Por favor, habilita JavaScript para ver los comentarios de Disqus.
Los escenarios que Siria debe evitar: los fantasmas de Libia, Egipto, Yemen o Túnez

Los escenarios que Siria debe evitar: los fantasmas de Libia, Egipto, Yemen o Túnez

Los rebeldes que han derrocado a Al Assad mandan por ahora mensajes de unidad y templanza, pero una vez que se acaba con la meta común -echar al dictador-, se corre el riesgo de la pelea por el poder o sectaria. Hay demasiados precedentes. 

Un grupo de rebeldes y ciudadanos sirios se toman fotos en la Plaza Umayyad de Damasco, el 9 de diciembre de 2024.Rami Alsayed / NurPhoto via Getty Images

Las imágenes de las fuerzas rebeldes sirias entrando en Damasco y derrocando al dictador Bachar al Assad, del palacio presidencial vandalizado, de las estatuas defenestradas y de las muestras populares de júbilo en las calles provocan forzosamente un déjà vu. Ya hemos visto esto. Otras revoluciones reventaron antes y se llevaron por delante a otros sátrapas en Oriente Medio y el norte de África. Otros estados intentaron ser democráticos y no lo consiguieron, no les dejaron. 

Ahora es el momento de la alegría siria, de ver a los los ciudadanos liberados de un yugo viejo de 53 años, pero es imposible no mirar de reojo a los fantasmas de esos hermanos árabes que también lo pelearon pero que demostraron que lo más difícil no era echar a los tiranos, sino mantener luego la calma y la unidad, resistir a las divisiones, el sectarismo, el ansia de poder y las presiones de los intereses externos. Libia y Egipto, Yemen o Túnez, están ahí como luces rojas de aviso para la nueva Siria

En estos países, entre 2011 y 2013, al calor de las llamadas Primaveras Árabes, se encadenaron noticias de pueblos sublevados y de esperanza. De cárceles como la de Saydnaya, que ahora arroja todos los horrores de 13 años de contienda y represión política en Siria. De banderas sacadas del cajón y aireadas para el tiempo por venir. Se acabaron Muamar el Gadafi, Hosni MubarakAli Abdullah Saleh y Zine El Abidine Ben Ali. Sin embargo, luego llegó el caos. Los sueños se quebraron y la dura realidad del autoritarismo regresó por el mismo camino por el que se había marchado. Hasta hoy.

La euforia masiva es lo esperado, que los Assad han hecho mucho daño, pero la situación llama a la cautela en Siria, a esperar lo mejor y prepararse para lo peor. No puede permitirse tener un breve baile con la democracia para luego caer en la lucha étnica y sectaria, la fragmentación del territorio y una nueva guerra civil. No puede desaprovechar la oportunidad de ser libre. 

El coronel español retirado Manuel Gutiérrez explica que hay dos cosas fundamentales que marcarán el futuro. La primera es "el grado en que quienes integran las distintas filas rebeldes estén dispuestos a trabajar juntos por el bien común de Siria". La segunda, "el grado en que se permita a los actores regionales o mundiales en general inmiscuirse en Siria para promover sus propios intereses geopolíticos, en lugar de los del pueblo sirio".

En ambos casos, asume, la mayor responsabilidad recae sobre los hombros de la fuerza rebelde más poderosa, el Organismo de Liberación del Levante o Hayat Tahrir al-Sham (HTS), y del líder del grupo, Abu Mohammed al Jolani, que ahora parece ser "el principal factor decisivo" en Siria. Y eso complica las cosas porque a sus 42 años Jolani, "educado, sofisticado y astuto militar y políticamente", aún "carga" con los antecedentes de un pasado terrorista, ya que fue miembro tanto de una escisión de Al Qaeda como del Estado Islámico (EI, Daesh, ISIS).

