Gaza e Israel, un año de agonía
El 7 de octubre de 2023, Hamás lanzó en suelo israelí el ataque más dañino de su historia. Tel Aviv replicó con una ofensiva que aún dura y a la que nadie le ve el fin. La dinámica del conflicto, viejo de 80 años, ha saltado por los aires, a pura muerte.
El 7 de octubre de 2023, la humanidad, la misericordia y la inocencia que aún le restan al mundo quedaron malheridas, casi moribundas, apenas retazos en el suelo arenoso a los dos lados de una frontera, la de Gaza e Israel. Fue un día infame de muerte, terror y venganza que dio paso a un año entero de guerra, y lo que vendrá. Nadie lo ha parado. ¿Alguien lo hará?
Los meses se han sucedido entre la sorpresa por la duración de la guerra "contra Hamás" del Ejército más fuerte de Oriente Medio y la aplastante constatación de que el mundo está cambiando y las mediaciones y presiones de las potencias se revelan inútiles, incapaces de frenar conflictos. Peor aún: 12 meses después, se han sumado a la contienda Irán, Hizbulá en Líbano o milicias de Yemen e Irak. Arde la región con el conflicto palestino-israelí como el origen de todo, sin resolver tras 80 años de dolor. En este tiempo se han agotado hasta las palabras para definir lo ocurrido. Quedan la fosas, las ruinas, los secuestros, las violaciones.
Los hechos
A las 6:30 de la mañana de hace un año, en el día de Simchat Torah en Israel (uno de los días festivos más importantes para la comunidad judía), los habitantes de más de 20 localidades colindantes con la Franja de Gaza despertaron con el sonido de disparos, explosiones y alarmas que vaticinaban lo peor: el enemigo, Hamás, había cruzado la frontera. La peor pesadilla de seguridad del país.
Del otro lado de la barrera, construida por Israel para vigilar y bloquear a los palestinos del enclave costero (sometido a su cerco desde 2007), más de 1.200 miembros del Movimiento de Resistencia Islámico, tremendamente armados, perforaban la malla ciclónica para iniciar la misión más importante de la historia en ese grupo: asestar un golpe mortal a su enemigo. Y lo fue. Al final del día, nunca tantos israelíes habían muerto desde la proclamación del Estado, en 1948.
Los milicianos atacaron en tres frentes. El primer, en una base militar israelí, golpeado por sorpresa a los soldados -pese a que habían arrollado la valla fronteriza con sus vehículos, la alerta de lo que se les venía llegó tarde-. Más de un centenar murieron. Los combatientes, considerados terroristas por la Unión Europea o Estados Unidos, tomaron los vehículos militares israelíes y prendiendo fuego a las zonas aledañas.
El segundo fue el frente urbano, la entrada en ciudades y en kibutzim, donde los milicianos patrullaron a tiros por las calles, disparando a diestro y siniestro. Que los habitantes de las comunidades agrícolas tuvieran refugios antiaéreos no evitó la matanza. Informes de Israel dicen que también las quemaduras, las torturas o las agresiones sexuales. A cientos de los que dejaron vivir se los llevaron como rehenes a Gaza.
Lo mismo que en el tercer escenario de su ataque, el festival de música electrónica Nova, donde los miembros de Hamás irrumpieron en paracaídas y coches y motos, materializando la matanza más brutal del día, con registros de al menos 1.000 víctimas, la mayoría civiles.
En el saldo final del día, el Gobierno israelí reveló que al menos 1.200 nacionales habían sido asesinados, mientras que 253 fueron tomados como rehenes por el grupo islamista. El día más mortífero para los judíos desde el Holocausto. El "sábado negro", lo llaman en Israel.
La respuesta de Tel Aviv fue inmediata, lanzando la Operación Espadas de Hierro sobre la franja de Gaza. Así, los 2,3 millones de palestinos que ya vivían cercados en la mayor cárcel al aire libre del mundo están siendo atacados por todas las vías. Primero fueron bombardeados desde el aire y cercados por tierra y, luego, aplastados por una ofensiva terrestre, expulsados de sus casas, privados de atención educativa y sanitaria, hambrientos en una de las peores crisis alimentarias de la historia -de tan rápida y masiva-, apiñados en un cuarto de tierra, con una lona por techo.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, tremendamente criticado por los fallos de seguridad e inteligencia que dieron lugar al ataque de Hamás, ha prometido que no dejará de atacar Gaza hasta hacer desaparecer al partido-milicia, pero lo cierto es que un año más tarde aún no ha podido con ellos ni ha hecho retornar a todos los rehenes a casa.
