Jorge y Francisco, así es el papa de la revolución suave que trata de cambiar la Iglesia
Primer papa americano, primer papa del sur, el argentino estaba llamado a una transición sin huella pero está tratando de poner los pilares de otro tiempo.
Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, protagoniza este Miércoles Santo el documental Amén, Francisco responde (Disney), un encuentro a corazón abierto con diez jóvenes en los que el pastor de los católicos se enfrenta a preguntas y reflexiones sin guión, sin límites. Es uno de los acontecimientos televisivos de la temporada, con la firma de Jordi Évole y su equipo, porque el argentino atrae. Es una figura poliédrica, ni blanca inmaculada ni negra como el tizón, la de un reformista que parece que lo intenta, pero que no llega a todo, un hombre que trajo esperanza al Vaticano por su cercanía histórica a los pobres y que se ha topado por el camino con la realpolitik.
Gestos, matices, tonos, hechos, deudas. Todo tiene cabida en el cuerpo del primer papa no europeo desde el 741, el primer papa americano, el primer papa del sur, el primer papa jesuita. El sucesor de San Pedro número 2 que estaba llamado a ser un pontífice de transición y está liderando una revolución que aun tardará años en cuajar.
Los orígenes
Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936 y fue bautizado el día de Navidad de ese año, católica como era su familia, muy practicante. Su hogar era de clase media, casa de emigrantes italianos: su madre, Regina María Sivori, era originaria del Piamonte y de Génova, aunque a nació porteña; su padre, Mario José Bergoglio, llegó desde Asti, escapando del fascismo de Benito Mussolini. Ama de casa y contable de la compañía de ferrocarriles. Jorge era el mayor de cinco hermanos, de los que sólo queda con vida María Elena.
Su barrio era el de Flores, frondoso y cómodo sin ser acomodado. El ahora papa creció en un ambiente de familia extensa, todos los refugiados y migrantes reunidos en el mismo núcleo. De ese tiempo guarda recuerdo de la mujer más importante de su vida, su abuela Rosa, y de un tío abuelo pícaro que cantaba canciones subidas de todo. De entonces se sabe algunas cosas en dialecto genovés que se niega a decir en público.
Buenos Aires era una ciudad cosmopolita, donde los restos del colonialismo español se mezclaban con la influencia europea gracias a la inmigración y el comercio, así que sus primeros años están impregnados de eso, de una ebullición común. Bergoglio, niño estudioso en su colegio salesiano y que no daba muchos dolores de cabeza en casa, estudió química en una escuela técnica, una especie de formación profesional que le permitió trabajar pronto en un laboratorio, en el que hacía control de higiene en distintos alimentos.
Compatibilizaba su puesto con el de portero en un bar -quien ha visto al papa en persona sabe que su gran envergadura sorprende- y le gustaban -entonces y ahora- el tango y el fútbol, ese San Lorenzo de Almagro de sus amores del que es aficionado y socio. Tiempos de Amalia, esa novia a la que describía por carta cómo sería su vida juntos en una casa coqueta, hasta que el padre de ella se enteró y le pegó una paliza a la chica.
Rondaba los 17 años y fue por entonces cuando, como contaría años después a medios como Rolling Stone, tuvo su revelación, su caída del caballo cual Saulo: mientras se reunía con algunos amigos, pasó frente a una iglesia y tuvo una epifanía. "Fue como si alguien me agarrara por dentro y me llevara al confesionario... Mientras estuve allí sentí que tenía que ser sacerdote y no lo dudé”. Así decidió el hasta entonces fiel cruzar al otro lado.
Bergoglio no le contó a nadie este episodio durante los siguientes cuatro años, mientras seguía trabajando y formándose mejor, pero en 1958, a los 21 años, ingresó a un seminario jesuita. Su madre no estaba contenta con su decisión y durante años se negó a visitarlo. "Mi madre lo vivió como un saqueo", recordó Bergoglio. "No sé, no te veo... Deberías esperar un poco... Eres el mayor... Sigue trabajando, termina la universidad", le recomendaba. "La verdad es que mi madre estaba extremadamente molesta", confesó el papa en una entrevista.
Hasta llegar a ser el "pastor sencillo" que es hoy, como lo define su biografía oficial vaticana, pasó por muchas etapas. Pasó por un noviciado y varios seminarios, hizo estudios de Humanidades en Chile y volvió a Argentina a titularse en Filosofía y ejerció varios años como profesor de Literatura y Psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe. Bergoglio ha recordado que se sintió inclinado a hacer todo esto con los jesuitas -con los que no tenía ligazón por familia o parroquia- por su énfasis en la obediencia y la disciplina.