El enviado especial de la ONU Geir O. Pedersen y el líder rebelde Abu Mohammad, el domingo 15 de diciembre de 2024, reunidos en Damasco.Syrian Transitional Government / Anadolu via Getty Images

"El hecho de que Jolani haya criticado a esos extremistas es una señal alentadora, pues muestra un pragmatismo político que sugiere que sabe muy bien que su brutal estrategia es un fracaso y que no traerá más que dolor si Siria ahora la adopta", expone el exmilitar. Si Jolani demuestra ser el hombre "cambiado "que dice ser, de ahora en adelante "no sólo tendrá que mantener a raya a esos extremistas, sino también abrazar voluntariamente a otras facciones rebeldes moderadas, para que lo ayuden a hacerlo por el bien mayor de Siria", indica. 

Ahora mismo, los grupos principales que controlan siria, HTS aparte, son los rebeldes del norte, liderados por Turquía, más los kurdos, más al oeste, y los sublevados del sur, una amalgama que incluye hasta drusos, en un país que musulmanes sunitas y chiítas, de cristianos y laicos. 

Por ahora, no se han publicitado fricciones entre las partes. Antes al contrario, están intentando que la administración funcione, que los funcionarios retornen a sus puestos y que haya una "transición suave" incluso en el Ministerio de Defensa. Mohamed al Bashir, proveniente del llamado Gobierno de Salvación en Idlib, ha sido designado como primer ministro interino del Gobierno de transición, mientras hay nueva constitución. Debería dejar el cargo en marzo. Justo su comportamiento y el de las fuerzas que ha controlado en las ciudades liberadas es el único referente de gestión con que se cuenta, palabras aparte. No hay venganzas ni sharia, hasta el momento. 

Un hombre quema una fotografía del expresidente sirio Bashar al-Assad, cerca de la frontera de Siria con Líbano, el 10 de diciembre de 2024.Sally Hayden / SOPA Images / LightRocket via Getty Images

Para Karim Mezran, director de la Iniciativa del Norte de África y miembro de los Programas de Oriente Medio del Atlantic Council, "aunque las manifestaciones de alegría y la aparente felicidad son bienvenidas y esperables, deben limitarse en el tiempo y en el alcance para no alienar y marginar a los partidarios del régimen anterior (aunque sólo sean una pequeña minoría)". Con el tiempo, eso formará "un grupo de opositores incondicionales a cualquier proceso de apertura y desarrollo de las instituciones". 

"En otras palabras, los regímenes que han estado en el poder durante décadas tienen raíces profundas y a menudo pueden causar daños fatales después de su derrocamiento", avisa. Coincide con él Gutiérrez, quien dice que "es fundamental que llene rápidamente el vacío de poder que existe en Siria, pero que lo haga de una manera que se perciba como transparente, equitativa y tolerante. También debe asegurarse de que las diferencias entre las múltiples religiones, tribus y sectas de Siria no se exploten para obtener beneficios personales o políticos", ahonda Gutiérrez. "Miren Libia -apunta-. Una cosa es que venza la revolución y, otra, que impere la democracia".

Ni los de dentro ni los de fuera, remarca Mezran. Cuidado con los intereses de las potencias regionales o mundiales. Los libios, por seguir el aviso del español, "permitieron que las potencias extranjeras los dividieran y separaran para que cada uno de ellos ejerciera al menos un poder de veto sobre los acontecimientos políticos y económicos". 

Por eso, "las nuevas élites sirias deberían esforzarse por encontrar un denominador común y, en lugar de apresurarse a convocar elecciones, deberían organizar una Conferencia de Reconciliación Nacional para redactar los principios y valores fundamentales que se apliquen a todos los sirios. Sólo después de este momento de profunda reflexión y de la construcción de las bases de un nuevo interés nacional basado en una identidad compartida, el país debería proceder a las elecciones", sostiene. 

Libia, un agujero negro

Los expertos piden que miremos a Libia, tan apartada de los focos, y lo que se ve duele. Hoy es un país marcado por la violencia, un estado fallido, víctima del caos y la guerra civil, que se disputan una serie de milicias fuertemente armadas, apoyadas desde el exterior, y cuya economía dominan mafias dedicadas a todo tipo de contrabando, en particular de armas, combustible y personas. También, un país con petróleo, que por ello es del interés de Occidente.