Las consecuencias: números y realidades
Aquí vienen los números y lo que esconden. Son brutales, de tan abultados. No los leas como estadística, porque cada uno tiene su historia. Los palestinos y los israelíes. Empezamos con Gaza. En apenas un año, los ataques israelíes han alcanzado todos los rincones de la franja, matando a unas 41.680 personas, el 69% de ellos mujeres y niños, según el Ministerio de Sanidad del enclave, controlado por Hamás, que no distingue entre combatientes y civiles.
Un informe reciente de Oxfam apunta que Israel ha matado a más niños y mujeres en Gaza que cualquier otro conflicto en dos décadas. Además, estima que hay alrededor de 10.000 cuerpos bajo los escombros que siguen sin poder ser rescatados, y más de 96.350 heridos. Se ha acabado, por ejemplo, con 902 familias palestinas, "borrándolas del registro civil al matar a todos sus miembros durante un año", añade la oficina de prensa del Gobierno de la franja.
Israel cuestiona estas cifras, pero en guerras previas en Gaza han sido fidedignas y organismos como la ONU o la Organización Mundial de la Salud (OMS) las consideran, incluso, comedidas. Sumando muertos y heridos, la OMS calcula que el 6% de la población de Gaza ha resultado afectada. El Ejército israelí, por su parte, sostiene que ha logrado matar a más de 17.000 milicianos de Hamás en Gaza desde que comenzó su ofensiva.
Sus soldados han llevado a cabo diferentes incursiones en los puntos más poblados de la Franja, como la ciudad de Gaza, Jan Yunis o Rafah, que se había convertido en el último refugio para los palestinos hasta que las tropas accedieron el pasado 6 de mayo. Estas incursiones han provocado el desplazamiento forzoso de casi el 90 % de la población, muchos de ellos lo han hecho en varias ocasiones ante las órdenes de evacuación lanzadas por el Ejército.
El ministerio gazatí -aún en manos de lo que queda de Hamás- denuncia además que Israel ha atacado 184 refugios y que 100.000 tiendas de campaña dejaron de ser aptas para los desplazados. Esas malas condiciones de vida hacen que las enfermedades también se hayan disparado, por ejemplo, con más de un millón de casos de diversas patologías en centros sanitarios del enclave, muchos de los cuales fueron diagnosticados como hepatitis A "por el hacinamiento y los bajos niveles de higiene de los refugios", según Médicos Sin Fronteras (MSF).
Las autoridades gazatíes alertan de que hay "una importante escasez de unidades de sangre" ante la imposibilidad de encontrar nuevos donantes, sumado a la falta de equipos de laboratorio. La situación, además, se ha agravado especialmente para los enfermos crónicos, aún más para los que padecen patologías graves como cáncer. Hay al menos 10.000 pacientes con cáncer que necesitan tratamiento.
Todo ello ocurre en una Gaza saturada en la que sólo siguen en funcionamiento -parcialmente- 17 de los 36 hospitales existentes, según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarias (OCHA).
Una característica de esta guerra es que nos la están contando con información de primera mano sólo los periodistas gazatíes porque Israel ha negado el paso a la prensa internacional. Un año de opacidad informativa, un "apagón mediático" denunciado por ONG como Reporteros Sin Fronteras (RSF). Un total de 174 informadores han sido asesinados en este conflicto, según datos del Gobierno local, que incluyen tanto a periodistas como a creadores de contenido. Gaza es hoy el conflicto más peligroso para los informadores en el mundo.
En el caso de Israel, la angustia absoluta son los rehenes que quedan aún secuestrados por Hamás. El 24 de noviembre, mediante una tregua temporal pactada con la mediación de EEUU, Egipto y Qatar, se llevó a cabo el primer intercambio de rehenes y presos entre Hamás e Israel, revisado en suelo palestino por la Media Luna Roja. En esa última semana de noviembre, que es lo que duró el esperanzador alto el fuego, 105 secuestrados volvieron a sus casas, como unos 300 presos palestinos.