También, porque esperaba trabajar como misionero en Japón, donde los jesuitas habían sido los primeros en introducir el cristianismo en la década de 1540. Sus problemas de salud en plena juventud le impidieron esa vida viajera: enfermó de neumonía y tuvieron que extirparle un trozo de pulmón, una dolencia de la que se recuperó y sólo le obliga a estar vigilante ante sus reservas, como cuando la semana pasada tuvo una bronquitis que lo mandó al hospital. Se tuvo que quedar en Argentina y dar clase a niños, que no era lo esperado, pero dicen sus colegas que se le daban bien. Hizo de sus clases un estímulo y hasta llamó para dar un seminario al escritor Jorge Luis Borges, una experiencia de la que salió un libro.
Acabó sus estudios en Teología, en paralelo a su tiempo de profesor, y ya pudo ser ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969. Rozaba la edad de Cristo. Fue dos años a ampliar estudios con los jesuitas de Alcalá de Henares (Madrid) y, más tarde, a Alemania, a acabar su tesis. Entre los años 70 y los 80 del pasado siglo, hizo de todo: maestro de novicios, profesor universitario, rector de colegio... A los 36 años fue nombrado superior provincial de los jesuitas en Argentina, lo que significaba que supervisaba las actividades de la orden religiosa en todo el país. “Eso fue una locura”, reconoció el Papa en otra entrevista en EEUU. "Tuve que lidiar con situaciones difíciles y tomé mis decisiones de manera abrupta y por mi cuenta", constata.
Según la biografía de Paul Vallely, Pope Francis: Untying the Knots, (Papa Francisco: desatando los nudos), el padre Bergoglio fue una figura "divisiva", vista por algunos jesuitas argentinos, irónicamente, como un retroceso conservador aferrado a la tradición anterior al Vaticano II. Bergoglio usó la palabra “autoritarismo” para describir su estilo de liderazgo en ese entonces, admitiendo incluso: "No siempre hice la consulta necesaria... Mi estilo de gobierno como jesuita al principio tenía muchos fallos".
¿Qué pasó en la dictadura?
El mandato de Bergoglio como superior provincial coincidió con una de las épocas más traumáticas de la historia de su país, la llamada Guerra Sucia que desgarró a Argentina tras el golpe militar de 1976. Durante los siguientes siete años, el país estuvo gobernado por una dictadura de ultraderecha, la del general Jorge Rafael Videla. Los llamados escuadrones de la muerte aterrorizaron a la nación, mientras decenas de miles de civiles desaparecían. La junta militar era aparentemente católica -de cristiana no hablamos- y muchos líderes de la estructura de la Iglesia local colaboraron abiertamente con ella. Quien se pronunciaba en contra, incluso si era un religioso, caía en desgracia.
Ese tiempo es el más sombrío en la biografía del papa. Siempre bajo la sospecha de si fue o no colaboracionista. Sobre todo, se le mira con lupa por el caso del secuestro, tortura y desaparición de sus correligionarios Orlando Yorio y Franz Jalics, que trabajaban en villas muy desfavorecidas en la capital argentina. Bergoglio se vio con Videla y Emilio Eduardo Massera, otro destacado miembro de la junta militar, para lograr su liberación. Sin embargo, hay quien le acusa de inacción y hasta de colaboracionismo.
No hubo denuncias al respecto y sí una investigación judicial que no encontró rastro de culpabilidad en el sacerdote, que declaró dos veces en años posteriores contra los militares en el proceso que exorcizó al fin al país. Se defendió años más tarde diciendo que no habló en caliente "para no hacerle el juego a nadie, no porque tuviese algo que ocultar". "Hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba para abogar por las personas secuestradas", sostiene.
Yorio siguió desconfiando, pero la Jalics apoyó su labor. Bergoglio na negado la mayor y ha enfatizado siempre que "puso las cosas en marcha" para orquestar la liberación de estos jesuitas. Yorio, muerto hace 23 años, escribió un libro afirmando que el papa había sido quien avisó a la junta, directamente. Jalics, muerto en 2021, lo niega y hasta ha oficiado misa con Francisco y lo ha visitado en Roma. Bergoglio tiene la conciencia, dice su gente.
