Congo, la guerra mundial africana revive por la pelea étnica y los recursos naturales
La República Democrática salta a los titulares como foco del actual brote de viruela del mono, pero las desgracias no vienen solas: el país acumula ya tres décadas de conflicto, uno de los más graves y olvidados del planeta. Y sin visos de solución.
El organismo de salud pública de África declaró la emergencia continental por viruela del mono el pasado 13 de agosto. Un día más tarde, la Organización Mundial de la Salud (OMS) elevaba esa alerta a internacional. El paso se argumentaba en el recrudecimiento la mpox en la República Democrática del Congo (RDC) y en el un número creciente de países de África que se iban sumando a su tendencia al alza.
Ahí estaba Congo, arriba en los titulares, con datos terribles: en el foco del actual brote, un país donde la enfermedad es endémica, se han contabilizado 17.794 casos y 535 muertes desde comienzos de año. Desde que se declaró emergencia sanitaria, los casos semanales se cuentan por mil, unos 24 muertos de media. Sin embargo, el país lleva tres décadas sumido en la violencia, sufriendo una de las guerras más olvidadas y graves del planeta, sin que el mundo pose apenas los ojos sobre él. Uno de esos conflictos enquistados que nunca se resuelven y en los que, además, las víctimas son negras. Circulen, poco que mirar. Empezando por la prensa.
La atención mundial sobre la RDC sirve para recordar que llueve sobre mojado. Que la mpox o el ébola -otro de sus grandes quebraderos de cabeza- son problemas que se acumulan sobre una población desgastada hasta el límite, tras 30 años de choques abiertos, con sus épocas valle, entre ejércitos, milicias, señores de la guerra y hasta empresas que pugnan por los minerales de la zona, que guarda casi el 80% de las reservas planetarias de coltán, el compuesto (colombita-tantalita) esencial para el ordenador con el que este reportaje se escribe, para el teléfono en el que lo estás leyendo, para el coche eléctrico que está en pleno boom. Choques que se han recrudecido en los dos últimos años, especialmente entre el ejército congoleño y el Movimiento 23 de Marzo (M23).
Se calcula que las guerras sumadas, enlazadas y superpuestas en la zona han matado ya cinco millones de personas, han causado siete millones de desplazados y 25,4 millones de civiles que necesitan ayuda humanitaria urgente para sobrevivir. 2,8 millones de ellos, directamente, sufren desnutrición aguda. Eso es lo que hay bajo los granos y las ampollas: una historia de dolor perpetuo.
De dónde venimos
La RDC es el escenario de lo que se conoce como la "guerra mundial africana" porque, aunque se desarrolla en su territorio, ha llegado a implicar a nueve países del continente y a más de 130 grupos armados y clanes de guerra. Por eso, para entender lo que pasa hay que salir de Congo, hasta la vecina Ruanda, y remontarse al año 1994. Entonces, en sólo cien días, más de 800.000 personas fueron asesinadas por extremistas del grupo étnico hutu. Las víctimas eran de la etnia contraria, los tutsis, además de propios hutis moderados. La matanza fue un intento de exterminio de una población minoritaria, que sin embargo, había sido privilegiada por Bélgica, la vieja potencia colonial. Se calcula que aproximadamente el 70% de ellos murieron en esta carnicería. Los odios generados en el tiempo de dominio blanco y pasividad de la comunidad internacional sumaron muerte sin descanso. Uno de los mayores genocidios de la historia reciente.
Buena parte de los tutsis que sobrevivieron lo hicieron escapando al este, a la entonces República de Zaire, hoy RDC. Las cosas se dieron la vuelta en Ruanda y entonces los que tuvieron que escapar fueron los hutus, por miedo a represalias. De nuevo, por cercanía, también decidieron refugiarse en la República Democrática del Congo (que se llama así desde 1997, aunque su independencia procede de hace 64 años). En suelo vecino los enfrentamientos entre las dos etnias se recrudecieron, a otra escala.
Este choque interétnico pronto se añadió al que estalló en la propia RDC, con las llamadas primera y segunda guerra del Congo. La primera, entre 1996 y 1997, supuso el derrocamiento de Mobutu Sese Seko, un mariscal gobernó el país con mano férrea durante más de tres décadas y lo destrozó. Tomó el poder en su lugar Laurent-Désiré Kabila, que se había ido convirtiendo en líder de las guerrillas que buscaban la caída de Mobutu, quien se tuvo que exiliar a Marruecos.
