'Valor, agravio y mujer' y 'El conde Partinuplés', el programa doble de Fundación Siglo de Oro
Dos propuestas ligeras, como la sangría, adecuadas para el verano y el chiringuito.
La Fiesta Corral Cervantes, que desde hace tres años vuelve cada verano a la libresca Cuesta Moyano de Madrid con sus propuestas alrededor del teatro y la literatura del Siglo de Oro, convoca a un programa doble. Esta vez la compañía que produce dicho programa es la Fundación Siglo de Oro. Compañía que precedida por sus éxitos de crítica y público es capaz de atraer a los pocos profesionales que quedamos en Madrid. Nos aparecemos por allí con la intención de darnos un festín teatral. Hay que recordar que esta compañía los representantes españoles en el ciclo Shakespeare que se hizo en el Globe, coincidiendo con las olimpiadas de Londres. Además de que son dos textos poco representados y se trata de recuperarlos y recuperar a su autora, la poeta del barroco Ana Caro Mallén, en esa reivindicación que se está haciendo de las olvidadas escritoras del Siglo de Oro. Tampoco hay que olvidar que estas dos obras tuvieron su estreno absoluto en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, lo que siempre es un criterio de calidad.
Por eso, uno se sienta a ver Valor, agravio y mujer y El conde de Partinuplés, las dos propuestas del programa doble, con muchas expectativas. Tal vez demasiadas, lo que no beneficia la apreciación de los montajes. La compañía tiene (mal) acostumbrado a su público con montajes de mucha calidad, sobre todo en la técnica de decir el verso de una forma muy tradicional. Sin embargo, en esta representación hay fallos de luces (no entran a tiempo o los actores se quedan fuera de foco), las entradas y salidas de personajes no siempre funcionan, ni resultan fluidas ni orgánicas. Incluso los actores se pisan al decir el texto, en darse el pie. Tampoco parecen tener muy medido el espacio ni en el tono con el que hablan, ni en cómo ocuparlo. Un escenario a modo de pequeño corral de comedias clásico. Encalado de blanco y con sus puertas y vigas de madera y una tarima elevada. Muy distinto en tamaño del Palacio de los Oviedo de Almagro, donde se estrenó, lugar que durante mucho tiempo fue el cine al aire libre de dicha ciudad.
Sentado en la butaca, hay momentos en que viendo el montaje uno piensa que puede que se esté pasando lo mismo que en la popular obra de Michael Frayn, Por delante y por detrás. Obra sobre el teatro en el que el elenco de una compañía que se lleva a matar, tiene que fingir que se lleva bien en el escenario, con todos los divertidos malentendidos que eso conlleva entre lo que sucede por delante, es decir, de cara al espectador, y lo que sucede por detrás o lo que no ve el espectador.
En su defensa hay que señalar que han venido a rellenar un hueco en la programación de este corral que se produjo cuando la obra que estaba inicialmente programada se tuvo que cancelar. Digamos que su presencia es un aterrizaje de emergencias. Y, conociendo a la compañía, su conocimiento del oficio, todos esos pequeños detalles, que tal vez el ojo crítico capta al vuelo, y que al público no parecieron importarle ni importunarle el día del estreno en Madrid, serán, con mucha probabilidad, corregidos, pulidos en breve.
Un trabajo que pretende contar, sin más vueltas, las dos obras elegidas. La de Valor, agravio y mujer historia de Leonora que convertida en Leonardo va a Flandes a desagraviarse del burlador de Córdoba, un tal Don Juan. Una historia de enredos amorosos entre caballeros y damas, con sus rondas a la luz de la luna y su número de capa y espada. Y esa deus ex machina que es Lisarda para arreglar las confusiones y los entuertos.
Una obra que va creciendo a medida que se desarrolla. A medida que los actores van cogiendo confianza en el texto, pasando de decirlo a interpretarlo. A ponerle intenciones, acciones, gestos. A las que las tres puertas de este falso corral de comedias les ofrece la posibilidad del juego. De entrar y salir. Obra de la que cabe destacar dos momentos que funcionan bien y que gustan al público. El primero, el encuentro de las dos parejas a la luz de la luna resuelto con sencillez y buen hacer que permite apreciar el juego dialéctico y metafórico de astros y estrellas o rosas y jazmines creado por Ana Caro. El segundo, el del duelo que tiene un divertido comentario contemporáneo sobre la confusión de géneros.
Tras un intervalo de algo menos de una hora que como mucho da para tomarse algo rápido en las terrazas que se han puesto a la sazón (y siempre que los que sirven y cocinen quieran), le sigue El conde de Partinuplés. Historia de la reina soltera de Constantinopla a la que su pueblo obliga a buscar un rey que legitime su reinado y en la que ella decide tomar parte activa en vez de ser la que espera y desespera. Búsqueda en la que hay magia, juego amoroso y lances por la mano de una dama entre unos príncipes que son unos fantasmas. Una obra que ha dirigido y, en parte, adaptado Fernando Gil, el popular cómico televisivo que este año dio un recital de sentido y sensibilidad en El idiota que se representó en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional.
En este montaje de la obra de Ana Caro ha tratado de crear una historia híbrida entre las princesas Disney y Spamalot de los Monthy Phyton. Eso sí con unos presupuestos mucho más modestos que estas dos factorías de entretenimiento. Propuesta que tal vez se hubiese beneficiado si se hubiera seguido más el humor de los famosos cómicos ingleses citados. Como por ejemplo se hace con Lisbella, esa princesa francesa interpretada con mucha gracia por Julio Hidalgo, que viene a reclamar a su hombre que es, nada más ni nada menos, que el conde protagonista que a toda las mujeres “reales” enamora.
Por tanto, se trata de dos propuestas ligeras, como la sangría, y como esta bebida tan española y popular, adecuadas para el verano y el chiringuito. Cuyos actores dicen el verso bien, a la manera de toda la vida, de lo que el público masivo entiende por decir el verso clásico, con esa musicalidad tan particular y barroca que tantos fans tiene y que suelen echar en falta en montajes más contemporáneos. Montaje en el que se han usado ingredientes adecuados, sobre todo la elección de sus actores (lo habitual de esta compañía), y que a medida que todos los elementos liguen y vayan dándose sabor unos a otros, naturalizando estas tramas tan barrocas, y haciendo suyo el espacio, servirán para pasar simpáticamente las tardes y las noches madrileñas de agosto en las que están programados.