La segunda venida del mesías Trump: qué se puede esperar de su nueva legislatura
Prepárense para la secuela: el magnate regresa a la Casa Blanca pero como los villanos en los cómics, transformado por cuatro años de travesía del desierto y más arropado que nunca por fieles que no lo cuestionan. Esto es lo que tiene en mente.
Prepárense para la secuela: Donald Trump ha ganado las elecciones en Estados Unidos y será el 47º presidente del país, tras ser el 45º. Su victoria es aplastante, con el 50,7% del voto popular (73,4 millones de papeletas) y 301 votos electorales, más de tres puntos por encima de lo augurado por las encuestas. El republicano no llega a la Casa Blanca para protagonizar una reedición cualquiera del pasado, sino que la nueva entrega promete novedades: como los villanos en los cómics, retorna transformado por cuatro años de travesía del desierto y más arropado que nunca por fieles que no lo cuestionan. Su voluntad será la ley.
Cuenta, además, con el poder de un Senado color rojo, republicano, y una Cámara de Representantes que también camino de teñirse del mismo color, más unos jueces en el Supremo nombrados en buena parte por él mismo, completando una mayoría conservadora pocas veces vista. El poder es suyo y es prácticamente total.
¿Para qué lo va a usar? Dice que para "volver a hacer América grande de nuevo" y para llevar al país a una "era dorada" desconocida. "Trump will fix it", Trump lo arreglará, decía su lema electoral. Sus críticos dicen lo contrario, que va a sumir al país en una crisis democrática y generará más división y más aislamiento internacional con sus decisiones.
Estas son algunas de las decisiones que va a tomar, en función de lo anunciado en su programa y en sus intervenciones de campaña. Tampoco es que haya sido claro como el cristal, porque su relato general era sencillo, "o yo o el caos", pero al menos, tenemos las líneas maestras de lo por venir.
La promesa de la mayor deportación de la historia
La inmigración fue el tema estrella de Trump ya en su primera campaña, en 2016, con el muro que nunca acabó de construir en la frontera con México (sólo erigió unos 129 kilómetros de los 727 necesarios), así que ahora sigue donde lo dejó. Ha prometido sellar la frontera completando esa infraestructura y aumentando la vigilancia y, a la par, acometer la mayor deportación masiva de inmigrantes indocumentados en la historia de EEUU. Los desafíos legales que enfrentaría no los aborda, pero sí pide la pena de muerte para los migrantes que asesinen a ciudadanos estadounidenses. Muy populista todo.
El centro de estudios Pew sostiene que en 2022 -último año de referencia- había en EEUU unos 11 millones de migrantes indocumentados, aunque Trump siempre ha dicho que son muchos millones más, sin aportar cifras alternativas. Y muchos de ellos, aún sin papeles, son troncales para la economía nacional: durante la pandemia había 5,2 millones de indocumentados en trabajos esenciales, entre ellos, 1,7 millones que trabajaban la cadena de producción y comercialización de alimentos. Los sin papeles representan en torno a 17% de los trabajadores agrícolas y 13% del sector de la construcción, según Pew.
Trump pide, además, pena de muerte para los migrantes que asesinen a ciudadanos estadounidenses. El crimen es otra de sus bases de campaña y quiere centrarse en la lucha contra los cárteles de la droga, que asocia igualmente con los extranjeros. En su anuncio de campaña de noviembre de 2022, manifestó que, de ser reelegido, lo llevaría más allá, hasta el punto de solicitar al Congreso que se asegure que los traficantes de drogas y de personas puedan enfrentar la pena de muerte por sus crímenes.
El republicano ha llegado a envilecer su discurso hasta el punto de decir que los migrantes "envenenan la sangre del país" y haciéndoles responsables tanto de un supuesto aumento de la delincuencia -sin fundamento- o del incremento en el precio de la vivienda. Hasta los ha acusado de comerse a las mascotas de su vecinos en Utah. Si en sus mítines se ha llamado "basura" a los ciudadanos de Puerto Rico, él ni ha replicado. Venezuela, según él, está vaciando sus cárceles e instituciones para enfermos mentales y enviando a estas personas a su querida patria.
Populismo económico... que ya le funcionó
La economía ha sido clave en la victoria de Trump del 5N. En una legislatura enloquecida como la que protagonizó, los datos económicos fueron my buenos, aunque no pocos analistas insisten en recordar que lo que hizo fue recoger en parte los frutos de lo sembrado antes por el demócrata Barack Obama.