Pero Kabila tampoco era muy querido. En agosto de 1998 estalló la segunda guerra nacional, que desangró al país hasta 2003. Kabila no tenía un apoyo fuerte entre su población y fueron Angola, Zimbabue, Namibia, 10.000 milicianos hutus (interahamwe) y miles de guerreros Mai-Mai e quienes lo salvaron de una derrota segura a manos de los rebeldes congoleños, apoyados, a su vez, por Ruanda, Uganda, Burundi, milicias tutsis y decenas más de grupos armados. La zona oriental del país ha sido siempre la más afectada, pero la descomposición de la seguridad nacional ha afectado a todo el país, de 2.345 millones de kilómetros cuadrados (es el segundo gran país de África y el undécimo mayor del mundo) y una población, hoy, de 99 millones de personas.
Aunque en ese 2003 se firmó un acuerdo de paz, ha sido incumplido incontables veces y, desde hace dos años, la situación ha empeorado, es profunda la inestabilidad general y las crisis de Gobierno son constantes. El propio Kabila acabó asesinado en 2001. Lo mató un niño soldado que se había convertido en su escolta, a balazos en el propio Palacio Presidencial. Joseph Kabila, su hijo, lo sucedió.
Por qué guerrean tantos países en Congo
Todos con sus intereses creados, batallando en un país por múltiples razones, externalizando lo que debería haber sido un problema interno. Las razones eran menos ideológicas que otra cosa. Los empeños eran más domésticos y, también y en gran medida, económicos. Por eso, los bandos no acabaron nunca de estar bien definidos y a veces hasta había enfrentamientos entre supuestos socios.
Entre los aliados de Kabila, Angola y Zimbabue eran los fundamentales. El primero guerreaba allí porque quería acabar con las bases que tenía en suelo congoleño la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), hoy partido político y entonces movimiento armado, que ha pasado de ser de extrema izquierda a conservador y anticomunista. La UNITA tenía abierta una guerra civil con su estado pero en el sur de Congo se rearmaba, entrenada y atacaba a los de presidente José Eduardo dos Santos.
En Zimbabue estaba Robert Mugabe, un libertador que se convirtió en opresor, quien puso 12.000 combatientes y equipos (hasta aviones) a favor de Kabila porque quería proteger los contratos que su familia tenía firmados en las minas de extracción de minerales del país: oro, diamantes, tungsteno, cobre, estaño y, sobre todo, coltán. Cuidando su casa, además, ganaba liderazgo, en un tiempo en el que todo lo eclipsaba Nelson Mandela.
Namibia, igualmente proKabila, también ayudó para mantener los contratos mineros de su presidente, Sam Nujoma. Tampoco le gustaba la UNITA, porque ayudaba al Ejército de Liberación de Caprivi, un grupo rebelde que reclamaba la secesión de dicho territorio. ¿Y Sudán? Tenía enfrentamientos con la Uganda de Yoweri Museveni, así que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Acusaba al ugandés de apoyar al Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA), por lo que decidió apoyar a grupos antiUganda que también se había refugiado en Congo.
En menor medida, arrimaron el hombro con Kabila Chad y Libia. El primero mandó 2.000 soldados por presiones de Francia, en un intento de recuperar cierto protagonismo en la zona, sin éxito ni aportando soluciones. Idriss Déby estaba al cargo entonces. Los de Muamar el Gadafi facilitaron el transporte de las fuerzas chadianas a la RDC.
En el bando contrario de esta guerra continental estaban los contrarios a Kabila, también cada uno con sus planes propios. Uganda y Ruanda fueron los más potentes, los primeros por orden de Museveni y los segundos, de Paul Kagame. Los ruandeses sobre todo jugaban con la tensión de su propio genocidio y sus consecuencias. Las milicias de unos y otros se mataban en Congo y dentro, en casa, era muy difícil controlar a situación, después de que el Ejército hubiera quedado desmantelado (demasiada dejación de funciones con los crímenes, digamos) y por el interés en lo que pasara con los yacimientos y minas de la provincia de Kivu, que antiguamente era una provincia de la parte oriental de la República Democrática del Congo, fronteriza con Ruanda, muy conocida sus numerosos recursos minerales, ambientales y fósiles. De nuevo, coltán sobre todo.