La tensión es una constante desde 2011. Al calor de las Primaveras Árabes, se produjo un levantamiento popular que reclamaba más democracia, frente al dictador Gadafi, en el poder desde que dio un golpe de Estado en 1969. Libia tiene recursos como gas, petróleo, uranio y fosfatos, había estado comandada durante siglos por clanes y familias poderosas, hasta que llegó el entonces coronel y empezó a aplicar su mezcla de islamismo y socialismo. Se asentó en el poder con cierta esperanza, pero se corrompió, se hizo un tirano y su pueblo se levantó.

Lo que comenzó como una lucha por más democracia se convirtió en un enfrentamiento armado que ha desangrado a esta nación africana desde entonces. En el proceso cayó Gadafi, cuya muerte infame recuerda el planeta entero, pero el fin de esa primera guerra no trajo la estabilidad y libertad esperadas, sino un enfrentamiento entre diferentes facciones y milicias que ha desangrado el país. Supuestamente acabó en 2020, pero la violencia sigue.

Una niña enarbola la bandera de Libia ante una pintada anti Gadafi en las calles de Trípoli, el 29 de agosto de 2011.Benjamin Lowy / Getty Images

Vayamos a ese 2011 crucial para el país, como lo es este 2024 para Siria. Durante meses, las dos partes en conflicto, dictadura y sublevados, tuvieron fuerzas equilibradas, hasta que la comunidad internacional, liderada por Estados Unidos, Francia y la OTAN, decidió intervenir en favor de los rebeldes, que acusaban a Gadafi de haber atacado a la población civil. La entrada de la Alianza Atlántica fue decisiva. La ofensiva rebelde fue fulminante y en agosto de 2011 cayó Trípoli, la capital. Gadafi, dispuesto a luchar hasta el final, se trasladó a Sirte, su ciudad natal y su último bastión. Allí, en octubre se libró una de las más cruentas batalla, que al fin desembocó en la caída del régimen y el asesinato del presidente tras un linchamiento.

A su muerte, Libia se encontró con un inmenso vacío de poder y un mosaico de milicias armadas muy diferentes en aspectos políticos, religiosos e incluso étnicos. El Gobierno de transición fue incapaz de hacer frente a esta situación y se vio envuelto en el enfrentamiento que mantenían los militares liberales con los grupos islamistas, que tenían un poder cada vez más influyente. 

Un fallo grande: el Gobierno que se formó no era incluyente, sino que estaba integrado por muchos libios que habían estado en el exilio, mientras se hacían amigos de dudosas entidades políticas y empresariales en capitales occidentales y otras. Muchos de estos elementos mercenarios simplemente querían un pedazo del país una vez que sus representantes estuvieran instalados en el poder.

Hay dos Gobiernos ahora en Libia. El primero es el interino que se creó tras el levantamiento, el de Unidad Nacional, con sede en Trípoli, que comanda el oeste. Con Abdul Hamid Dbeibé al frente, es el Ejecutivo legítimo que apoya la comunidad internacional y reconoce la ONU, con el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea, Turquía y Qatar. Pero el segundo, en el este, es el de los que no quisieron seguir sus órdenes. Los militares decidieron nombrar líder al mariscal Khalifa Haftar, quien apoyó a un Gobierno paralelo formado en la ciudad de Tobruk. Bajo su mando se inició una ofensiva que permitió que todo el este y el sur de Libia quedase bajo su poder, incluido el bastión de Bengasi. Apuestan más por él Emiratos Árabes, Egipto y Rusia.

Libia ha vivido de todo, a tirones entre las dos partes. Se encadenadon varias elecciones, sin resultados concluyentes, con mucha contestación interna, mientras la comunidad internacional mandaba enviados que se marchaban con las manos vacías. En 2012, se produjo el asesinato del embajador americano, Christopher Stevens. Fue tan grave que hubo cierta rebaja en la tensión, por unos meses. Hubo esperanza, con la economía estabilizándose y Occidente tratando de hacer negocio con sus recursos, pero las guerras internas entre grupos y la anarquía, con el Gobierno incapaz de frenarla, hundió de nuevo la situación.

Las cosas se movieron en 2015 porque la entrada en liza del Estado Islámico encendió las alarmas del mundo. La ONU creó un órgano ejecutivo de transición llamado Gobierno de Acuerdo Nacional para dirigir la política Libia en este nuevo escenario, con la unión del Congreso General Nacional y el Parlamento. Y, por otro lado, el Parlamento de Trípoli quedó bajo el control de los Islamistas que fueron expulsados por el Ejército Nacional Libio.