En cualquier caso, los ciudadanos guardan un buen recuerdo de esa etapa, que se contrapone a la de elevada inflación que ha afrontado Joe Biden, por más que haya acertado en otras materias. Todos los sondeos indicaban, con porcentajes que iban del 50 al 62%, que el republicano iba a ser el mejor a la hora de gestionar la economía nacional.
En campaña, Trump ha prometido nuevos recortes de impuestos para extender los que ya realizó durante su primer mandato cuando redujo la tasa corporativa a 21% y recortó también los impuestos de las personas naturales, aunque estos solo de forma temporal, hasta 2025. Quiere bajar aún más las tasas corporativas hasta 15% y que eliminará los impuestos sobre las propinas y sobre los pagos que reciben de la Seguridad Social los pensionados.
También plantea incrementar la producción de energía en EEUU -aumentando la explotación de combustibles fósiles-, pues considera que su alto costo contribuyó a la inflación. De aplicarlo, sería un duro golpe para las políticas verdes.
Promete que va a bajar el precio de la vivienda iniciando un programa de construcción de casas en tierras federales, así como reduciendo la demanda al deportar a los inmigrantes indocumentados a quienes responsabiliza del aumento de los precios.
Y está el "abrigo" ante las amenazas del mundo globalizado: impondrá un sistema de aranceles de 10% a 20% a la importación de la mayor parte de los productos extranjeros. Muchos economistas han advertido, no obstante, que este tipo de medidas terminarán siendo pagadas por los consumidores estadounidenses en forma de precios más altos.
En esta política de aumento de aranceles, China será su diana principal pues luego de haber iniciado una guerra comercial con Pekín durante su primer gobierno, Trump ahora contempla establecer aranceles de 60% a todos los bienes importados desde ese país. El líder republicano también prometió adoptar un plan de cuatro años para eliminar la importación de bienes esenciales procedentes de China y establecer nuevas regulaciones para que las empresas estadounidenses inviertan en Pekín "solamente cuando esas inversiones favorezcan a EEUU".
Europa también mira con angustia a esos aranceles, que ya se impusieron en el pasado, que siguen vigentes en parte porque Biden no dio marcha atrás en todo y que se pueden multiplicar, con el riesgo además de que Trump apueste más por las negociaciones bilaterales, país a país, que por acudir al bloque comunitario, a Bruselas.
La guerra comercial, pues, puede ser doble, pero hay llamamientos al pragmatismo: Así pues, hará hincapié en un comercio justo y recíproco, dará prioridad a la lucha contra las prácticas comerciales "desleales" de China y querrá que se libere el potencial energético interno del país, en conjunto. Los valores se centrarán en una orientación de "EEUU primero, pero no sólo”, que garantice que la participación global de Estados Unidos beneficie la paz, la prosperidad y la libertad del pueblo estadounidense y, al hacerlo, del mundo libre en general.
¿Aborto sí, no, depende?
Más allá del dinero, es muy sensible el derecho al aborto, una de las banderas que enarbolaba con más seguridad su oponente, Harris, aunque las mujeres no la han empujado ni por esas. El conservador ha tenido dificultades para encontrar un mensaje coherente sobre este tema en campaña, atrapado entre su necesidad de buscar más apoyo entre las mujeres, contentar a los religiosos y mantener su visión de familia tradicional.
Los tres jueces que nombró para la Corte Suprema mientras fue presidente fueron fundamentales a la hora de revocar el derecho constitucional al aborto, un fallo de 1973 conocido como Roe v Wade, que es justo la oleada reaccionaria que la demócrata promete revertir. Trump se vanagloria de ese nombramiento, luego hace suyas las decisiones que toman, pero, por otro lado, afirma que su intención es dejar que cada estado decida sobre la cuestión.
"Mi opinión es que ahora tenemos el aborto donde todo el mundo lo quería legalmente, los estados lo determinarán mediante referéndum o votación legislativa, o tal vez ambos, y lo que decidan tiene que ser la ley del país", ha afirmado. Su ambigüedad contrasta con el aval pleno al derecho de Harris.
En la actualidad, hay 14 estados en los que existe una prohibición total o casi total del aborto y hay otros tres estados, en los que sólo se permite antes de la sexta semana de embarazo, momento para el cual es frecuente que las mujeres ni siquiera se hayan enterado de que están embarazadas. Por causa de estas prohibiciones ha habido casos de mujeres que han muerto debido a que los médicos no les prestaron la atención sanitaria requerida por temor a ser procesados penalmente.
