Madrid bien vale una misa
¿Por qué la humillación pública de Ignacio González y no la de Esperanza Aguirre?, se preguntan algunos. ¿Por qué "matar" al presidente de la Comunidad de Madrid y permitir la "resurrección" de la "dama de hierro"? Si González está bajo sospecha, Aguirre más. Son 22 los hombres de su confianza acusados, imputados o sospechosos de estas relacionados con las tramas de corrupción que se investigan en Madrid.
Pasen y lean porque Madrid es una fiesta. Si la jarana empezó con IU y siguió con el PSM, lo del PP no ha hecho más que empezar. Es lo que tiene el odio entre políticos del mismo signo, que los destrozos y el espectáculo son un no parar. En el fondo, no son tan distintos. Unos disuelven federaciones y cambian cerraduras y otros dejan crecer sobre los suyos la sospecha de la corrupción aparentemente para limpiar los bajos fondos de la política. Pero no, no es eso. Ni a Tomás Gómez se le apartó por lo que escondieran las obras del tranvía de Parla ni a Ignacio González se le lapida ahora por temor a que aparezca algún muerto más en su ático de Marbella. El sufrimiento de "los hombres G" de esta canción no tiene que ver ni con la ética, ni con la estética, ni con el grito social de cambio que zumba en el oídos de nuestros políticos desde hace años.
Si en el ánimo de Pedro Sánchez cuando intervino el PSM pudo más el afán de controlar una federación clave para sus intereses orgánicos que la limpieza de la vida pública, en el de Mariano Rajoy a la hora de defenestrar a Ignacio González ha pesado lo mismo. Si el presidente del Gobierno estuviera verdaderamente comprometido con la necesaria regeneración de la vida pública hace tiempo que hubiera limpiado las alcantarillas de la calle Génova, creado una gestora en el PP de Valencia, apartado al imputado Juan José Imbroda de la carrera electoral, tapado la boca del alcalde de Valladolid o cortado de raíz las aspiraciones de Esperanza Aguirre para ocupar el cartel electoral de la Alcaldía de Madrid.
Metidos en el lodazal de esta política cuatrera qué más da la dudosa compra de un ático de lujo en Marbella, que el pago con dinero negro de la sede del PP o que haya hasta 22 hombres de la máxima confianza de Esperanza Aguirre acusados, imputados o sospechosos de estar relacionados con las tramas de corrupción que se investigan en Madrid.
Sí, al menos 22: Francisco Granados, Salvador Victoria, Alberto López Viejo, Alfonso Bosch Tejedor, Benjamín Martín Vasco, Arturo González Panero, Ginés López, Jesús Sepulveda, Guillermo Ortega Alonso, José Galeote Rodríguez, Mario Utrilla, Bonifacio de Santiago, José Ignacio Fernández Rubio, Bartolomé González, Gonzalo Cubas, José Moreno Torres, Alejandro Utrilla, José Juárez, José Carlos Boza, José María de Federico, Carlos Clemente y Tomás Martín.
¿Por qué la humillación pública de Ignacio González y no la de Esperanza Aguirre?, se preguntan algunos. ¿Por qué "matar" al presidente de la Comunidad de Madrid y permitir la "resurrección" de la "dama de hierro"? Si González está bajo sospecha, Aguirre más. Ella era la responsable máxima del PP madrileño y del Gobierno cuando Madrid fue el epicentro de la trama Gürtel y ella fue quien eligió a los equipos, incluido al que fuera su mano derecha Francisco Granados, hoy en prisión. Porque en la cabeza de Rajoy -un presidente al que perseguirá de por vida aquél "Luis, se fuerte. Hacemos lo que podemos"- no había más propósito que controlar el PP de Madrid, un indómito territorio, que no sólo actúa al margen de las directrices de de la dirección nacional sino que se permite el lujo de ir públicamente contra ellas.
Con González, número dos del PP de Madrid, fuera de la carrera electoral y el compromiso de Aguirre de que dejaría la presidencia del partido, la dirección nacional controlaría antes de las generales cualquier intento de rebelión interna. Así que igual que Enrique VI abjuró de su fe y se convirtió al catolicismo para acceder al trono de Francia tras proclamar "París bien vale una misa", Rajoy tuvo que guardar su abominación a Aguirre para recuperar el control del partido en un territorio clave. Igual que Enrique VI, debió pensar que Madrid bien vale una misa, se tapó la nariz e hizo caso de las encuestas que situaban a Aguirre como favorita entre los electores del PP capitalino.
Con lo que no contaba el presidente es con el bochornoso espectáculo que 24 horas después de su designación la díscola Aguirre iba a ofrecer a propios y extraños al amenazar con retirar su candidatura si la obligaban a abandonar la presidencia del partido antes de celebrarse las elecciones municipales y autonómicas. No se recuerda un comunicado oficial como el que este domingo remitió Génova a las 15:21 horas en el que implícitamente acusaba a su candidata de mentir y le recordaba su compromiso ante la dirección nacional de dedicarse en exclusiva al Ayuntamiento de Madrid.
La guerra entre "aguirristas" y "marianistas" sigue abierta, después de que Génova tuviera que aceptar el pulso de Aguirre para compatibilizar la candidatura con la presidencia del PP. La próxima batalla se librará ante la elaboración de las listas porque aunque Aguirre declaró ayer que no permitirá que la redacten el programa o la impongan los nombres que deben acompañarla en su candidatura, Génova se reserva para sí la confección de la lista tanto al Ayuntamiento como a la Comunidad. El procedimiento: el mismo que se utilizó por el Comité Electoral Nacional para designar candidatas a Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes sin el aval previo del Comité Electoral Regional. Un espectáculo impagable y edificante que continuará sin duda. Pero, de momento, Aguirre se sale de nuevo con la suya.