Hay decenas de testimonios que sostienen, por contra, que el papa fue parte de una red que organizaba escapadas de represaliados vía Brasil, argentinos que se salvaron y afirman que fue por él. Como superior provincial, tenía mucho menos poder que un obispo y las denuncias públicas de la junta probablemente lo habrían matado, la presión del momento debía ser brutal. ¿Hasta dónde fue cobarde, al menos, y hasta dónde prudente? Difícil de responder.
Al mismo tiempo, en ese tiempo la Teología de la Liberación se estaba extendiendo también por América Latina. Su enfoque marxista en la lucha de clases y los llamados abiertos a la revolución (en los que algunos sacerdotes tomaron las armas y se unieron a grupos como los sandinistas) petrificaron a los tradicionalistas católicos. El Vaticano de Juan Pablo II denunció la teología como "herejía" y casi la sofocó por completo, con gran regocijo, si no ayuda (hay historiadores para todo) de la CIA norteamericana.
El papa tuvo vaivenes con la nueva tendencia. Le dio clase Juan Carlos Scannone, uno de sus fundadores, influyendo enormemente en él, según ha confesado. Se alejó un poco en tiempos de la dictadura y ante la mano dura del Vaticano. Es posible que hubiera estado respondiendo a la presión de Roma "al estilo obediente de los jesuitas", dice Vallely, y que se preocupaba "claramente" de que la actividad abiertamente radical de cualquiera de sus sacerdotes pudiera convertir a toda la orden en un objetivo de la junta. Lo que pasara entonces por su cabeza, él lo sabe, pero en sus tiempos de sumo pontífice ha dejado claro que la Teología de la Liberación le es cercana y querida, con invitaciones recurrentes de sus representantes a Roma.
Caída y consolidación
El mando jesuita de Bergoglio no gustó. Esa vena que él llamaba "autoritaria" le costó la retirada de los galones y que lo mandaran dos años, del 90 al 92, a Córdoba. Suavemente, dice que fue un tiempo de "purificación interior"; cuando se abre, dice que la sensación era de "noche" perpetua.
La marginación, los nuevos aires, lo metieron en cintura, a juicio de sus superiores. Acabó el destierro con su nombramiento como obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. Determinante en su ascenso fue el cardenal Antonio Quarracino, que lo acogió y moldeó. Así, a su muerte, en 1998, se convirtió en arzobispo de Buenos Aires, tras pasar por todos los escalafones necesarios para ello. Sonaba a lógico.
Presagiando su comportamiento como papa, rechazó muchos de los adornos principescos de su nuevo cargo, se movía por la ciudad en autobús (nada de coche oficial y conductor), residía en un apartamento sencillo (el palacio arzobispal era para trabajar) y cocinaba sus propias comidas los fines de semana. Un entrevistador le preguntó una vez si era un buen cocinero, a lo que Bergoglio respondió: "Bueno, nunca murió nadie". Le pedía a sus amigos que le grabaran CD, porque todo lo que tenía era un reproductor de casetes. Tango, ópera y mucha meditación para un hombre extrovertido fuera y solitario dentro.
A los fieles les dijo que no viajaran a Roma por su purpurado. Que le dieran el dinero a los pobres. "Mi gente es pobre y yo soy uno de ellos", es una de sus frases más repetidas. Eligió como lema "Miseando atque eligendo", "lo miró con misericordia y lo eligió". Palabras que sigue llevando como papa, junto al cristograma IHS de la Compañía. Su prmera entrevista no fue a un medio grande, sino a la hoja parroquial Estrellita de Belén.
Gran parte de su atención se centró en los desposeídos: deambuló por los peores barrios de la ciudad, besó los pies de pacientes con sida en un hospicio, escuchó confesiones de prostitutas en los bancos de los parques -hasta ofició misas con ellas-, se puso ponchos para marchar en una procesión de barrios marginales, se levantó contra los narcotraficantes que amenazaron a uno de sus sacerdotes... Hoy su gran sala de reuniones en el Vaticano se ha convertido en un almacén de ropa y alimentos, también.
2001 fue el año en que asumió la economía argentina en una brutal recesión, situación que se agravó cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) presionó al Gobierno para emprender duras medidas de austeridad. Más de la mitad de la población cayó en la pobreza, a niveles de miseria desconocidos. En el país de la pampa había hambre. Estallaron disturbios, hubo serias epidemias de drogas. Fue un tiempo en el que Bergoglio estuvo al lado de los desfavorecidos, de cuando procede lo mejor de su fama.
