¿Pero el 15M no había muerto?
Durante semanas se sucedieron protestas, debates, sentadas, acampadas y asambleas en una vorágine interminable de participación. Poco a poco, la efervescencia inicial se fue calmando y entonces muchos declararon muerto al 15M. Pero no habían entendido nada. No fueron capaces de prever que hoy, cuatro años después, su semilla iba a estar más viva que nunca.
Un año más ha llegado el 15 de mayo, una fecha grabada a fuego en la mente de muchos desde que hace ya cuatro años se produjo uno de los estallidos sociales más relevantes de la historia reciente de España y miles de ciudadanos salimos indignados a las calles y plazas para decir basta. Basta a la corrupción, a las mentiras, a una democracia falseada y manipulada, a una injusticia permanente en la que los más débiles son siempre los que pagan los platos rotos de los poderosos. Era el momento de apostar por un cambio. Era el momento de soñar.
Durante semanas se sucedieron protestas, debates, sentadas, acampadas y asambleas en una vorágine interminable de participación y construcción colectiva en la que todos queríamos aportar nuestro granito de arena para mejorar nuestro país. Pero poco a poco la efervescencia inicial se fue calmando y las grandes manifestaciones dieron paso a un trabajo más pausado y callado en comunidades y barrios. En ese momento, muchos declararon reiteradamente muerto al 15M, primero al constatar su escasa influencia en las elecciones municipales celebradas entonces y finalmente al verlo desaparecer de las plazas. Pero no habían entendido nada. No fueron capaces de prever que hoy, cuatro años después, su semilla iba a estar más viva que nunca.
El 15M no eran las manifestaciones, no eran las acampadas, ni siquiera la plataforma DRY que convocó inicialmente las protestas. Estas solo eran piezas y expresiones de un espíritu que invadió a gran parte de la población y que supuso un cambio de mentalidad radical. En la era de internet, con una ciudadanía ampliamente educada, con cualquier tipo de información al alcance de un clic y posibilidades de interacción social antes inimaginables, las migajas que hasta el momento se nos vendían como la forma más perfecta de democracia ya no eran aceptables. Frente a una situación de crisis y emergencia social en la que la gente de a pie era acallada y ninguneada, votar cada cuatro años se reveló como un punto de partida claramente insuficiente para todos los que soñábamos con tomar las riendas de nuestro propio futuro.
Ese fue el chispazo, el momento clave en el que los indignados fuimos conscientes de que la solución no pasaba por demandar respuestas a políticos, instituciones y grandes empresas que al final solo velan por sus intereses. La respuesta era volver a construir sociedad desde abajo. Participación política radical, economía cooperativa, iniciativas emprendedoras con impacto positivo, cultura compartida, solidaridad frente a desahucios y otros atropellos, diálogo didáctico, inclusivo y abierto, servicios públicos concebidos por y para los ciudadanos... Con la explosión del 15M la ciudadanía española dejó por fin de ser menor de edad para reclamar un papel central en la arquitectura de nuestro edificio social a través de la colaboración, la participación y el respeto al procomún.
¿De verdad alguien creía que este profundo cambio de mentalidad experimentado por una parte considerable de la sociedad española se iba a desvanecer sin más en cuanto las tiendas se levantasen de las plazas? Si el 15M era ante todo un espíritu, era muy difícil matarlo. Y efectivamente, el tiempo así lo ha demostrado: la desaparición del 15M de las portadas de los grandes medios solo sirvió para que miles de activistas, emprendedores y ciudadanos de a pie en toda España hayan podido construir pacientemente iniciativas que están alterando la forma tradicional de entender las relaciones sociales y económicas y, por supuesto, que están afectando de forma irreversible al panorama político.
Así lo hemos visto en los últimos meses, con el surgimiento de decenas de movimientos ciudadanos que a nivel municipal están construyendo alternativas desde la base para gobernar pueblos y ciudades (Ahora Madrid, Guanyem Barcelona...) y, por supuesto, con el terremoto ocasionado por el surgimiento de una alternativa política directamente deudora de los discursos, anhelos, principios y valores del 15M: Podemos. Aún con muchas diferencias (y una cierta deriva hacia la política tradicional que deberían atajar más pronto que tarde), lo cierto es que Podemos no hubiese sido posible sin el ansia de una gran parte de la población por una nueva opción política que apostase por fin por una manera distinta de hacer las cosas, más abierta al grueso de la ciudadanía, más dialogante y constructiva, más transparente, más participativa.
Hoy, cuatro años después, el espíritu de cambio que nació con el 15M va a ser mucho más determinante en las elecciones municipales que se celebran en unos días de lo que lo fue en las convocadas aquel entonces, con las acampadas en todo su esplendor. Y es que al final, la bola de nieve que un puñado de locos iniciaron hace cuatro años se ha hecho, en silencio y poco a poco, más grande. ¿Quién dijo que el 15M había muerto?