Un inmenso alivio
Con la salida de Trump de la Casa Blanca se abre un nuevo tiempo para el resto del mundo. Ganan los Estados Unidos, ganamos todos.
El mundo ha seguido en vilo el escrutinio de las elecciones norteamericanas durante los últimos días. A falta de rematar flecos de un recuento marcado por el suspense, Joe Biden se ha alzado por fin con la victoria, y este desenlace ha producido un alivio generalizado en todos los confines del planeta. El demócrata se convierte en el candidato que más votos ha recibido para sentarse en el salón oval, superando los 74 millones de sufragios. Pero la consecución del objetivo no ha sido el paseo militar que vaticinaban las encuestas. Las elecciones han estado mucho más reñidas de lo previsto por la demoscopia: de la victoria cómoda del aspirante demócrata se ha pasado a un final decidido casi por foto finish. En varios de los llamados estados bisagras (Wisconsin, Michigan, Georgia o Pensilvania) hemos asistido a una remontada agónica de Biden y al consiguiente espectáculo grotesco de un Trump incapaz de aceptar el veredicto de la democracia.
Pese a todo, el presidente actual y líder derrotado de los republicanos ha cosechado siete millones de votos más que hace cuatro años, un dato a tener en cuenta ahora que ya conocemos de lo que es capaz dentro y fuera de su país. La cuestión es la siguiente: ¿Cómo un fantoche (primera acepción del diccionario de la RAE) como Trump ha sido capaz de convencer a 70 millones de conciudadanos para que lo apoyen? Estos comicios nos recuerdan que cada país tiene su idiosincrasia. Allí se ponderan ciertas acciones y conductas de forma distinta que en nuestro espacio europeo.
Si hacemos una aproximación a Estados Unidos con ojos del Viejo Continente, cuesta entender cómo un personaje tan excéntrico como peligroso y populista ha podido movilizar en torno a su candidatura a la reelección a casi la mitad de los que han participado en este proceso electoral (la diferencia entre ambos candidatos no llega al 3%). En Europa vemos con cierta extrañeza que tanta gente haya dado su voto a Trump tras un mandato marcado por el histrionismo, el enfrentamiento dentro y fuera de sus fronteras y la demagogia ultranacionalista. EEUU no está hoy mejor que en 2016, la gestión de la crisis del coronavirus ha resultado estrafalaria y caprichosa, y, sin embargo, Trump no ha sido fácil de doblegar. Algunos analistas, como Iñaki Gabilondo, han vinculado esta incapacidad europea a tomar el pulso de la sociedad norteamericana a una más que posible posición de superioridad moral. Una vez más queda de manifiesto que no compartimos la misma escala de valores a uno y otro lado del Atlántico.
La altura de las personas se mide en su gestión de la contrariedad. Donald Trump está demostrando su mal perder y parece importarle poco o nada hacer saltar por los aires la arquitectura institucional de su país o dejar un país profundamente dividido. No merecía seguir un inquilino de la Casa Blanca que tensiona el sistema, que lanza gravísimas acusaciones falsas de fraude y que polariza intencionadamente a la población generando odio y enfrentamiento. En palabras de Albert Camus, “un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo”. De Trump ya contábamos con suficientes antecedentes sobre su catadura moral. No es de sorprender, por tanto, esa reacción tan aparatosa y visceral. Ya lanzó sospechas infundadas de pucherazo en las previas a la jornada electoral. No iba a aceptar ningún otro resultado que no fuera su propio triunfo y ha actuado de acuerdo con el guion esperado. Su respuesta iracunda y desproporcionada ante su fracaso electoral ha provocado un profundo malestar en buena parte de sus aliados e incluso en los medios de comunicación más cercanos ideológicamente.
Las burbujas del éxito no deben situar a los demócratas en la autocomplacencia. En un contexto a priori muy favorable han sufrido de lo lindo para desalojar a Trump del despacho oval. Cierto es que el sistema electoral americano tiene sus peculiaridades y no siempre premia al que aglutina más papeletas en las urnas. Cuatro años antes, Hillary Clinton sumó más votos absolutos (casi tres millones más) y un número inferior de los representantes que aporta cada estado al colegio electoral que inviste al presidente. La historia no se ha repetido otra vez por muy poco. En el cuartel general de los demócratas se ha de producir una reflexión serena y elaborar las recetas que allanen aún más el camino en citas venideras.
La victoria de Biden no sólo es oficial, es también inapelable en términos democráticos. Ni siquiera las impugnaciones y tretas jurídicas del carísimo equipo legal de Trump, que sigue sin reconocer su derrota, podrán impedirla. Eso sí, nos dejarán unos cuantos titulares y otras tantas jornadas de incertidumbre. Como reza el proverbio chino, es más fácil variar el curso de un río que el carácter de un ser humano. La salida de Trump de la Casa Blanca abre un nuevo tiempo para el resto del mundo, representa el fin de un ciclo de desestabilización de las relaciones internacionales y ofrece una ventana para avanzar en la convivencia. Ganan los Estados Unidos, ganamos todos.