¿Vivimos McDonalizados?
A nivel personal podemos permitirnos el gran lujo de disfrutar de la utilidad de lo inútil.
Por Antonio Blanco Prieto, profesor asociado, Departamento de Sociología., Universidad de Oviedo:
El hombre moderno, que ya no tiene tiempo para detenerse en las cosas inútiles, está condenado a convertirse en un máquina sin alma. Nos sentimos cada vez más libres de tradiciones pero también más asfixiados por la burocracia y las cosas prácticas.
Pienso en esta realidad mientras atravieso una urbanización para ir a comer a un McDonald’s. Es un lugar bonito, con jardines cuidados y aroma a teleserie familiar norteamericana.
Cuando llega mi turno, una amable empleada me entrega el menú-mediano-de-cuarto-de-libra-sin-gluten-ensalada-agua-nada-más-gracias. Sonrío y recuerdo la curiosidad que suele causar en mis clases la idea de la “McDonalización” de la sociedad.
Para explicar el tema me gusta poner a la audiencia en situación, pidiendo que se imaginen ante la puerta de un McDonald’s en diferentes ciudades del mundo. A quienes se ríen, los mando mentalmente al establecimiento del Centro Comercial Marineda, en A Coruña.
Cuando todas las personas se han visualizado frente al local, ya pueden abrir la puerta y comenzar a predecir su comportamiento. Conducta a conducta:
Caminaremos hacia el mostrador o las máquinas de pedidos, iremos mirando el menú y haremos cola. Al llegar nuestro turno recogeremos la bandeja, avanzaremos mirando hacia los lados para encontrar una mesa libre adecuada y, tras comer en riguroso orden (un bocado de hamburguesa, un puñado de patatas, un sorbo de bebida, un bocado…), llevaremos los restos hacia la papelera antes de salir del establecimiento.
Una dinámica similar ocurre en otras facetas de la vida, persiguiendo el control, el deseo de lo previsible y un mayor acento en los resultados cuantitativos que en la calidad. Esta tendencia a valorar la racionalidad como sistema eficiente de gestión de la vida cotidiana ha desembocado en una “McDonalización” de la sociedad, como diría George Ritzer.
Con este concepto, el sociólogo neoyorquino no pretende criticar a la empresa de comida rápida sino advertir de la homogeneización de nuestros comportamientos. La referencia a McDonald’s es metafórica, pues su gestión no es el origen, sino el resultado de la racionalización de la sociedad.
Actualizando el modelo de la jaula de hierro de Max Weber –todo un clásico de la Sociología–, Ritzer emplea el término “McDonalización” para representar el paradigma contemporáneo de la racionalidad formal que nos atrapa.
Esta realidad se presenta en múltiples manifestaciones, desde las acreditaciones de idiomas y los procedimientos de gestión hasta las aulas virtuales. Desde las franquicias y establecimientos estandarizados hasta las aplicaciones con rutinas para el gimnasio.
Eficiencia, calculabilidad, uniformidad y control mediante automatización. Estas son las cuatro características de la “McDonalización”.
En resumen: planificación y predicción de resultados.
¿Por qué recuperar un concepto de los años 90? En realidad, George Ritzer publicó su libro en 1993 y, desde entonces, las organizaciones parecen sumidas en una paradoja.
Muchas de ellas tratan de alejarse del mecanicismo, gestionando estructuras flexibles y diversificando su oferta. Sin embargo, para gestionar esta flexibilidad demandan sistemas y procesos racionales. Pensemos, por ejemplo, en el universo de los algoritmos para ofrecernos productos o servicios personalizados.
No solo veamos la cara gris de la realidad y demos la vuelta a la moneda. Negarnos a la racionalización sería disimular y mirar hacia otro lado, pues la mayoría de nosotros –de una u otra forma– nos beneficiamos de estos procesos; bien porque trabajemos en organizaciones que optimizan su gestión gracias a ellos o porque nos facilitan las compras y nos ayudan en la conciliación de la vida laboral y personal.
Esta visión la aprendí con un grupo de alumnos de postgrado, en un máster en Administración y Dirección de Empresas. Como en otras ocasiones, pregunté la impresión que les causaba el concepto de Ritzer: ¿Qué criterios hemos de valorar para dirigir una empresa, una fundación o un movimiento ciudadano en una sociedad “McDonalizada”?
Todo eran ventajas para aquellos alumnos, pues “la racionalización permite gestionar organizaciones con más rigor”, decían. La mayoría de asistentes a la sesión consideraban que la cuantificación permite alcanzar la eficiencia, además de una previsibilidad de las cosas muy importante para una vida más cómoda y segura para todos, desde quienes dirigen organizaciones hasta sus usuarios, clientes o ciudadanos.
Estos postgraduados aseguraban compaginar sin problemas la vida extremadamente racional en la que se encontraban inmersos con diferentes vías de evasión a través de los deportes y las escapadas a la naturaleza y, ante todo, en tratar de ser uno mismo.
La sombra oscura de esta realidad está afectando a nuestras relaciones personales, al consumo o a la dinámica de los movimientos sociales y políticos, pero por otro lado tiene una cara blanca que podemos ver en la ciencia aplicada –-pienso especialmente en la bioinformática–, en el control de emergencias o la seguridad alimentaria, entre otras áreas.
¿Qué postura adoptar entonces? En primer lugar, aceptar que la realidad no se percibe en blanco y negro; junto con las teorías críticas es imprescindible el ejercicio de la práctica constructiva. Y esta es nuestra personal responsabilidad social.
En nuestras manos está el mando a distancia para cambiar de canales; las personas podemos elegir el tipo de organizaciones con las que nos gusta relacionarnos y diseñar, con las decisiones de consumo, la sociedad en la que deseamos vivir.
Quienes tienen la oportunidad –y responsabilidad– de alcanzar los niveles más altos de una organización deben ser conscientes de que “la norma (no escrita) para la mayor parte de los altos ejecutivos consiste en la imposición de la racionalidad a los demás, mientras su propio trabajo está lo menos racionalizado posible”, dice Ritzer.
En este sentido, su responsabilidad social debería ser crear organizaciones capaces de integrar los aspectos positivos de la racionalización y eliminar el resto, en especial aquellos que afecten a la “robotización” de mujeres y hombres.
Desde una realidad personal, ciudadana, podríamos considerar la metáfora de salir de las calles principales en las que todos los escaparates son iguales, en las que la oferta se ha mecanizado, desplazándose unos metros para descubrir que otro mundo es posible.
La eficiencia de las organizaciones es fundamental para asegurar su propia sostenibilidad, pero nuestras vidas no son organizaciones y, por ello, a nivel personal podemos permitirnos el gran lujo de disfrutar de la utilidad de lo inútil. ¿Qué tal comenzar con una tarde de lectura?, ¿y una visita a un museo antes de la sesión vermú del fin de semana?, ¿demasiado subversivo?