Las medidas judiciales ya derivaron en reveses políticos para los republicanos, por ejemplo, en las elecciones legislativas de mitad de mandato (2022), tocados incluso en estados tradicionalmente conservadores. Aquello obligó a Trump a buscar el equilibrio, nadando y guardando la ropa, sin fijar una posición firme, diciendo que cada estado debe decidir sobre la regulación de este asunto. De lo poco concreto, es que ha negado que vaya a firmar una prohibición nacional del aborto y h criticado la legislación de Florida, que prohíbe esta práctica después de la sexta semana de embarazo, pero a la vez ha afirmado que se opone a una iniciativa electoral para establecer el derecho al aborto en ese estado. Hasta Melania, su esposa, ha sido más clara.
El liderazgo de Estados Unidos en el mundo
¿Qué podemos esperar de una política exterior de este Trump 2.0? En materia de defensa y seguridad, se prevé un retorno a la estrategia de "paz a través de la fuerza", dicen especialistas como los del tanque de pensamiento del Atlantic Council. Esto implicará grandes inversiones en las capacidades de defensa de EEUU para fortalecer la disuasión y utilizar la fuerza de manera decisiva si esta falla. Trump pedirá a sus aliados, seguro, que contribuyan más para garantizar que las alianzas estadounidenses en Europa y Asia tengan las capacidades que necesitan.
La mayor amenaza a la seguridad nacional de EEUU, de los demás miembros de la OTAN y de otros aliados estadounidenses, es hoy la alianza cada vez más agresiva con Rusia, China, Irán y Corea del Norte. El punto focal de esta amenaza es Ucrania, donde la guerra de conquista del presidente ruso, Vladimir Putin, es sólo el preludio de más provocaciones y, potencialmente, de una guerra más al oeste, contra los estados orientales de la Alianza Atlántica. Una victoria de Rusia en Ucrania, que ahora cuenta con el apoyo de tropas norcoreanas que pronto lucharán en Europa, alentará una maniobra china contra Taiwán.
No está claro que Trump reconozca plenamente este desafío, pero, lo entienda o no, su Administración tendrá que lidiar con él y con su punto de confrontación más peligroso: Ucrania. Es difícil anticipar la política de Trump sobre la guerra porque su equipo está integrado por personal con opiniones muy diferentes. Por ejemplo, un grupo aboga por reducir drásticamente la ayuda a Kiev, una opinión que muchos asocian con Trump. Este grupo parece no entender el peligro de una victoria del Kremlin en Ucrania. El otro bando, por su parte, reconoce la amenaza a los intereses estadounidenses en Europa y otros lugares si Washington abandonara Ucrania. Este grupo seguiría una política reaganiana de paz a través de la fuerza y, a diferencia del equipo de Biden, no se dejaría intimidar por la fanfarronería nuclear de Putin, dicen medios como el New York Times. Las primeras pistas sobre la política de Trump serán los nombramientos que haga para altos cargos de seguridad nacional.
La OTAN, clave en ese conflicto, es otra de las preocupaciones en materia exterior. Durante gran parte del año pasado, los europeos se han preguntado si es posible proteger a la OTAN de Trump, con la esperanza de no tener que averiguarlo nunca. Pero ahora que Trump está de camino a la Casa Blanca, los líderes europeos, en particular el nuevo secretario general de la OTAN, Mark Rutte, tendrán que demostrar que tienen un plan para trabajar con la nueva Administración. No queda otra.
Cualquiera que pretenda saber definitivamente cuál será esa política (más allá de los inevitables llamamientos a que los europeos asuman más responsabilidades de la Alianza) puede ser calificado de vendemotos, porque nadie sabe exactamente lo que tiene el presidente electo en la cabeza. La estrategia diplomática de Trump consiste en mantener siempre a los demás (amigos y enemigos por igual) fuera de equilibrio. Es hacer de la imprevisibilidad una virtud. Para una Alianza que valora la estabilidad y la confiabilidad, la OTAN, con un líder recién estrenado a la cabeza, tendrá que volver a aprender cómo lidiar con la política arriesgada, el drama y la imprevisibilidad de Trump.
Hasta el punto de amenazar con irse, algo que sería un auténtico bofetón y que, dice la prensa de EEUU, no pasó en el primer mandato no por falta de ganas, sino porque entonces sus asesores se lo desaconsejaron. Hoy el equipo que frenó aquello ya no trabaja con el magnate.
Las opiniones sobre la OTAN entre el personal potencial de la administración varían desde los creyentes aislacionistas de "América primero", hasta la escuela de la "división del trabajo, que sostiene que Estados Unidos debe centrarse exclusivamente en el Indo-Pacífico y dejar Europa en manos de los europeos, hasta los más ardorosos guerreros. El vicepresidente electo J. D. Vance se ha ubicado a caballo entre estos dos primeros grupos.