Desde entonces, el día a día es de violencia, tensión y caos, denuncia la ONU, quien, dicho sea de paso, también se mostró aletargada y no actuó con rapidez para ayudar a los libios a poner en marcha un proceso político eficaz. "Ante la falta de conversaciones políticas renovadas que conduzcan a un Gobierno unificado y a elecciones, se puede prever mayor inestabilidad política, financiera y de seguridad, divisiones políticas y territoriales arraigadas, y mayor inestabilidad interna y regional, advierte la enviada especial adjunta para ese país", dijo en agosto la Misión de Apoyo de las Naciones unidas en Libia (UNSMIL) al Consejo de Seguridad. "El statu quo no es sostenible", sostiene. 

La organización internacional Human Rights Watch, en su ficha de país, pinta un escenario descorazonador. "El estancamiento político ha retrasado indefinidamente las elecciones nacionales previstas para diciembre de 2021. Desde marzo de 2022, dos autoridades compiten por el control: el Gobierno de Estabilidad Nacional, con sede en el este del país, y el actual Gobierno provisional de Unidad Nacional, con sede en Trípoli. Los grupos armados y las autoridades siguen siendo responsables de abusos sistemáticos, como detenciones arbitrarias prolongadas, ejecuciones ilegales, torturas y desapariciones forzadas", expone. 

"Cientos de personas siguen desaparecidas desde el final de la guerra de Trípoli de 2019 y miles siguen desplazadas en Libia debido a los daños a las propiedades, la presencia de minas terrestres o el miedo a la persecución. Los migrantes y los solicitantes de asilo se enfrentan a detenciones arbitrarias, malos tratos y extorsión por parte de grupos armados y contrabandistas", añade. 

Lo completa Amnistía Internacional, que refrenda lo anterior: "La discriminación y la violencia contra las mujeres y las niñas siguieron siendo generalizadas. Las personas LGBTI siguieron siendo objeto de detenciones arbitrarias, procesamientos injustos y otros abusos. Las minorías étnicas siguieron enfrentándose a la discriminación y a obstáculos para acceder a la salud, la educación y otros servicios. Los refugiados y los migrantes, incluidos aquellos interceptados en el mar por guardacostas y grupos armados respaldados por la UE, fueron sometidos a tortura y otros malos tratos, extorsión y trabajos forzados; miles fueron expulsados por la fuerza sin el debido proceso". 

Egipto, el espejismo

El de Egipto es otro de los escenarios que la Siria del futuro debe eludir. Un país que inspiró al mundo desde la mítica Plaza Tahrir de El Cairo, donde la cúpula militar acabó controlando la transición, donde hubo elecciones y se acabó derrocando al presidente libremente elegido. 

Se necesitaron apenas 18 días para que cayera un dictador que había gobernado durante 30 años bajo estado de emergencia, Hosni Mubarak. Los pilates del régimen estaban podridas desde hacía tiempo, pero era difícil anticipar la rapidez del derrumbe de un líder que, a pesar de su absoluta falta de carisma, se había ganado el apodo de faraón: parecía tener un dominio total sobre el país más grande del mundo árabe. 

El el 25 de enero de 2011, bautizado como el "Día de la ira", fue el día d. El enojo acumulado durante años por millones de personas hizo que millones de personas, especialmente jóvenes, inundaran las calles de El Cairo, Alejandría y Suez. La represión fue feroz, pero el ansia de cambio aún lo era más. Habían pasado menos de dos semanas de la caída de Ben Ali, presidente de Túnez durante 24 años, y se olía la primavera. Empezaba su efecto en cadena. 

Las manifestaciones sumaban nuevos adeptos jornada a jornada, sin importar las cientos de muertes por la represión. La Plaza Tahrir, en la capital, se convirtió en el epicentro de un movimiento que se volvió incontrolable para el gobierno. El 1 de febrero de 2011, día nueve de las protestas, Mubarak anunció que no iba a buscar la reelección en los comicios pautados para septiembre, aunque pretendía terminar su mandato.