Desde entonces, a través de la mediación diplomática, se ha intentado llegar a un nuevo acuerdo sin éxito. Según el Foro de Familiares de Rehenes y Desaparecidos de Israel, sólo tienen pruebas de vida de una treintena de ellos. Se supone que dentro quedan 97 rehenes, más cuatro israelíes que ya estaban en la franja antes de esta guerra, después de diversas operaciones de las Fuerzas Armadas de Israel en la que se ha liberad a varios de ellos o se ha localizado los cuerpos de los que han muerto en cautividad, bien por efecto de los bombardeos, por las heridas causadas en su secuestro o incluso ajusticiados, denuncia Tel Aviv.
En este tiempo, denuncia Amnistía Internacional, a los rehenes se les ha negado el acceso a observadores independientes, incluido el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que evaluaran su salud o las condiciones de detención. "La toma de rehenes es un crimen de guerra. Las personas que siguen vivas llevan más de nueve meses como rehenes, lejos de sus seres queridos. No hay nada que justifique que se les inflija ese trauma y esa angustia ni ellas ni a sus familias", indica Erika Guevara-Rosas, directora general de Investigación, Incidencia, Política y Campañas de AI.
En estos meses, las familias no han dejado de pelear en las calles de Israel para pedir a su Gobierno que sea flexible y pacte el alto el fuego. No necesariamente se habla del finde la guerra contra Hamás, sino de sacar a su gente porque, saben, cuanto más tiempo pase, menos posibilidades hay de que vuelvan con vida o con una salud razonable. Entre los civiles retenidos hay niños y ancianos aún. Hay evidencia de que en su toma y en el cautiverio han sufrido abusos de toda naturaleza.
Una crisis humanitaria total
El panorama que dibuja de Gaza la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios es indescriptible. La avalancha de denuncias no moviliza a la comunidad internacional, pese a que una tras otra de sus denuncias son de una gravedad insólita en la zona. Y eso que Gaza sabe lo que es sufrir.
Ya hemos apuntado algunos de los males de la franja, per vayamos al detalle, empezando la salud. "Los centros de salud siguen enfrentándose a una grave escasez de suministros debido a los obstáculos que impiden la entrada de la ayuda humanitaria y a la creciente acumulación de suministros y equipos sanitarios a la espera de entrar en Gaza", afirma la ONU. El norte está especialmente mal, incapaz de lograr combustible. Tampoco hay un "mecanismo sistemático para la evacuación médica de pacientes gravemente enfermos y heridos fuera de Gaza", lo que hace que la lista de espera sea cada vez mayor. A 30 de septiembre, se estima que 12.000 pacientes necesitan ser evacuados por razones médicas. No tienen esperanza inmediata.
El hacinamiento en los campamentos de desplazados, las malas condiciones de agua, higiene y saneamiento y la falta de artículos esenciales contribuyen a aumentar los riesgos para la salud reproductiva y la vulnerabilidad a la violencia de género y la explotación. Ahora "existe una creciente preocupación en materia de salud pública por el deterioro previsto de las condiciones de vida durante la temporada de invierno en los campamentos de desplazados, en particular en las zonas propensas a inundaciones". Y es que muchos de los campamentos improvisados donde se puede han ido a situarse sobre zonas donde el agua puede reclamar su espacio.
Sobre la alimentación, Naciones Unidas denuncia que "el transporte y el almacenamiento adecuado de suministros nutricionales es un desafío debido al ingreso limitado de suministros humanitarios, la capacidad limitada para almacenar productos que requieren refrigeración, como fórmulas infantiles listas para usar, y la pérdida de acceso a algunos almacenes debido a las hostilidades en curso, las órdenes de evacuación, el acceso y las limitaciones logísticas". Si a eso se suma el movimiento constante de los civiles en busca de zonas más seguras se entiende aún mejor el caos de la ayuda.
"Los suministros alimentarios humanitarios son increíblemente limitados en toda la franja", mientras que al menos 100.000 toneladas de productos alimenticios, equivalentes a dos meses de raciones de alimentos para toda la población, esperan a entrar, sin que Israel dé el necesario permiso. A ello se suman las carreteras dañadas por los ataques, la inseguridad de la ruta y el "colapso" del orden público. Eso hace que un millón de personas no recibieran suficientes raciones en agosto y 1,4 en el septiembre que acaba de finalizar. "También existe gran preocupación por el creciente riesgo de deterioro e infestación de los suministros alimentarios varados", ahonda la OCHA.
