Grecia, Unión Europea, Inteligencia Europea
Sin duda, la situación griega constituye uno de los acontecimientos clave de este siglo XXI, al poner de manifiesto la crisis sistémica que afecta a la Unión Europea, actor fundamental y referencia indiscutible en ámbitos como el político, económico y el de los derechos humanos.
Sin duda, la situación griega constituye uno de los acontecimientos clave de este siglo XXI, al poner de manifiesto la crisis sistémica que afecta a la Unión Europea, actor fundamental y referencia indiscutible en ámbitos como el político, económico y el de los derechos humanos.
Lo que la crisis griega pone de manifiesto va más allá de saber quién es más culpable -Grecia o Alemania-, quién es más demócrata -Tsipras o Juncker- o mejor economista -Varoufakis o Schäuble-. Hay que explicar por qué esta Europa -tan importante en cultura, en investigación, innovación y derechos humanos- muestra tanta improvisación y falta de visión ante su realidad y su futuro.
Lo que sucede con Grecia y con la UE es un problema estratégico de largo plazo. Es consecuencia de un proceso que viene de lejos. La verdadera causa está en la debilidad de las instituciones europeas y en la poca valentía para mejorarlas o crear las que demandan los nuevos tiempos.
Toda esta política de bacheo a la que estamos asistiendo, donde parece no haber anticipación alguna y se reacciona una vez que han surgido los problemas, lo que nos enseña es que, si de verdad queremos construir la UE, ésta tiene que ser a todos los niveles, incluyendo el de la inteligencia.
¿Estamos ante un fallo de inteligencia estratégica? ¿Evidencia el caso griego la ausencia de ella por parte de Europa? ¿O un diseño institucional que no contempla como fuente de amenaza (seguridad económica) a un Estado miembro? ¿Supone Grecia realmente una amenaza, como se ha escrito y planteado? Todas estas, y algunas otras preguntas, son cuestiones que cabe plantearse, a tenor de lo sucedido durante los últimos meses.
Efectivamente, la UE dispone de un órgano común de inteligencia denominado European Union Intelligence Analysis Centre (EU INTCEN) que se encarga de proporcionar la inteligencia necesaria a la alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, para mejorar el proceso europeo en la toma de decisiones respecto a estos ámbitos, y que está basado en la colaboración de los servicios de inteligencia nacionales.
El INTCEN, al igual que todo el proceso de construcción europea, ha supuesto un duro trabajo de negociación, cesión y voluntad política de los Estados de la Unión. En este, caso con más motivos, pues la inteligencia es un elemento fundamental e incuestionable de las soberanías nacionales. Este esfuerzo, no sólo no puede desperdiciarse, sino que debe potenciarse para llegar a ser el órgano de la UE que permita poner en práctica una nueva inteligencia compartida en la que se limite el llamado need to know (necesidad de conocer) en favor del need to share (necesidad de compartir).
Con esto no caemos en la ingenuidad de renunciar, ni al secreto que necesita todo servicio de inteligencia para hacer su trabajo eficazmente, ni a la protección de las actividades, fuentes y medios ante enemigos que no juegan con nuestras reglas y no respetan los derechos de los ciudadanos, claves en las democracias europeas.
El INTCEN, como el euro y como tantas cosas que ha ido construyendo Europa a lo largo de estos años, nace para unir, cooperar, compartir y, en este caso, contribuir a tomar mejores decisiones comunes.
Sin embargo, los europeos sabemos muy poco, o prácticamente nada, de la existencia de este organismo. Quizá es reflejo de la opacidad que generalmente caracteriza a los servicios de inteligencia. ¿No sería lógico que los representantes democráticamente elegidos por los ciudadanos de la UE conociesen con qué inteligencia cuentan nuestros líderes para decidir mejor y con menos incertidumbre sobre las cuestiones que nos afectan? ¿La inteligencia que produce el INTCEN la utilizan los líderes europeos para las decisiones que afectan a Europa? ¿O, por el contrario, los líderes de los países miembros basan sus decisiones comunitarias en la inteligencia que producen sus servicios nacionales?
En definitiva, ¿cómo ha llegado Europa a esta situación? ¿Se podría haber evitado si se hubiese sabido anticipar? ¿Cómo se explica esta falta de visión para prever problemas y afrontar las decisiones? ¿Qué papel han jugado organismos como el INTCEN? ¿No se ha convertido la política europea en una política de intereses nacionales?
Ante el actual escenario plagado de amenazas y también de oportunidades, la inteligencia encaquillada en las fronteras nacionales ya ha dado numerosas muestras de fracaso. Sabemos, desde los primeros años de este siglo, que la cooperación es la clave para hacer frente a los numerosos y complejos escenarios a los que se enfrenta Europa.
Díganme ustedes cuántas amenazas -inmigración, terrorismo, crimen organizado, desigualdad- son exclusivas de cada uno de los Estados de la Unión. Sin embargo, la realidad nos dice que no todas las amenazas que pesan sobre Europa son percibidas de igual manera por los diferentes países. Sirva como ejemplo el enfrentamiento de estos últimos meses entre Rusia y Ucrania como ejemplo innegable de un fallo de inteligencia europea ante una amenaza común.
En este sentido, resulta esclarecedor el documento elaborado por la Cámara de los Lores, en el que se señala como una de las causas de este conflicto la pérdida de las capacidades de análisis europeas sobre el antiguo territorio soviético y, muy especialmente, sobre Rusia.
¿Cuáles son las razones de esta ceguera, de esta mirada limitada? Sin duda es debido en gran parte a la obsesión de nuestros políticos por la inteligencia cortoplacista, la denominada inteligencia actual, la que exigen a sus servicios de inteligencia.
Resulta preocupante que a algunos líderes, instalados en su calendario electoral, poco parezca preocuparles el futuro escenario de los próximos cinco o diez años. Este plazo estratégico, esta preocupación por un futuro en el que ya no van a gobernar, sólo está en las mentes de los hombres y de las mujeres de Estado, generosos y comprometidos con proyectos tan grandes y transformadores como en su momento fue la creación de la UE que hoy nos toca, no sólo mantener, sino también mejorar.
Una buena manera de romper está tendencia sería que la inteligencia estratégica europea fuera prioritaria para los encargados de la toma de decisiones y que, de una vez por todas, nuestros representantes nacionales se tomasen en serio la importancia que para los ciudadanos de sus países tienen estas decisiones.
La inteligencia europea común constituye una contribución de primer orden con la que poder dar respuesta a los asuntos de carácter estratégico comunes. Es, también, un activo con el poder de hacer frente a los problemas nacionales que cada vez son más supranacionales y compartidos.
Para conseguir este objetivo, la variable clave es la confianza, todavía en fase de construcción en el territorio europeo. Esta carencia lleva a la duda, al miedo, a la insolidaridad, la injusticia, e incluso a la destrucción del proyecto común europeo.
Necesitamos la creación de un nuevo modelo de inteligencia que rompa definitivamente con los esquemas de Guerra Fría de bipolaridad, que apueste y exija una inteligencia estratégica que nos permita anticipar y modificar el futuro de Europa.
No estaría de más recordar ese principio de uno de los grandes pensadores europeos, Leibniz, que dice que hay que situarse "en el lugar del otro" para entender lo que significa que "el primer hombre es el otro y no yo" y que "lo justo es lo que es útil para el público".