'Valerian' llamando a control de Tierra: lo último de Luc Besson
Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017), lo último de Luc Besson, abre al son de temazo: con "Space Oddity" de fondo, el prólogo explica cómo la actual Estación Espacial Internacional (ISS) –la misma, por cierto, desde la que el cantarín astronauta Chris Hadfield graba su propia versión– crece hasta convertirse en Alfa, una megalópolis sideral multiétnica, multirracial, multicultural, multilingüe y "multitodo" en la que unos y otros deben conocerse y estrechar sus manos, tentáculos o lo que proceda para vivir y cooperar en enriquecedora harmonía.
La rareza espacial de David Bowie es un sencillo de 1967, el mismo año en que nacen en Francia las aventuras en cómic de Valérian: agente espacio-temporal (con tilde si reproducimos del francés y no del inglés) gracias al dibujante Jean-Claude Mézières, el guionista Pierre Christin y la colorista Évelyne Tranlé. Con estas referencias, deberíamos situarnos en el espacio-tiempo correcto, no la chirigotera Gran Nube de Magallanes del siglo XXVIII en el film, sino en la Europa de los sesenta, el momento de las protestas estudiantiles, las revoluciones sociales y el feminismo militante, así como la asunción más o menos naíf con que todo ello cristaliza en las viñetas sobre el mayor Valérian, canalla de cuidado, y la contestataria sargento Laureline.
A juzgar por lo escrito, sin embargo, no es esto lo que más ha llamado la atención del film galo: acaparan opiniones y críticas una ampulosa, y para muchos, desmedida puesta en escena, unas actuaciones en entredicho o una historia inconsistente –pese a inspirarse en uno de los álbumes más celebrados, El embajador de las sombras (1975)–, entre otros juicios que sitúan Valerian y la ciudad de los mil planetas a caer de un burro.
Un burro mutante de los confines galácticos, eso sí, porque para bien y para mal, los delirios visuales y narrativos de Luc Besson se apartan del clasicismo impuesto desde el centro de la galaxia cinematográfica, los Estados Unidos –lo que en el mundo de La guerra de las galaxias sería el planeta capital Coruscant–, resultando la película, por tanto, alienígenamente francesa. Francesa y con origen en cómics sesenteros: exotismo mayúsculo.
En tal contexto, Valerian y la ciudad de los mil planetas presenta dos aspectos clave: el tratamiento de la feminidad de Laureline y la crítica al colonialismo europeo. Con Simone de Beauvoir de fondo, la capacidad del personaje para desafiar la autoridad y plantear dudas éticas al sistema justifican que en 2007, al fin, la serie en cómic sea rebautizada como Valérian y Laureline. En el film, en cambio, no ha podido ser: aunque haya espacio para una ciudad y mil planetas, su nombre no cabe en el título. De hecho, todo lo que tiene de transgresora la Laureline en papel se convierte aquí en anécdota: interpretada por Cara Delevingne, el guion la limita a señalar los desajustes más obvios de su realidad y a algo tan manido como ser capaz de mostrarse recelosa ante una propuesta matrimonial.
Más interesante es la mirada poscolonial que lanza Valerian y la ciudad de los mil planetas al pasado francés en particular y al europeo en general. Responsabilizarse de los errores y ser capaz de establecer relaciones respetuosas y ecuánimes con aquel considerado "primitivo", "diferente", "carente de importancia" y, fundamental y llanamente, "otro", es de lo que trata el film –afortunadamente, sin el paternalismo yanqui y trascendental de Avatar(James Cameron, 2009)–.
Explicado con pasmosa economía de matices y en medio de un festival digital, sí, pero poniendo sobre la mesa implicaciones éticas, políticas e históricas que el espectador puede asumir si le apetece la reflexión o ignorar si prefiere una peli de palomitas. A diferencia de lo que sucede en la inmensa mayoría de películas de ciencia ficción y fantasía, donde se suelen usar estéticas no occidentales para caracterizar lo raro –sin ir más lejos, la reina Amidala vestida como princesa mongol para que se note que viene de una galaxia muy, muy lejana (Star Wars: Episodio I - La amenaza fantasma, George Lucas, 1999)–, en Valerian se echa mano del arte masái para poner en valor las alternativas a la metrópoli colonial. De hecho, en una interesante inversión de lo que es bello y lo que es normal, en el film los personajes realmente extraños y esperpénticos son los turistas humanos, locos por comprar en un bazar interdimensional.
La película es lo que es, admitido, pero también retrata algo de lo que fuimos, de lo que queríamos ser y de lo que queda de todo aquello. «Aquí estoy, flotando alrededor de mi lata de hojalata», se lamenta el mayor Tom en "Space Oddity". Por eso, y subrayando el mérito que comporta, no hubiera estado nada mal que Valerian y la ciudad de los mil planetas acabara con otro gran tema musical sobre la soledad con que nos enfrentamos al frío vacío espacial, cuando, perdidos y aislados, ya no tenemos la oportunidad de estrechar las manos o, como decíamos al inicio, tentáculos o lo que proceda de nadie, terrestre, extraterrestre o extradimensional; nos referimos, por supuesto, a "Serenade", de The Steve Miller Band (1976) –versionada, por cierto, por los murcianos M Clan en 1999 con el título de "Llamando a la Tierra"–: «Despierta, despierta», traducimos de la letra original, «Despierta y mira a tu alrededor. Estamos perdidos en el espacio y el tiempo es nuestro».