EEUU quiere dejar claro que la OTAN no es sólo un cliente de la asistencia social, o como decía Trump, que Washington no es su "cajero automático", sino que hablamos de una alianza real, de muchos. La carga ya se está repartiendo, con la orden de destinar al menos el 2% del PIB nacional de caa aliado a Defensa.
Los adversarios, los amigos
En lo geopolítico, con China, hay mucha tela que cortar. La postura declarada de Trump de favorecer a Rusia en la guerra en Ucrania eliminará un punto de discordia con Pekín, pero también servirá a la agenda geopolítica del líder chino, Xi Jinping. El republicano ya ha dado señales de falta de apoyo a Taiwán (muy distinto a Biden) y parece creer que puede disuadir la acción militar china mediante su carisma personal. No es probable que Xi se deje deslumbrar, y la demostración de debilidad de Trump podría envalentonar a Pekín para que adopte una postura aún más agresiva hacia el gobierno democrático de la isla.
En términos más generales, el manifiesto desprecio de Trump por los aliados tradicionales de Washington probablemente complicará la acción colectiva hacia China y abrirá divisiones para que Xi explote y amplíe la influencia global china. Trump promete centrarse en cuestiones de mínima importancia estratégica para Estados Unidos, lo que sin embargo conducirá a enfrentamientos entre Pekín y Washington, junto con un retiro del liderazgo global estadounidense que le permitirá a Xi promover el poder chino a expensas de Washington.
En el caso de Irán, es probable que el regreso de Trump evoque rápidamente recuerdos de su campaña de máxima presión y del asesinato del líder de la Fuerza Quds iraní, Qasem Soleimani. Es muy posible que la Casa Blanca a estrenar vuelva de inmediato a una campaña de máxima presión en la que las sanciones no sólo se incrementarían, sino que se harían cumplir. Como fuera.
Una de las primeras decisiones importantes que Trump debe tomar en relación con Irán es la expiración en octubre de 2025 del mecanismo de reimposición de sanciones de la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que permite la reimposición de sanciones por el incumplimiento por parte de Irán del acuerdo nuclear conocido como Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC). La gran pregunta será si se unirá a sus homólogos europeos e invocará la reimposición de sanciones. Es casi seguro que Rusia y China se negarán a hacerlo, pero es muy probable que Trump y su equipo estén a favor de esa política.
Sin embargo, Trump y su equipo de seguridad nacional pueden tener dificultades para encontrar el mismo nivel de apoyo en la región que tenían hace cuatro años. En ese momento, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos apoyaron unidos los esfuerzos de Trump para enfrentar de manera más agresiva a Irán y los intereses iraníes. Pero tras el fin del bloqueo saudí a Qatar y lo que Riad consideró un apoyo estadounidense insuficiente después de un ataque de terroristas hutíes apoyados por Irán contra la infraestructura petrolera saudí en Abqaiq, la mayoría de los aliados ricos del Golfo se han replegado sobre sí mismos y están tratando de calmar las tensiones con Irán.
Como resultado, la administración entrante de Trump puede ser incapaz de recrear su red completa de aliados para emprender una política intensiva contra Irán, especialmente si esa política no contiene un objetivo final claro de alcanzar un acuerdo integral con Irán. Es probable que muchos funcionarios de política en la órbita del presidente electo se resistan a la idea de nuevas negociaciones con Irán, pero eso no significa que Trump no la considere en algún momento. Más que nada, Trump quiere llegar a un acuerdo, para quitarse problemas. Pero es una opción muy lejana.
En la zona, en Oriente Medio, su apuesta real son los Acuerdos de Abraham, que impulsó en su primer mandato, en manos de su yerno, Jared. Serán un pilar clave de la política estadounidense en Oriente Medio para el gobierno de Trump. Sabiendo que los Acuerdos fueron uno de los principales éxitos políticos durante el primer mandato de Trump, el Gobierno priorizará su mejora y expansión, con especial atención a la obtención de acuerdos con actores clave como Arabia.
Aunque el Gobierno de Trump buscará oportunidades para entablar diálogo con los líderes palestinos y poner fin a la guerra entre Israel y Hamás, no verá un acuerdo de paz como un paso previo necesario para ampliar los Acuerdos, como ha hecho Biden. En cambio, Trump se centrará en crear una alianza regional contra la influencia iraní, aprovechando las recientes acciones iraníes y de sus aliados en toda la región para atraer a nuevos miembros con acuerdos armamentísticos. Además, es probable que el nuevo gabinete explore iniciativas que fomenten el comercio y la inversión entre las naciones signatarias para reforzar los acuerdos nuevos y los existentes.