Manifestantes en contra de Mubarak, en la plaza Tahrir de El Cairo, el 11 de febrero de 2011.Kuni Takahashi / Getty

No fue suficiente para calmar los ánimos. Por el contrario, era la confirmación de que la derrota estaba consumada y de que el colapso era inevitable. Nueve días después, ya sin el apoyo de las Fuerzas Armadas que él había liderado durante tres décadas, presentó la renuncia.

Un año más tarde, se celebraron las primeras elecciones libres de la historia de Egipto. Parecía el triunfo de la revolución democrática y el comienzo de una nueva era. Los comicios los ganó Mohamed Mursi, líder de los Hermanos Musumanes, un partido islamista perseguido, que inspiró por ejemplo a Hamás en Gaza y con el que el HTS sirio no elude las comparaciones. Se había fugado de la cárcel en los días de la revuelta. A día de hoy, sigue siendo el único mandatario elegido democráticamente en el país. 

Pero los islamistas fueron enfureciendo a parte de la sociedad por su mano dura, mientras que había demasiados nostálgicos del sistema previo, por lo que la situación se radicalizó hasta acabar con un golpe de estado, el 3 de julio de 2013, y la posterior consolidación de otro régimen autoritario, liderado por el general Abdel Fattah al-Sisi, el actual faraón. Mursi fue condenado a pena de muerte, pena luego levantada, y en 2019, en mitad de un juicio, sufrió un desvanecimiento y murió repentinamente, al parecer de un ataque al corazón.

Los egipcios pasaron de estar sometidos a un hombre fuerte para cambiarlo por otro, tras dos años de espejismo. No cuajaron los grupos armados y milicias de Libia, porque el poder ha estado centralizado, pero la falta de libertades es evidente. "El Gobierno del presidente Al Sisi no ha aliviado la represión nacional que provocó una de las peores crisis de derechos humanos de Egipto en muchas décadas", constata HRW. "Los esfuerzos de encubrimiento significaron poco más que cambios cosméticos", afirma. Cita como ejemplo que las autoridades "liberaron a cientos de detenidos", hasta 834, pero arrestaron a muchos más", más del triple de esa cifra durante 2023, por ejemplo, que se sumaron "a los kilómetros de críticos, incluidos periodistas, activistas pacíficos y defensores de los derechos humanos, que siguen encarcelados". 

"Los miembros clave de la sociedad civil enfrentan intimidación, prohibiciones de viaje y congelamiento de activos. Las autoridades acosan y detuvieron a familiares de disidentes en el extranjero y utilizan vagos cargos de moralidad para procesar a personas LGBT, mujeres influyentes en las redes sociales y sobrevivientes de violencia sexual. Se cometen crímenes graves, incluidas torturas y desapariciones forzadas, con impunidad", denuncia.

Amnistía se detiene en las elecciones en este tiempo, un remedo. "Se celebraron en un entorno represivo, en el que se impidió la participación de candidatos de la oposición genuina y se reprimieron severamente los derechos a la libertad de expresión, asociación y reunión pacífica", indica. "Las autoridades no abordaron los derechos económicos y sociales afectados por el empeoramiento de la crisis económica ni protegieron a los trabajadores de los despidos injustos por parte de empresas privadas. Continuaron los desalojos forzosos de asentamientos informales y a decenas de miles de residentes del norte del Sinaí se les prohibió regresar a sus hogares. Se detuvo arbitrariamente a refugiados y solicitantes de asilo por entrar o permanecer irregularmente en Egipto y se produjeron expulsiones forzadas", concluye. 

En el campo migratorio, por cierto, Europa ayuda, con convenios millonarios para frenar a los que tratan de llegar al viejo continente . Al Sisi parece bueno para Occidente. 

Yemen y Túnez, dos fracasos más

Yemen y Túnez también son sombras sobre a felicidad siria. Países que rompieron sus cadenas para ponerse otras. De menor eco internacional que las dos anteriores, pero igualmente graves y de terribles consecuencias. 

