Cuando 1+1 no son 2
La precariedad y la falta de conciliación constituyen las principales barreras para lograr la igualdad de la mujer en la ciencia.
Cuando Maite Paramio, de 62 años, comenzó sus estudios en la Facultad de Veterinaria, las mujeres representaban el 6% del alumnado. Ahora superan el 80%. La incorporación de la mujer en la ciencia “ha mejorado muchísimo si lo comparamos con hace 40 años”, resalta la investigadora, “pero esto sigue sin reflejarse bien en el porcentaje de mujeres con liderazgo”. La falta de visibilidad, las dificultades para conciliar y un sector precario, señalan las expertas, son los problemas a los que se enfrentan las mujeres en este sector.
Solo el 28% de las personas dedicadas a la investigación científica en el mundo son mujeres, según el informe Descifrar el Código: La educación de las niñas y las mujeres en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) elaborado por la UNESCO en 2019. “Estas diferencias tan grandes, esta desigualdad tan profunda, no se dan por casualidad. Son demasiadas las niñas a las que se les impide avanzar por causa de la discriminación, los sesgos, las normas sociales y las expectativas que impactan en la calidad de la educación que reciben y las disciplinas que estudian”, refleja este informe.
El Estudio sobre la situación de las jóvenes investigadoras en España, elaborado por el Ministerio de Ciencia, refleja que las jóvenes de 25 años representan el 57% en los organismos públicos de investigación. Diez años después son menos de la mitad, el 48%, y con más de 65 años solo representan el 29%. “Nos falta todavía llegar a estar representadas lo mismo que estamos en la base, en la cúpula”, remarca Paramio, vicepresidenta de la Asociación de Mujeres Investigadores y Tecnólogas (AMIT). Esta asociación trabaja para que se cumplan las leyes de paridad y presenta campañas para potenciar la ciencia entre las niñas.
En el curso 2018-2019, según el informe Datos y Cifras del Sistema Universitario Español 2019-2020, el 54% de las matrículas universitarias correspondían a alumnas. Sin embargo, no están distribuidas de forma homogénea. Hay ramas de la ciencia, como la Salud, donde las mujeres representan el 70,3% de las matriculaciones. En otras, en cambio, la presencia de mujeres ha ido decayendo en los últimos años, como la Informática, las Matemáticas “e incluso la Física”, apunta la investigadora.
Visibilizar y educar
Paramio resalta que solo hay teorías sobre el por qué de esta disminución en estas áreas, pero “una cosa está clara”: “Antes Informática era una licenciatura, hasta que pasó a llamarse Ingeniería Informática”. “El cambio de licenciatura a llamarse Ingeniería hizo que muchas mujeres dejaran de estudiarlo, porque la palabra Ingeniería tiene una connotación masculina. Mientras que la licenciatura parecía como más asequible a todas”, añade.
En el caso de las Matemáticas y de la Física, hace 20 años el único horizonte profesional era llegar a ser profesor, remarca. “Esto es verdad que las mujeres lo asumíamos más. Ser profesoras es como parte de nuestro ADN. Ahora la Física y las Matemática no se ven para ser profesores de un Instituto o de la Universidad. Ahora se ven como la base de toda la biotecnología. Esto ha creado que toda la gente que estudia estas carreras no va con la idea de ser profesor, sino que vaya con la idea de hacer grandes cambios, incluso sociales”, y apunta que esto aleja a las mujeres. ¿La solución?: visibilizar y educar.
Una teoría que comparte Ana Bravo, profesora titular de la Universidad Autónoma de Madrid, presidenta de la Comisión de Igualdad del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT). En el curso 2006-2007 las mujeres matriculadas en Matemáticas representaban un 51,3%. Desde entonces, estos datos han disminuido hasta situarse en el 37,1% en el curso 2018-2019, según datos del Ministerio de Educación. “Hay un par de profesiones en las que tradicionalmente las mujeres nos vemos y son dando clase y cuidando enfermos, y por eso hay tantas mujeres haciendo Medicina o Enfermería, allí no tienen esos datos tan escandalosos”, coincide.
¿Qué ha pasado? “Se está viendo que las Matemática sirven para colocarse en la empresa privada. Se deja de vincular con la enseñanza, es un perfil más ingenieril, e igual ya no nos vemos estudiando una carrera como esa”, señala Bravo, quien apunta que a la mayor competitividad de esta disciplina -más parecida al perfil de los ingenieros-, como una de las causas en el descenso de matriculaciones.