Los ugandeses querían combatir a los grupos insurgentes que atacaban desde Congo, como el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés) y las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF). Museveni, un dictador de referencia con enorme influencia en África en esos años, trataba de ser esencial, de hacerse ver, y para ello delimitó y controló una provincia dentro de la RDC, Ituri; levantó un movimiento proAngola dentro del país y avaló la limpieza étnica de opositores, como distintos grupos de pigmeos.
La UNITA y el SPLA fueron las milicias que más apoyaron a este bloque disidente.
De la aparente solución...
En 2002, la esperanza llegó a Congo con la firma de los Acuerdos de Pretoria y un alto el fuego previo entre todas las partes. Joseph Kabila ya había abierto la puerta a negociar una salida pacífica años antes. Al fin llegó el pacto que obligaba a los ejércitos extranjeros a abandonar el país y presionaba a las milicias para que dejaran las armas.
Fue un tiempo de cierta confianza, porque se iban dando pasos hacia una normalización democrática muy ansiada. En 2005 se promulgó una nueva Constitución, en la que se
reorganizaba en gran medida el sistema público y la Administración del Estado. Las provincias pasaron de 10 a 25 (contentando a ciertos grupos nacionalistas), se estableció un Parlamento bicameral y una estructura embrionaria de un nuevo Poder Judicial.
El 30 de julio de 2006 se celebraron en el país las primeras elecciones multipartidistas y libres desde la independencia en 1960. Kabila hijo obtuvo el 45% de los votos y su oponente y exvicepresidente Jean-Pierre Benba, sólo un 20%, una pugna que superó las urnas y dio origen a enfrentamientos entre seguidores de los dos candidatos en las calles. Las dos fuerzas desplegadas en la zona en este tiempo de pacificación, la EUFOR (Operación Militar de la Unión Europea en la República Democrática del Congo) y la MONUC (Misión de las Naciones Unidas en RDC) recuperaron el control de la situación. También se dieron pasos en los judicial: en 2006, Thomas Lubanga Dyilo, líder de Unión de Patriotas Congoleños (UPC) y responsable del reclutamiento y empleo de menores en las hostilidades fue detenido y trasladado a la Corte Penal internacional (CPI).
Sin embargo, gran parte del este del país ha seguido siendo inseguro en todos estos años, principalmente por el conflicto de Ituri y las continuas actividades de las Fuerzas Democráticas para la liberación de Ruansa en las provincias de Kivu del Norte y del Sur. Las milicias siguen operando, ahora son más de 130, y hay grupos de soldados que han comenzado a actuar sobre el terreno como señores de la guerra. Las dinámicas locales no resueltas, el incumplimiento de los acuerdos de paz y el ansia, que no se agota, de recursos naturales, explican la situación.
En paralelo, se iban conociendo los datos del pasado brutal del país: esos cinco millones de muertos, de los que medio millón lo fueron en el campo de batalla y los demás, fallecidos por enfermedades evitables o por hambre. Son datos de Naciones Unidas. Amnistía Internacional calcula que más de 40.000 mujeres fueron violadas en estos años, muchas de forma grupal. Estos abusos, además, ayudaron a propagar el sida. En 2021, ONUSIDA estimó que una quinta parte de las 540.000 personas que viven con el VIH en la República Democrática del Congo no tenían acceso al tratamiento y que 14.000 pacientes habían muerto a causa del VIH en el país. Más de 60.000 niños de 0 a 14 años viven con el virus de inmunodeficiencia humana.
... a la última crisis
El actor más reciente que ha elevado la tensión en la zona es el M23. Tomó su nombre de la fecha de los acuerdos de paz, del 23 de marzo de 2009. Se trata de un grupo armado que ha recibido armas, equipos, asesoramiento, capacitación y asistencia militar de las Fuerzas Armadas de Ruanda, que además le ofrece apoyo directo en operaciones de combate. Se cree que "ha sido cómplice y responsable de infracciones graves del derecho internacional cometidas contra mujeres y niños en situaciones de conflicto armado en la República Democrática del Congo, como asesinatos, mutilaciones, actos de violencia sexual, secuestros y desplazamientos forzados", indica el Consejo de Seguridad de la ONU.