Nada de esto es insoslayable, puesto que es una crisis generada por el hombre, como recuerda la UNRWA, la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos, un organismo puesto en tela de juicio en estos meses por las denuncias no probadas de Israel de que parte de su personal había participado en los atentados del 7-O.
Más datos desesperantes: casi el 70% de las tierras de cultivo de Gaza, antes exuberantes, están destrozados en estos momentos, son prácticamente improductivos. Ahora por ejemplo que es la hora de la campaña de la aceituna, no hay ni qué recoger ni dónde llevarlo, porque sólo cuatro de las 37 prensas de aceite de Gaza siguen operando. Otra vez es determinante la falta de acceso al combustible. Casi no hay leña, la que queda está a un precio imposible para la mayoría de la población y eso afecta también al cocinado, menos seguro para la salud y más perjudicial para el medio ambiente. La entrega de fertilizantes es "extremadamente limitada", igualmente.
En cuanto al agua, no hay desaladoras ni purificadoras trabajando, no hay bombas para extraer del suelo ni pozos sin contaminar por los cascotes o los residuos -el de las basuras es un enorme problema en la franja-. "Productos clave como champú, detergente y líquido lavavajillas ya no están disponibles, lo que hace imposible que los hogares mantengan la limpieza, preparen alimentos de manera segura o laven la ropa", y como no hay agua, eso "obstaculiza gravemente la capacidad de las familias para protegerse de las enfermedades transmisibles, especialmente en refugios superpoblados, lo que afecta desproporcionadamente a los niños, las mujeres embarazadas y las personas con sistemas inmunológicos debilitados".
Y por supuesto no hay electricidad casi, con cortes muy largos durante el día, por lo que tampoco pueden funcionar los calefactores o generadores de quien aún los tenga. No hay disponibilidad en la franja ni dinero efectivo para comprarlo.
No hay ni techo. Al no entrar materiales de obra o refugio por el bloqueo de Israel, los palestinos están viviendo bajo telas o mantas, en espacios poco limpios que no se adecentan ni con el agua del mar. La ONU dice que en todo septiembre sólo se han dejado entrar nueve camiones con material para refugio, pese a que estamos ya en otoño y se esperan las lluvias y el frío. "Es muy preocupante", denuncia. Los campamentos están en "condiciones deplorables", proliferando las enfermedades cutáneas ante una falta grave de medicamentos. Hasta ha revivido la polio, que llevaba dos décadas erradicada de Gaza.
No hay personal humanitario para atender a los gazatíes, porque ellos también mueren o resultan heridos (222 miembros de la UNRWA, sin ir más lejos), así que no hay ni para atender a esos niños no acompañados que han perdido a todos los adultos de su familia (hay 60 ahora mismo sin acomodo y son cientos en este año), o para revisar los explosivos que quedan sin detonar en la zona, un reto de seguridad diario. La telefonía y el internet son muy limitados, no hay posibilidad de reparaciones, nada es seguro ni funciona.
El curso escolar no se ha retomado en Gaza. Sólo en el último mes han sido atacadas 17, 14 de ellas siendo incluso refugio. El 70% de las escuelas de la UNRWA están dañadas o destrozadas, ha habido más de 500 ataques a escuelas desde que empezó la guerra y los niños que no van a clase son presa fácil de los grupos armados o de los explotadores infantiles. Casi 10.500 estudiantes han sido asesinados, como 419 docentes.
De los 36 hospitales de Gaza, funcionan 17, pero ninguno a pleno rendimiento, incapaces de asegurar siquiera un entorno plenamente aséptico. Falta todo tipo de medicinas. Se multiplican las infecciones, se aceleran las amputaciones ante la imposibilidad de tratar bien las heridas. 155.000 mujeres han dado a luz en este tiempo, en el que los nacimientos prematuros, los abortos espontáneos, los bebés con bajo peso o las complicaciones ginecológicas están a la orden del día. Hay 17.000 embarazadas "en una etapa severa de hambre". Todo eso es Gaza hoy.