AMIT y el ICMAT tienen en común la labor en la divulgación de las ciencias en las más jóvenes como medida para paliar su escasa representatividad. Con ello tratan de incentivar la vocación científica entre las niñas para que “sepan que no solo pueden estudiar Historia y Literatura”, resalta Paramio.
Desde AMIT han llevado a cabo la iniciativa NoMoreMatildas. El efecto Matilda es el síndrome de olvido y falta de reconocimiento de las mujeres científicas y la aportación que han hecho a lo largo de la historia. El nombre viene de Matilda Joslyn Gage, sufragista norteamericana y la primera en denunciarlo. Así, el proyecto pretende dar a conocer a estas científicas olvidadas en los colegios y que las niñas tengan modelos de mujeres que puedan impulsar vocaciones científicas.
Conciliación y precariedad
Otro de los factores fundamentales en la situación de la mujer en la ciencia es que “hoy en día conseguir estabilizarse en la carrera de investigadora lleva demasiado tiempo”, señala Bravo. “A lo mejor estás cerca de los 40 y no es que no tengas un trabajo estable, sino que sabes que tienes un contrato que acaba el 31 de diciembre y se acaba, no tienes nada. Evidentemente eso tiene un peso. Para una mujer, si a lo mejor se plantea tener hijos no puedes estar en una situación así. Eso afecta a ambos sexos pero a las mujeres en mayor medida”, apunta.
Llúcia Martínez es la responsable de un equipo formado por nueves mujeres —pronto se sumarán dos miembros más entre los que habrá un hombre— que se encargan de hacer más de la mitad de análisis de ADN de coronavirus para controlar la expansión de variantes como la británica o la sudafricana. En su sector, el de la investigación biomédica, hay una gran presencia de mujeres, pero esto no les ha puesto las cosas más fáciles. “Es una carrera de élite porque los puestos son muy limitados, las oportunidades son muy pocas y evidentemente cualquier problema que puedas tener en el camino hace que no puedas llegar al final, y en el caso de las mujeres los problemas son muchos”.
Durante la carrera se sienten con más peso que los hombres y en algunos casos se encuentran piedras en el camino. Los problemas, señala Martínez, son los mismos de siempre: la maternidad, los cuidados a mayores —“que al final siempre recaen sobre las mujeres”— los micromachismos y, destaca, el síndrome del impostor, “que suele tener siempre el género femenino de que nunca eres suficientemente válida para haber el trabajo”. Con todo ello, es más difícil que ganen esa carrera por los puestos. Solo llega lo más excelente y si para hacerlo tienes que superar todos esos problemas, es más difícil que lo hagamos.
Por eso hablan de precariedad. “La mayor parte de personas que están en situación precaria y que hancen el grueso del trabajo de los laboratorios son mujeres”, señala. Son mujeres muy formadas, con doctorados y estancias en el extranjero, con muy buenas carreras pero que continúan con contratos temporales de tres años sin saber si les van a renovar. “Y te plantas con 40 o 50 años en esa situación”, subraya. Menos ella, el resto de su equipo, compuesto por mujeres entre los 35 y los 45 años, la mayoría con niños, están en esta situación de temporalidad.
Las investigadoras coinciden en que sí se ha avanzado en los últimos años. Cuando Paramio quiso liderar sus propios proyectos en investigación tuvo que luchar por ello, “fueron años muy duros”, remarca. “No querían que yo me independizara, querían que siguiera trabajando con el señor con el que trabajaba, para siempre. Yo hacía los trabajos y él los publicaba, él era la mente pensante”, cuenta. Pero ella también quería ser mente pensante. Para lograr el puesto y el lugar que hoy posee tuvo que exigirlo y hacerse escuchar. Ahora, según Martínez, se han hecho avances a la hora de acceder a proyectos de investigación y en la visibilidad de las científicas.
Ambas señalan un punto en común en el que esta visibilidad llegó a toda la sociedad: las últimas manifestaciones masivas del 8 de marzo. Desde entonces conocemos los nombres de científicas, investigadores y matemáticas que antes eran invisibles para la sociedad.