En noviembre de 2012, llegó a tomar el control de la ciudad de Goma, la capital de Kivu del Norte, con una población de un millón de personas. Es recurrente que corten carreteras y compliquen el suministro de la capital, incumpliendo todos los acuerdos de alto el fuego. En general, por la acción de todas las milicias, los agricultores no pueden llegar con seguridad a sus tierras de labor y lo mismo pasa con los niños que van a clase. Hay que caminar decenas de kilómetros para lograr agua. Las mordidas están a la orden del día para lograr un pasillo seguro. Los hospitales atienden constantes heridas de bala, hay muchas mutilaciones, hasta lapidaciones. A veces no se sabe con claridad quién es el enemigo.
"Vivimos una guerra atípica y es imposible pensar en un final a corto plazo. Las luchas de poder y por el control de las materias primas, como el coltán, obligan a la población a dejar sus hogares por la violencia", explica el misionero salesiano Domingo de la Hera, que lleva más de 45 años en RD Congo, en una nota de prensa de las Misiones Salesianas. "Las personas llegan a Goma prácticamente con lo puesto, se instalan donde pueden porque la mayoría de asentamientos de desplazados están desbordados y sobreviven con lo que le entregan las ONG y las organizaciones religiosas", ahondan. La presión del M23 y grupos extra ha hecho que, desde 2022, se hayan desplazado 1,6 millones de civiles, según la Organización Mundial de Migraciones (OIM). Todas ellas, absolutamente, necesitan de ayuda, según el plan de emergencias de la ONU.
Las organizaciones internacionales no dejan de reclamar un alto el fuego permanente, misiones de vigilancia fronteriza firmes, diálogo entre las partes y sanciones a los grupos armados, embargos masivos de armas, reformas en las Fuerzas Armadas y mejoras generales en la gobernabilidad y la justicia del país. Mucho, sobre lo que se hace poco. Ni siquiera las 250 agencias internacionales presentes en Goma -sede de la mayor comunidad humanitaria del mundo- pueden lograr el cambio por sí solas.
La avaricia
Luego está el filón natural por explotar. Se calcula que la RDC tiene reservas minerales sin explotar por valor de 24 millones de dólares (más de 21.600 millones de euros al cambio). Ya fue importante el coltán en los 90, con el despertar de la telefonía móvil, pero ahora a eso (y las computadoras y las tabletas) se suma la necesidad de él que tiene el mercado para las baterías de los coches eléctricos, claves en la transición verde.
Que esquilmen Congo no es nuevo. Bélgica lo hizo a fondo en el siglo XIX. Leopoldo II esclavizó a su población para lograr el caucho que necesitaban los neumáticos para aquella revolución y hoy hace falta coltán para otra, la cuarta, la 4.0. En un informe del Banco Mundial, se señala que la producción de minerales como el coltán, el grafito, el litio y el cobalto podría experimentar un aumento de casi un 500% de aquí a 2050 para satisfacer la creciente demanda de tecnologías de energía limpia.
Importa el fin, no los medios. Naciones Unidas ha denunciado reiteradamente que se usa a mano de obra esclava y a menores de edad en la explotación de las minas congolesas. En zonas del este, también es Ruanda la que viola derechos, porque es quien controla sobre todo las vías de aprovisionamiento mundiales, la que da salida a lo extraído. Ya desde 2001 hay informes de la ONU que hablan de que los países enfrentados en la zona "participaban y fomentaban" la guerra en la RDC, lo que sumado a las empresas cómplices con el proceso genera ramificaciones de este drama en todo el mundo.
Hay constancia de intercambios de armas por recursos naturales y de acceso a recursos financieros fáciles para la compra de más armas. Según publica La Vanguardia, "el comercio ilegal de casiterita proporciona a los grupos armados 85 millones de dólares anuales y ocho millones el del tántalo, que se extrae del coltán. A cambio, las milicias adquieren armas con las que seguir matando". Toda una red en la que entran agentes privados, multinacionales, que se suma al choque regional previo, las diferencias étnicas y la degradación colonial previa de la zona.
La viruela del mono es la última plaga que le faltaba a la tierra azotada de la RDC.