Túnez fue en su día el principal foco de esperanza sobre la posibilidad de que en el mundo árabe se asentará una democracia plena. Fue el primer escalón de las primaveras. Su fracaso es especialmente amargo por el chute de optimismo y de confianza que supuso para todo el mundo árabe, donde otras generaciones ya no aguantaban más. Era diciembre de 2010 cuando arrancó la llamada llamada Revolución de los jazmines, con la inmolación de Mohamed Buazizi, un vendedor que se quejó así de confiscación de su puesto de frutas y la humillación que dijo haber recibido de los oficiales municipales cuando fue a presentar una queja por este hecho.

Las protestas aumentaron su intensidad en enero de 2011, tras la muerte de Buazizi, y derivaron en la huida del país del presidente, Zine el Abidine ben Alí, en el poder desde 1987. Abandonó y se fue a Arabia Saudí, envalentonando a manifestantes de todo el mundo árabe. 

La oleada revolucionaria tuvo de inicio en Túnez el escenario de los mayores progresos, si bien los sucesivos gobiernos han sido incapaces de mejorar la situación económica, empeorada por una cadena de atentados que dañó al sector turístico. La población permanece desencantada con la falta de avances y el aún muy elevado desempleo. Y todo ello, con otro hombre fuerte al frente que tiene aires demasiado dictatoriales, como en el pasado. Hablamos de Kais Saied.

Desde su llegada a la presidencia en 2019, el mandatario dio muestras de su deriva autoritaria, procurando reforzar su poder a costa del sistema parlamentarista que había surgido tras el derribo de la dictadura de Ben Ali con un autogolpe, en septiembre de 2021, que le sirvió para disolver el parlamento y reformar la Constitución a su gusto, sólo un año después. Se escuda en que la sometió a refrendo, pero es que no hay margen para mucha oposición. 

Atrás quedaba el tiempo de intentar encajar a las distintas fuerzas y sensibilidades del país, como las islamistas, y de priorizar el notable protagonismo del Cuarteto Nacional de Diálogo (la Unión General de Trabajadores Tunecinos, la Confederación de Industria, Comercio y Artesanías, la Liga de Derechos Humanos y la Orden de Abogados), por cuya labor de unidad fue merecedor del Premio Nobel de la Paz en 2015. Qué tiempos. 

"Las autoridades han intensificado la represión contra los opositores políticos y los presuntos críticos por su activismo pacífico o sus críticas públicas al presidente, las fuerzas de seguridad u otros funcionarios. Han intensificado las detenciones arbitrarias, las prohibiciones de viajar y los procesamientos, a veces en tribunales militares. En ocasiones, la policía utilizó fuerza excesiva contra los manifestantes. Los extranjeros negros africanos se enfrentaron a un aumento de la violencia y de las detenciones arbitrarias después de que Saied avivara las llamas de la violencia antiinmigrante en febrero de 2023", dice HRW.

Las autoridades, añade AI, están dañando a la disidencia, "utilizando cargos infundados contra figuras destacadas de la oposición y otros críticos". "Los parlamentarios propusieron una legislación represiva que amenazaba a las organizaciones independientes de la sociedad civil. Decenas de manifestantes en favor de la justicia social y el medio ambiente fueron procesados injustamente. La independencia judicial, la rendición de cuentas y el derecho a un juicio justo siguieron siendo socavados", sostiene. "La representación de las mujeres en el parlamento se redujo a la mitad. Las personas LGBTI y los defensores de los derechos humanos fueron objeto de acoso y de una campaña de odio en línea. Las crisis ambiental y del coste de la vida en Túnez se profundizaron, lo que afectó directamente al acceso a los alimentos y al agua", concluye.

Y está Yemen. La esperanza nació el 27 de enero de 2011, un ansia de cambio que vio movilizarse durante varios meses a decenas de miles de manifestantes, con la universidad como epicentro, antes de conducir en 2012 a la salida del presidente Ali Abdalá Saleh, en el poder desde 1978. Otro dictador. A pesar de esta victoria del pueblo, las promesas de tener un sistema limpio quedaron en nada. El país más pobre de la península arábiga se enredó en interminables crisis políticas y en una guerra devastadora, con duras consecuencias humanitarias para Yemen. Hoy es uno de los países que más ayuda internacional necesita, dice la ONU. 

