había organizado una vasta red de tráfico de personas por todo Oriente Medio, completada con una campaña de desinformación que lanzaba bulos sobre supuestas ofertas de empleo y casa en países europeos, sobre todo la jugosa Alemania. El plan era volar directamente a Bielorrusia y cruzar luego a Polonia, Letonia o Lituania y seguir caminando hacia el oeste. Aún hoy llegan grupos por esta vía de forma ocasional. 

Por este tipo de cosas, el aislamiento internacional del dictador es casi total, Rusia aparte. No ayudan sus amenazas constantes a la seguridad de la vecina Polonia o las amenazas de cortar todo el gas que pasa por su territorio, aderezadas, por otro lado, con premios constantes de Occidente para los opositores a los que no puede ver

Human Rights Watch afirma que, a día de hoy, las autoridades bielorrusas continúan con su "purga" de voces independientes, "procesando y acosando a defensores de los derechos humanos, periodistas, abogados, políticos de la oposición, manifestantes y activistas". Cientos de ellos siguen tras las rejas "por cargos de motivación política" y se enfrentan a malos tratos bajo custodia. Ninguna organización de derechos puede operar legalmente en Bielorrusia, recuerda, por lo que los testimonios se logran con gran peligro por parte de quienes se exponen y, también, de quienes escapan. 

"Las autoridades bielorrusas procesaron a los críticos de la guerra de Rusia en Ucrania y dispersaron brutalmente las protestas contra la guerra, al tiempo que permitieron que las fuerzas rusas usaran el territorio bielorruso para apoyar su invasión de Ucrania desde el 24 de febrero de 2022", indica en su ficha de país. Sigue siendo el único país de Europa y Asia Central que utiliza la pena de muerte y amplió los delitos a los que se puede imponer justo el pasado año. 

Amnistía Internacional hace la misma radiografía. "Persisten las restricciones graves de los derechos a la libertad de expresión, asociación y reunión. Al menos un hombre fue ejecutado. La tortura y otros malos tratos son generalizados y prevalece la impunidad", destaca. En el último año, "se abusó del sistema de justicia para reprimir la disidencia y los juicios fueron sistemáticamente injustos". 

Además, "las minorías nacionales y religiosas sufrían discriminación", mientras que las personas refugiadas y migrantes "fueron objeto de violencia y devolución en caliente". Ni para los de dentro ni para los de fuera, en el Gobierno de un hombre declaradamente racista, machista y homófobo en sus declaraciones. 

En Bielorrusia hay un país que pelea y un dictador que aprieta y que planea que su hijo haga lo propio otros 29 años al menos. Todo, en el corazón de la vieja y demócrata Europa. 

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.