Si alguien echa en falta alusiones a los palestinos no son un olvido, es que no las hay. Su comentario más curioso sobre ellos en campaña ha sido para aplaudir las bondades de la costa de Gaza, con sus aguas y sus reservas de gas, ante las que imagina bloques como los de Tel Aviv.
La transición energética
La elección de Trump revitalizará el debate sobre la independencia energética de EEUU, ya que renovará el apoyo gubernamental a la industria del petróleo y el gas y redoblará los esfuerzos para avanzar de manera bipartidista en torno al despliegue de la tecnología nuclear.
En general, es probable que su Administración favorezca los recursos energéticos convencionales en lugar de las alternativas libres de emisiones, acelerando las exportaciones de gas natural licuado (GNL) y las licencias de producción de petróleo y gas, y posiblemente recuperando fondos no gastados de la Ley de Reducción de la Inflación. Pero la realidad es que la transformación en curso del sistema energético global trasciende en gran medida los ciclos políticos de Washington.
Por ejemplo, la salida del Acuerdo de París fue un rasgo distintivo de la política energética y climática de Trump durante su primer mandato y es casi seguro que se reinstaurará a principios del año próximo. Pero en todo el mundo, el precio de la energía y la seguridad del suministro tienden a pesar más que el impacto de la participación de Washington en los foros multilaterales, lo que da una pista de por qué el despliegue de energía solar y eólica en EEUU creció un 66% durante el primer mandato de Trump.
Sin embargo, una excepción en el futuro será el uso de aranceles por parte de Trump para impulsar la industria manufacturera estadounidense y fomentar el crecimiento del empleo. Los aranceles de la era Trump, centrados en los vehículos eléctricos y las tecnologías solares chinas, han perdurado durante toda la presidencia de Biden. Como la interacción entre la política climática y la comercial no ha hecho más que intensificarse desde el primer mandato de Trump, es casi inevitable que su segundo gobierno vaya más allá en el despliegue de herramientas relacionadas con el comercio para fortalecer el dominio energético de Estados Unidos.
La forma en que reaccione el mundo, en particular China, será fundamental para la escala y el ritmo de la transición energética.
¿Salvador o destructor de la democracia?
Todo lo que Trump quiere hacer o deshacer tiene un marco: el sistema democrático de su país. Los "agoreros", como él llama a los críticos, insisten en que el republicano basa todas sus medidas en el llamado Proyecto 2025, redactado por el tanque de pensamiento ultraderechista Heritage Foundation, 900 páginas en las que se plantea cómo reformar el Gobierno federal.
Con el paso de las semanas, vista la polémica, Trump ha tratado de distanciarse del dossier y sus propuestas, pese a que pesos pesados de su campaña las han aplaudido y avalado. Vance, por ejemplo. Por contra, dicen los republicanos ahora que su segundo mandato servirá para "restaurar el gobierno de, para y por la gente", así como para hacer respetar la Constitución y defender la integridad de las elecciones.
Los demócratas, en cambio, creen que la negativa de Trump a reconocer su derrota en las elecciones presidenciales de 2020, así como sus esfuerzos para revertir esos resultados y evitar la certificación de la victoria de Joe Biden (incluyendo el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021), son pruebas de que el exmandatario es una amenaza para la democracia.
En todo caso, lo que sí parece claro es que los republicanos buscarán que un segundo mandato de Trump sea más eficaz y que la consecución de sus objetivos no se vea obstaculizada por los funcionarios de carrera que no concuerdan con las ideas del republicano. Buscan fieles. La citada fundación, por ejemplo, contempla como necesario el despido de miles de funcionarios, la ampliación del poder del presidente, el desmantelamiento del Departamento de Educación y otras agencias federales, así como recortes fiscales radicales. Los demócratas, con ese material, han intentado movilizar a los votantes contra el plan y el propio Biden dijo que "destruiría EEUU".
Por ahora, lo publicitado es lo que Trump hará en su primer día en el Despacho Oval: firmar 41 medidas o decretos para comenzar con las deportaciones en masa de migrantes, eliminar los beneficios para los coches eléctricos o vetar la participación de mujeres transgénero en el deporte femenino. Ha dicho que no será un dictador, "salvo el primer día".
Todo es posible en la "América" de Trump.