En un primer momento, el presidente Saleh, quien sería finalmente asesinado en 2017, se negó a irse y contó con el apoyo de los países del Golfo, confiando en su temor por un contagio de las manifestaciones en sus territorios. Mientras apelaba al diálogo, le ordenó a sus fuerzas de seguridad, -controladas por su hijo mayor, programado para sucederlo-, que reprimiera el movimiento. La campaña acabó con varios centenares de muertos y decenas de miles de heridos entre los manifestantes.

Arrinconado después de haber perdido toda legitimidad a nivel internacional, herido tras un ataque contra su palacio en junio, Saleh tira la toalla. El 23 de noviembre de 2011 firma en Riad un acuerdo de transición apadrinado por las monarquías árabes del Golfo, en virtud del cual debe entregarle el poder a su vicepresidente Abd Rabbo Mansour Hadi, a cambio de la inmunidad para sí mismo y sus cercanos.

El 27 de febrero de 2012 cede oficialmente el poder, pero eso no impide que el país se deslice hacia la inestabilidad y luego hacia el caos, a causa de cálculos políticos que habrían triunfado sobre la inexperiencia política de los jóvenes revolucionarios. El país estaba minado por las divisiones, no había unidad entre el norte y el sur, pesaban los factores tribales y religiosos, que acumulaban una honda rivalidad. Yemen se rompió.

El principal conflicto armado opone las fuerzas gubernamentales a los rebeldes hutíes, apoyados por Irán, parte de su Eje de Resistencia contra Israel y EEUU. Aprovechando la inestabilidad y las divisiones políticas, lanzaron en julio de 2014 una ofensiva contra el presidente Abd Rabbo Mansour Hadi. Su poder hoy es inmenso, pero no total. 

Amnistía Internacional constata en este 2024 "una disminución del conflicto armado y de los ataques transfronterizos", pero "todas las partes en el prolongado conflicto de Yemen siguieron cometiendo ataques ilícitos y asesinatos con impunidad". "El Gobierno internacionalmente reconocido del Yemen y las autoridades de facto huzíes, que controlan distintas partes del país, siguieron hostigando, amenazando, deteniendo arbitrariamente, haciendo desaparecer por la fuerza y persiguiendo a periodistas y activistas por ejercer pacíficamente su derecho a la libertad de expresión", destaca. 

"Las autoridades de facto hutíez hicieron desaparecer por la fuerza a miembros de la minoría religiosa bahaí por ejercer su derecho a la libertad de religión y creencias. Todas las partes en el conflicto restringieron la entrega de ayuda humanitaria. Las autoridades de facto huzíes siguieron prohibiendo a las mujeres viajar sin un tutor masculino, lo que restringió su capacidad para trabajar o recibir ayuda humanitaria. Ninguna de las partes hizo justicia a las víctimas de crímenes de derecho internacional y de violaciones de los derechos humanos", denuncia. 

HRW insiste en que la coalición contra los hutíes "ha llevado a cabo ataques aéreos ilegales, indiscriminados y desproporcionados contra civiles y estructuras civiles", mientras la milicia "ha utilizado minas terrestres prohibidas y ha disparado artillería indiscriminadamente contra zonas pobladas". "Las partes han atacado y minado la infraestructura alimentaria y hídrica, así como las instalaciones médicas, y han bloqueado el acceso a la ayuda humanitaria, dejando a más del 70% de la población necesitada de asistencia humanitaria". Lejos, muy lejos del sueño.

Por ahora, en Siria este escenario no se ve en las primeras jornadas sin Assad. Hay un gran alivio porque finalmente ha llegado el fin del régimen, que trajo tanta muerte y destrucción, con la inquietud presente, pero al fondo. La expulsión de dictadores tiende a unir a la gente y, aunque en Siria se necesitaron décadas para deshacerse del suyo, esa es la parte comparativamente fácil. 

¿Se abrirán más las grietas entre los distintos grupos y facciones? ¿La experiencia de otras primaveras y 13 años de guerra serán suficiente para avanzar en el consenso? Ahora es vital que los sirios no vuelvan a enfrentarse entre sí y, sobre todo, que eviten seguir el mismo desastroso camino de sus predecesores. 

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.