En los años siguientes, durante dos mandatos, y tras haberlo rechazado en 2002, se puso al frente de la Conferencia Episcopal y del relato económico pasamos al político. Choques constantes con los Ejecutivos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, a rastras con el matrimonio homosexual o el aborto, materias sobre las que, ya de papa, Francisco ha ido lanzando mensajes a ratos más misericordiosos, a ratos radicales. No ayudó a llevarse bien con los políticos que los señalara por sus débiles iniciativas contra la pobreza y la corrupción desenfrenada. Uno de los cables diplomáticos estadounidenses publicados por WikiLeaks, por ejemplo, describió a Bergoglio como un "líder de la oposición", de hecho.
El papado
En paralelo a lo doméstico, Bergoglio iba creciendo. Formaba parte de cinco congregaciones, tuvo que hacerse cargo de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos por problemas que el 11-S causó al representante de Nueva York y en 2005 votó por primera vez en el sínodo en el que se impuso Benedicto XVI, porque tenía edad y cargo para ello. Lo que pasa en esas reuniones se secreto, pero hay quien dice que el argentino logró 40 votos entonces, aunque necesitaba 77; sólo el alemán le superaba. También se especula con que hizo una emotiva intervención pidiendo a sus iguales que votasen por otro, por Dios.
No fue así en 2013, ante la histórica renuncia del germano. Se le veía como un señor mayor, como mucho de transición, no de los más sonados. Al final, se impuso y fue Francisco. Al segundo día, en quinta ronda. Bergoglio se iba a jubilar a los 75 y ya tenía una plaza en una residencia para curas. Sólo estaba esperando a dar con un sustituto en Argentina. La vida le dio la vuelta.
Se esperaba blando, un parche hasta otra etapa. No está siendo así. Ha apostado por la apertura, el diálogo entre religiones, la regeneración de la curia, la justicia social y la transparencia, por ejemplo en lo económico, que era un caos. Sigue sosteniendo un sistema obsoleto, a veces inmovilista, pero no rechaza debates, sean sobre el papel de la mujer en la Iglesia, la homosexualidad o los modelos de familia. En otros va lento, como en la pederastia. "A veces le queremos exigir al papa cosas que no se le pueden exigir", resume Évole en la presentación de su documental. "Se levanta a las cuatro y media de la mañana y trabaja con la misericordia, la valentía y la apertura en mente", dice en un resumen de sus diez años en el cargo uno de sus asesores a Le Monde. Hay quien echa de menos pasos más concretos.
Ha hecho de gestos simples un ejemplo de vida sobria y rigurosa, como el de vivir en la residencia Santa Marta y no en el palacio. En su suite 201, con dormitorio, baño y salón, Francisco vuelve a ser Jorge. Medita y lee (clásicos, Borges, Dostoyevski) y, sobre todo, sigue en contacto con los demás curas, lejos de una torre de marfil. Al palacio va a audiencias y eventos, a trabajar.
Los días de Francisco siguen un itinerario papal esperado: levantarse temprano y rezar, misa matutina, visitas con dignatarios y jefes de estado, el viaje ocasional fuera del lugar a un hospital o una iglesia... Mientras que los anteriores mantuvieron agendas públicas detalladas, Francisco escribe a mano su propio esquema en una agenda privada. Menos asesores, menos manos. Lo mismo pasa con el teléfono. Línea fija, nunca móvil u ordenador, por la que consulta a amigos y colegas de confianza. Nadie tiene claro de qué hablan, pero los escucha; eso, seguro, para desconcierto de los vaticanistas de siempre. Unos lo ven imprudente, otros se frotan las manos por el cambio.
Es ese aura independiente el que explica en parte que se hayan triplicado las asistencias de fieles a las audiencias semanales, porque a este papa atípico se le quiere, hasta desde otras confesiones. Gusta su voz suave que sabe ser de trueno, si toca. Su oratoria cercana, cuando en Argentina era uno de sus puntos débiles. Sus visitas intentando hacer vida romana, inesperadas, o la camaradería de coger un mate que le ofrece un fiel, para taquicardia de sus guardaespaldas. Les habla en español y en latín, un poco de francés, alemán e inglés. Y sobre todo les habla en el idioma de la cercanía. ¿Verdadera o impostada? Su gente defiende que no hay trampa ni cartón. Su suave revolución es así.