Cisjordania, la olvidada
Mientras sus hermanos de Gaza sufren esta situación, los cisjordanos se encuentran bajo la peor ola de violencia en 20 años. Israel ha cerrado el puño en este territorio, que sólo parcialmente controla la Autoridad Nacional Palestina, vetando protestas, cargando contra muestras de apoyo a la franja, cerrando pasos y accesos, negando permisos, haciendo redadas de enormes pérdidas personales y, también, permitiendo la violencia de los colonos sin ponerle freno.
Tanto en Cisjordania como en el este de Jerusalén -pretendida capital del futuro estado palestino- 720 civiles, entre ellos 160 menores según el Ministerio de Sanidad, han muerto en el último año, la mayoría durante incursiones militares. Sólo en Tulkarem, al menos 94 palestinos han muerto desde enero, incluidos ocho menores de entre 15 y 17 años, según un seguimiento de la Agencia EFE. La mayoría han muerto por disparos de soldados pero más de una treintena en ataques aéreos, una táctica que Israel no empleaba en urbes y campamentos de refugiados en Cisjordania desde la Segunda Intifada, iniciada en 2000.
Con cerca de 1.400 ataques de colonos lejos de ciudades como Nablus, Yenín o Tulkarem, en pequeños poblados de pastores y aldeas agrícolas a lo largo de Cisjordania, la "guerra" posterior al 7 de octubre adopta una formato diferente: una creciente impunidad ante la violencia colona y la pérdida de tierra palestina a manos del Estado de Israel.
En el último año, un total de 19 aldeas han sido borradas del mapa y más de 1.600 palestinos desplazados debido a los ataques de colonos, quienes con la ayuda del Gobierno israelí crean puestos agrícolas próximos a las comunidades palestinas desde donde les amedrentan, atacan o queman sus propiedades y olivares.
En Ramala, allí en Cisjordania, está la capital administrativa de Palestina y el Gobierno del presidente Mahmud Abbas, que asiste a este aplastamiento impaciente. Es verdad que el drama palestino ha levantado a algunos países como España, que han acabado reconociendo al suyo como un estado de pleno derecho, pero su Ejecutivo nada en la irrelevancia. Nadie lo tiene en cuenta. O, mejor dicho, sí, sólo para que se adapte a las exigencias de otro, como cuando EEUU le reclamó un cambio de primer ministro que, por supuesto, Abbas ejecutó, con la idea de hacer limpia y adaptarse al modelo de gestión que querría Washington para Gaza si Hamás acaba derrotado. Hoy el premier de Palestina es el tecnócrata Muhamad Mustafa, del que apenas nada se puede destacar desde que llegó al cargo en marzo.
Cómo está Hamás
A medida que el número de muertos en el enclave palestinoo sigue aumentando, resulta cada vez más evidente que Israel no tiene un plan viable para poner fin a la guerra ni para lo que vendrá después. La determinación de seguir persiguiendo a Hamás en Gaza a pesar de las horribles consecuencias humanitarias está dejando a Israel cada vez más aislado en el escenario mundial, con su Gobierno enfrentando presiones de todos lados.
Aunque las Fuerzas de Defensa de Israel afirman haber matado a miles de combatientes de Hamás, la mayoría de los principales líderes del grupo en Gaza, incluida Yayha Sinwar, sigue vivo y además se ha convertido en el nuevo jefe total. Porque, sí, Israel se anotó en julio un importante tanto al matar al hasta ahora jefe del partido-milicia, Ismail Haniyeh, en Irán. Pero no, no ha podido con todos sus militantes. No lo ha borrado porque, como dice el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, "no se matan las ideologías". El de Haniyeh fue un golpe importante, por su carisma y sus apoyos externos, que han llevado incluso a Irán a atacar a Israel como represalia, pero sobre el terreno la lucha sigue.
La guerra ya ha superado con creces las expectativas de todos en términos de su duración, intensidad, escala y letalidad y, pese a ello no se vislumbra un final. Israel no quiere el alto el fuego y Hamás tampoco. Acabar con los terroristas es inalcanzable, en la práctica, y aún así Tel Aviv no tiene un plan. NI b ni para el día después. Sólo mantener los ataques, parece.
Por ejemplo, hubo efusividad cuando se informó de que se había derrotado a Hamás en el norte de Gaza, pero los soldados han seguido muriendo allí y en Rafah. Han seguido las emboscadas y hasta el lanzamiento puntual de cohetes. Se supone que sólo le quedan dos brigadas activas en el sur, en Rafah, que es donde más daña hacen ahora los ataques.
