Yo, conejo
Un político murciano ha llamado conejos a los hijos de madres solteras en la televisión pública de la región.
Es Navidad y somos todo corazón. Hay mucha teatralidad, lo sé, pero me gusta pensar que nos damos una tregua, como en aquella foto del partido de fútbol entre las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Una tregua navideña para el odio almacenado, acunado en nuestro seno, una tregua que no todos damos. Es el caso de un político murciano ha llamado conejos a los hijos de madres solteras en la televisión pública de la región. Puede parecer una anécdota en un mundo lleno de guerras y catástrofes, pero para mí no lo es.
No es esta historia excepcional, el circo ha llegado a la ciudad y los payasos compiten duramente con los leones y los trapecistas, así que han de gritar más alto. Los que nos han tocado en esta escena política nuestra han encontrado una estrategia muy efectiva; han sustituido las tartas de merengue que antes se tiraban a la cara por otras de mierda. Contra todo pronóstico ha funcionado y el electorado aplaude cada tartazo de excrementos.
Aún sabiendo las razones de estas estrategias tan estrambóticamente mediocres, me dolió aquello de que los hijos de madres solteras son conejos porque fui algo parecido en la España de los 70. Ha vuelto en las palabras de ese político, del “ tío de los conejos” una época que había olvidado y es aquella en que, cuando íbamos a misa, el cura se dedicaba a llamar de todo a mi madre por ser divorciada. He escuchado demasiadas veces el sermón también en el colegio hace ya mucho. Pensaba que aquello era el pasado, pero el pasado ha vuelto para lanzar tartas de mierda a la cara de la dignidad, la justicia, la libertad. Y la estética, porque al señor de los conejos había que verlo.
El odio es su motor en estos días tan señalados. También sé eso porque me educaron en el cristianismo y el conocimiento de la historia. Por lo segundo sé que no es posible que un judío sea nazi. Por lo primero sé que no es posible ser cristiano y votar al verde partido del tío de los conejos.
Escribo en Navidad esta carta que tiene por protagonista el odio que destila el tío de los conejos y no entiendo cómo se puede odiar a los hijos de otros. No sé cómo se puede odiar a niños, no me entra en la cabeza. Eso no tiene ya nada que ver con el cristianismo, es que los niños no han hecho nada. En otro tiempo dediqué años a estudiar lo que sucedió en la Alemania nazi. Entonces hice muchos esfuerzos por ponerme en los zapatos de aquellos alemanes para entender qué había pasado. No lo conseguí del todo. Hoy intento ponerme en los zapatos del tío de los conejos y tampoco lo consigo porque tengo dos hijos y sé la forma en que la gente ama a los suyos. No consigo ver a los hijos del otro como inferiores a los míos. Entonces pienso en cómo han educado al tío de los conejos y creo que hubo una dosis de odio demasiado grande. Y me da pena, siento pena por él porque el odio es una sensación amarga que quema por dentro. Puedo sentir odio, hay gente que no pero yo sí y sé que es doloroso al final, salvo que se haya aprendido a disfrutar del odio.
Es Navidad y me convierto en un niño probablemente porque en mi casa, cuando era pequeño, mi madre hizo lo imposible para que mi hermano y yo no notásemos lo mucho que faltaba en muchos sentidos pero, sobre todo, porque tengo dos hijos pequeños. Canto cada villancico que suena en la tele, miro las luces de la calle, compro más de lo que debo y como aún más. La Navidad es un paréntesis en la tensión suicida de un año que para mi empieza en septiembre y acaba en julio pero que tiene en la Navidad su cima nevada, como en una postal en la que se ha pintado una infantil montaña con un Papá Noel.
Creo que todos deberíamos tener un refugio en Navidad. No solo físico, que no lo tenemos todos, también deberíamos poder dejar de sufrir y no hay mayor sufrimiento que el que a nuestros hijos les pueda faltar algo porque, cuando se tiene hijos, uno deja de ser uno y pasa a ser el que los cuida. Deseo que estos días todo el mundo tenga lo que necesita. Quiero que las familias que duermen en la calle tengan estos días un refugio. Quiero que todos los niños tengan al menos un regalo. Quiero que quien tenga una enfermedad consiga tener una pausa en el dolor. Quiero que nadie se quede sin el mínimo afecto. Y quiero que el tío de los conejos consiga el corazón que le falta.