Una semana desde la sentencia del procés: de las barricadas en la calle a las trincheras en la política
Tras varios días de disturbios, la calle se relaja mientras los políticos se muestran incapaces de acercar posturas.
Como un espejo, la calle refleja lo que le muestra la política. En la última semana, la imagen más repetida en los disturbios que se han sucedido día sí y día también en ciudades como Barcelona, ha sido la de las barricadas ardiendo. Unas barricadas que se han trasladado a la política, donde unos y otros no salen de su trinchera ni tan siquiera para cogerse el teléfono.
Y como en la calle, sólo algunos, de vez en cuando, tratan con sus cubos de agua de poner serenidad y apagar los incendios. Pero nadie garantiza que al día siguiente volvamos a las andadas.
Así está Cataluña. Así está España. Pendientes de lo que sucede en la calle pero también en los despachos. La sentencia del procés, publicada el pasado lunes, fue la chispa que prendió todo. Sumadas, las condenas a los dirigentes responsables del 1-O que no huyeron de España superaban los cien años.
Indignado, el independentismo se echó a las calles desde la primera noche y la tensión fue en aumento durante toda la semana. La política tampoco enfrió la situación.
Quim Torra, presidente de la Generalitat de Cataluña, calificó la sentencia de “insulto a la democracia” y Pedro Sánchez, jefe del Ejecutivo en funciones, dijo que garantizaría su cumplimiento íntegro, descartando toda posibilidad de indultos.
Los disturbios se sucedían en las calles, afectando a infraestructuras como las autopistas e incluso al aeropuerto del Prat. El presidente del Gobierno convocaba a los líderes del resto de partidos para comunicarles sus planes en Cataluña. A todos les repitió lo mismo: no descartaba ninguna opción. Y eso abría el abanico, desde la aplicación del 155 que deseaban PP y Ciudadanos, hasta mantener las cosas como estaban.
Ante el silencio de Torra frente a los disturbios, Sánchez le pidió contundencia: “Tiene el deber político y moral de condenar sin excusas la violencia”.
Y en ese bucle nos hemos instalado desde entonces. Disturbios y trincheras, tanto en las calles como en la política. Por un lado, Torra asegurando que la violencia no le representa pero prometiendo nuevas urnas. Por otro, Sánchez y su Gobierno, no conformes con sus declaraciones, instándole a condenar de manera clara los actos vandálicos.
El viernes la tensión llegó a su punto más álgido. Casi 200 heridos y decenas de detenidos fue el balance de una noche de enfrentamientos gravísimos entre antidisturbios de la Policía Nacional y manifestantes muy violentos que lanzaban todo tipo de objetos a los agentes, varios de los cuales resultaron gravemente heridos.
El sábado por la mañana nadie podía negar la situación. De “gravísima” la calificaba Pere Aragonés, vicepresidente de la Generalitat, quien pedía al Gobierno que obligara a la Policía Nacional a ceñirse a los protocolos policiales que rigen en Cataluña.
En la misma comparecencia, Torra instaba al Gobierno a fijar día y hora para una mesa de negociación “sin condiciones” en la que hablar de la situación en Cataluña.
Después, el presidente catalán telefoneaba a La Moncloa llevándose el primer chasco del fin de semana. “Ocupado”, respondieron en Madrid.
El Gobierno contestaba oficialmente enviando un mensaje a los periodistas: primero la condena y después, ya hablaremos. Eso sí, si hablamos, primero la ley, nada de referéndum.
“No es usted nadie para darme lecciones de la lucha y la condena de la violencia”, contestaba Torra en una carta al Gobierno central y a su presidente, en la que el dirigente catalán acusaba a Sánchez de no querer dialogar ni resolver la situación política. En la misiva, también se quejaba de que no se le hubiera respondido a la llamada.
Por suerte, mientras los políticos echaban más leña al fuego, en las calles, por primera vez, reinaba cierta calma. Los manifestantes que se concentraron el sábado por la noche lo hicieron, en su inmensa mayoría, de forma pacífica y reprochaban los actos violentos que veían a su alrededor. De hecho, llegaron a hacer una cadena humana para evitar choques con la Policía.
Quizás cabría pensar que la serenidad de la ciudadanía podía trasladarse a las instituciones, pero este domingo se ha mantenido la tensión política.
A primera hora de la mañana, Albert Rivera, líder de Ciudadanos, celebraba un acto de partido en el centro de Barcelona y aseguraba que quiere ser presidente para “meter en la cárcel” a quienes quieren “romper” España.
Entre tanto, Torra telefoneaba por segundo día consecutivo a Sánchez y, de nuevo, se quedaba sin respuesta. “Está reunido”, le han dicho al presidente catalán.
El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que ha sido la voz del Ejecutivo en las últimas horas, anteponía la condena de la violencia por parte de Torra a cualquier puerta abierta al diálogo.
“Nadie puede ni debe ser ambiguo frente a las acciones violentas”, ha afirmado en una rueda de prensa en la que ha pedido al presidente catalán y a su Govern que condenen la violencia “de manera firme, rotunda, sin matices, adjetivos, medias tintas y sin equidistancias”. “Nadie entiende en España ni a nivel internacional que no lo hayan hecho todavía”, ha agregado.
A última hora de la tarde, Torra contestaba a otra carta, esta vez, del líder de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, que le había pedido que convocara el Espacio de diálogo con todos los partidos catalanes.
“Espero que explique al señor Sánchez esta necesidad de diálogo que ustedes siempre reclaman en el Parlament porque es evidente que él no está por la labor”, se ha quejado.
¿Habrá tercera llamada entre Torra y Sánchez? ¿Se calmarán los ánimos definitivamente? ¿Podrá la política estar a la altura?