En febrero, Netanyahu -muy presionado por EEUU- reveló su plan para "el día después" de la guerra, cuyos principales puntos son la desmilitarización de la Franja, que su seguridad dependa de Israel y que la UNRWA no tenga cabida. La Autoridad Nacional Palestina (ANP), lo rechazó porque busca "perpetuar la ocupación israelí".
Netanyahu mantiene sus objetivos a corto plazo: destruir las capacidades militares y la infraestructura gubernamental tanto de Hamás como de la Yihad Islámica, liberar a los rehenes e impedir que Gaza vuelva a ser una amenaza. A medio plazo, quiere una franja en la que Israel mantenga la libertad de operaciones militares "sin límite de tiempo" y el control israelí de la frontera entre Gaza y Egipto para evitar la reaparición de "elementos terroristas en la Franja de Gaza". También afirma que mantendrá el control de seguridad sobre Cisjordania y Gaza, mientras que en el enclave "habrá una desmilitarización completa", más allá de lo necesario para mantener el orden público.
Israel, herida abierta
La sociedad israelí, por su parte, es aún una herida abierta. Los ataques de Hamás hundieron la sensación de estar relativamente seguros. Una cosa son atentados o cohetes y otra cosa fue ese 7 de octubre en el que fallaron las informaciones de inteligencia, los avisos dados a altos mandos militares de que algo así podría pasar, la respuesta de las fuerzas defensivas y policiales cuando ya estaban en marcha los ataques de Hamás. Y, por encima de todo eso, el papel político de Netanyahu, el garante de esa seguridad, que siempre hizo bandera de ella como reclamo electoral, y que no hizo lo que debía.
Ahora, con el tiempo, ha tratado de cambiar su imagen con una dureza inusitada, que incluye los recientes choques abiertos con Hizbulá en Líbano y con Irán, de consecuencias terribles. El primer ministro pelea por mantenerse en el cargo y hace lo que sea para contentar a la parte más radical de su gabinete, los ministros ultranacionalistas y religiosos que quieren ir a por todas y no ceder, esos que defienden incluso la recolonización de Gaza. Así, Netanyahu no tiene que perder su inmunidad y dar cuenta ante la justicia de los tres supuestos delitos de corrupción que le persiguen.
Antes del 7-O, Netanyahu estaba severamente criticado en las calles por su reforma judicial, esa que parece de hace siglos, pero luego todo ha sido guerra. Aún así, las protestas han regresado, masivas y sentidas como nunca, por parte de la población que anhela un alto el fuego para que retornen los rehenes de Hamás. En esa coyuntura de contestación estaba cuando, a finales del mes pasado, lanzó su sorprendente ataque a las comunicaciones de Hizbulá, convertido con los días en guerra sin más etiquetas. El mago Bibi cabalga de nuevo, con la euforia de ganar a un rival de décadas, de matar a su líder (Hassan Nasrallah). Hasta el punto de que las encuestas se han dado la vuelta y hoy volvería a ganar las elecciones si las hubiera. Un superviviente como no hay otro en la política mundial.
No puede darse por contento, porque el coste es terrible: el país afronta un gasto por la guerra en Gaza de más de 20.000 millones de euros, sus Fuerzas Armadas están cansadas y sin relevo, multiplicando frentes, los rehenes no regresan y hasta hay tormenta con el reclutamiento de jóvenes judíos ultraortodoxos para el servicio militar. Flancos en los que la sociedad está dividida y herida, con el shock de lo ocurrido en sus mentes hasta el punto de que está creciendo el número de judíos que abandona el país.
Aún cuenta con el apoyo perpetuo de EEUU, que le aporta la ayuda milita y diplomática que necesita, quien le sigue vendiendo armas y veta resoluciones de Naciones Unidas que van contra sus intereses, que le aprieta verbalmente para que firme un alto el fuego pero que no le pone líneas rojas y dice que es su aliado "eterno". El resto de la comunidad internacional es comparsa en esta guerra, por más que Borrell, desde la UE, haya lanzado las declaraciones más claras de condena a Israel en esta crisis y hasta haya planteado una hora de ruta que acabe con el conflicto y dé a Palestina un estado de pleno derecho.
Es lo que hay, un año después. Guerra y más guerra. Sin compasión.