La lengua. Piedra de toque de un juicio
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Las declaraciones del fiscal de la Audiencia Nacional Pedro Rubira son un ejemplo paradigmático de «cree el ladrón que todos son de su condición». El fiscal —que debe ser un pájaro de cuidado: se le impuso una sanción de 900 € por insultar a su propia escolta— espetó a quien reclamaba que la causa contra el exmayor Josep Lluís Trapero y la exintendenta Teresa Laplana (a quien a menudo se olvida; no se la nombra y, por tanto, se la desprecia) lo dirimiera el TSJ de Cataluña:
Regla de la inversión. ¿Puede haber imparcialidad y serenidad, si se juzgan las presuntas rebelión y sedición en Aporelloslandia? ¿Piensa, señor Rubira, que los tribunales españoles han mostrado serenidad e imparcialidad o que las tendrán a partir de ahora?
(Por otra parte, ¿no ve que es usted un fementido felón puesto que sitúa (expulsa) a la judicatura de Cataluña fuera de España? Una traición como la del Poder Judicial cuando, con motivo de los cuarenta años de la Constitución, trasladó la entrega de despachos de la última promoción de juezas y jueces fuera de Cataluña. Toda una declaración de que en Cataluña la Constitución no debe conmemorarse, que no pinta nada.)
A pesar de que soy lega, es difícil no ver cómo martirizan la palabra «violencia»; que algo olía a podrido cuando el juez constructor de la causa, Pablo Llarena, dinamitaba toda apariencia de imparcialidad usando una reveladora primera persona y se declaraba juez y parte: «Y aquí termina el relato de la estrategia que venimos sufriendo».
Como soy lega, remito a las declaraciones de las defensas de prisioneras y prisioneros o al conocimiento profundo de dos referentes como son Elisa Beni y Javier Pérez Royo sobre la cuestión, pero no puedo dejar de apuntar que parece patológico el odio al amarillo de las cárceles españolas: no sólo les hace requisar prendas de vestir sino también fotos con familiares con toques de amarillo. O la prohibición de ordenadores a los presos (no se sabe si a las presas, nadie nos informa de ello; como el masculino, dicen, incluye al femenino, es fácil obliterarlas; al no nombrarlas, se las desprecia).
Habrá que ver cómo gestionará el Tribunal Supremo la observación internacional. Parece que no le reservará lugar en la sala con la excusa de que el juicio será retransmitido por TV. No sé si sabrá qué es el fuera de campo. Si no pueden entrar en la sala, verán lo que quiera que vea la realización y no podrán captar ni el ambiente, ni la temperatura, ni el olor, ni el runrún, ni los gestos... Ni los movimientos de personajes secundarios, o de los principales si no los enfocan. Pobre excusa.
Ahora bien, lo que será una auténtica piedra de toque es la utilización del catalán en la sala. Aquí el tribunal puede hacer el intento de mostrar que España es, tal como cacarean, un estado descentralizado y comportarse como lo haría Bélgica o Suiza con toda normalidad y naturalidad con cualquiera de las lenguas que tienen la suerte de hablar.
Soy pesimista. El PSOE, incluso la facción que no es tan de derecha extrema como Pablo Alcázar y Albertín, es poco proclive a proteger y fomentar esta gran riqueza que son las lenguas del Estado. Sólo hay que recordar que Irene Lozano, actual secretaría de Estado de la España Global, proviene de UPyD, una formación llena de rabia contra cualquier lengua del Estado que no fuera el castellano y con una tendencia feroz a la uniformización mutiladora.
Lozano sigue en la trinchera. En 2005 publicó un libro empapado de un nacionalismo excluyente y retrógrado titulado Lenguas en guerra. Más que una declaración de principios, una declaración de guerra. Dedica medio libro a atacar el concepto de lengua propia, su objetivo es eliminar las lenguas bautizadas como cooficiales. Parece que piense que usar el catalán y considerarlo lengua propia supone una negación del castellano, hacerle una afrenta; una creencia que impregna al españolismo. Una vez más, «cree el ladrón...». Llega a decir:
Como con «catalanizados» quiere decir que han aprendido catalán, se desprende que tiene la peregrina creencia de que aprender catalán (¿pasa con otras lenguas?) impide saber otras cosas, que puedas aprender otras, limita el espacio de almacenar conocimientos. O te vuelve mediocre.
Pues, mira tú por dónde, parece que a la arquitecta milanesa Benedetta Tagliabue (incluyo al masculino de Lozano juezas y veterinarias) saber catalán no le ocasiona que las casas se le derrumben ni le impide recibir premios; al actor Viggo Mortensen, actuar en Hollywood; o al alemán Gerhard Grenzing, construir algunos de los mejores órganos del mundo. Y es que la mente humana en cuanto a aprender lenguas es portentosa, no tiene límites, y cuantas más conoce, más se amplia y se abre.
Días atrás, después de mostrar franca inquina contra presas y exiliados, a quien por cierto ella ya ha sentenciado como culpables —quizás tenía un día espeso—, emitió este clamoroso oxímoron: «Europa no tiene dudas sobre nuestra democracia, pero está confusa». No sé si ha podido mejorar algo, pues, la redacción de Manual de resistencia, el libro de Pedro Sánchez.
No tengo grandes esperanzas sobre el uso del catalán durante el juicio, ni sobre el amor del estado profundo por las lenguas de un Estado que tiene la enorme fortuna de no ser monolingüe. Un juicio que viene precedido por largas prisiones preventivas. Y no, no encarcelaron a Jordi Cuixart y a Jordi Sànchez porque algunas políticas y políticos marcharan del país: cuando les encarcelaron no había nadie fuera.
El juicio empieza el día de santa Eulalia, ojalá esta coincidencia insuflé a las defensas elocuencia y buen hablar.