Trump, Le Pen, Wilders...: populistas cínicos, pero triunfadores
Así son los líderes que asustan al mundo, pero que ganan
Los populistas están de moda. Han pasado de ser minoritarios y tachados de radicales a ganar elecciones y consultas populares. Han puesto patas arriba el establishment a ambos lados del Atlántico. Pero por mucho que denuncien las incoherencias del sistema que prometen cambiar, ellos son los primeros cínicos que a menudo predican una cosa y hacen la contraria. La famosa frase de Groucho Marx, "si no le gustan mis principios, tengo otros", podría ser el lema de estos jinetes del ocaso de Occidente.
Es probable que entre la edición y la publicación de estas líneas, Trump haya regalado al mundo un nuevo disparate en forma de flagrante contradicción o ataque a los valores democráticos. Su reciente invención de un atentado en Suecia ha sido la última perla de quien un día aseguró que Obama no había nacido en Estados Unidos. Este mesías que promete que América volverá a ser grande encerrándose en sí misma, consumiendo productos "Made in USA" y dando la espalda al resto del mundo, ha construido su vida de puertas para fuera. Casado tres veces, dos de sus mujeres llegaron a Estados Unidos como inmigrantes. Su actual esposa, Melania Trump, eslovena nacida en la entonces Yugoslavia, llegó a EEUU en 1996 con visado de turista y comenzó a trabajar como modelo todavía con ese estatus (algo ilegal). Después obtuvo un visado tipo H-1B, con el que trabajó hasta que obtuvo la residencia permanente (2001) y después la nacionalidad norteamericana (2006). Curiosamente, Trump, que ha sugerido que los inmigrantes que no cumplan estrictamente con sus trámites migratorios deben ser deportados, quiere terminar con los visados H-1B, porque considera que son utilizados para "contratar trabajadores temporales extranjeros con el propósito de sustituir a los norteamericanos por un sueldo bajo".
Fue uno de los principales promotores del Brexit y el primer político europeo al que recibió Donald Trump tras su victoria. Farage tiene una obsesión similar a la de Trump: quiere que su país, Reino Unido, vuelva a ser grande de nuevo. Pero como le ocurre a su amigo norteamericano, la coherencia de su mensaje nacionalista no alcanza ni su dormitorio. Farage está casado con una mujer alemana y sus hijos se desenvuelven mejor en alemán que en inglés. Farage afirmó una vez que al viajar en tren y comprobar que nadie a su alrededor hablaba en inglés se sintió incómodo. El periodista James O'Brien le preguntó en una entrevista si también se sentía incómodo cuando escuchaba hablar alemán en casa. Farage también es conocido por sus denuncias sobre el despilfarro de la Unión Europea y los elevados costes de las instituciones en Bruselas. Pero Farage, orgulloso bebedor de cerveza, con una mano sujeta la pinta y con la otra recoge los miles de euros que lleva cobrando como eurodiputado desde 1999. La página Votewatch informa de que ha participado solamente en el 40% de las votaciones del pleno (lo que le sitúa como uno de los diputados más inactivos de todo el parlamento; ocupa el puesto 749 de 751).
Está de moda. Lidera las encuestas en Francia. Se espera que el 23 de abril gane la primera vuelta de las elecciones presidenciales y – por primera vez en la historia de la V República – su partido, el Frente Nacional, tiene posibilidades de ganar en la segunda vuelta el 7 de mayo. No es casualidad que esta carismática líder parezca obsesionada con ocultar su apellido (en los carteles electorales se presenta solamente como Marine), pues está convencida que el nombre de su familia está asociado con la xenofobia y la extrema derecha. Jean Marie Le Pen, padre de Marine, fundó el Frente Nacional y en su trayectoria ha negado la existencia del Holocausto y más recientemente ha sugerido que el Ébola puede ser la solución de los problemas migratorios en Europa. Pero la operación de blanqueo de Marine para llegar al Palacio del Elíseo tiene sus dificultades. Recientemente la periodista de CNN Christian Amanpour preguntaba a la candidata presidencial sobre unas palabras que pronunció en el pasado ("¿Aceptarías a 12 inmigrantes ilegales en tu casa? No lo harías. Primero comenzarían por arrancar el papel de las paredes, algunos te robarían la cartera y vejarían a tu mujer"). Armada de cinismo, Marine Le Pen niega haberlas pronunciado jamás, pero en el vídeo que Amanpour ha circulado en Twitter se incluye al final la entrevista de 2012 en que Le Pen hizo esos comentaros racistas. Uno de los males que a Marine Le Pen le gusta denunciar es el uso fraudulento de los fondos públicos y los excesos de la clase política francesa. Pero Marine no predica con el ejemplo tampoco. Una investigación del Parlamento Europeo – institución de la que Marine es miembro desde 2004 - ha concluido que utilizó de manera fraudulenta los fondos de los que dispone para contratar asistentes parlamentarios porque los empleó para contratar a dos personas en su partido. Ahora la Eurocámara le reclama más de 300.000 euros y ella se niega a devolverlos. Al igual que Farage, cobra del Parlamento Europeo y no realiza apenas trabajo parlamentario.
Este carismático político holandés es otro de los nombres del momento. Líder del Partido por la Libertad y conocido como el Donald Trump europeo, está a la cabeza en las encuestas de las elecciones que se celebrarán el próximo 15 de marzo en los Países Bajos. Su obsesión desde hace años es frenar al islam en su país, convencido de que es el causante de todos sus males. Wilders ha afirmado hace unos días: "Hay demasiada chusma marroquí en nuestra tierra". Comparte también con Trump un llamativo peinado rubio y una gran afición por Twitter. En el perfil de su cuenta, por si hubiera dudas, se puede leer "STOP ISLAM". Pero al igual que las gorras rojas de Trump que prometen volver a hacer grande a América, pero tienen etiqueta Made in China, el pelo plateado de Wilders, o más bien sus oscuras raíces, tienen una cara B que conduce a Indonesia, ex colonia holandesa y el país con mayor número de musulmanes del mundo. El abuelo de Wilders, un alto funcionario de la colonia, fue expulsado del país en 1934. Su madre nació allí. Según la antropóloga Lizzy van Leeuwen, el rencor de Wilders, unido a su mezcla étnica, explican en gran medida su particular obsesión con los musulmanes. Wilders es también conocido por sus ataques a la clase política, pero su pretensión de no ser uno más queda algo desfigurada si tenemos en cuenta que solamente tres parlamentarios holandeses llevan más tiempo que él en sus escaños.
La líder de Alternativa para Alemania es otra de las grandes populistas que esperan que este 2017 sea su año. En otoño se celebran elecciones generales y, aunque el partido de Petry atraviesa horas bajas en estos momentos –, la última encuesta les otorga un 8% de los votos – esperan que en los próximos meses puedan cambiar las cosas si logran convencer a más alemanes de que los refugiados son su principal problema para su seguridad y el euro una mala idea para su economía. Petry afirmó hace un año que, si fuera necesario, la policía alemana debería disparar a los refugiados para evitar su entrada en el país. Es conocida la historia alemana: décadas de partición de un país en dos mitades por un muro que separaba el este comunista del oeste occidental. La propia Petry viene de Alemania del este 12 y seguramente le han contado sus padres y abuelos en casa que a los ciudadanos del este que trataban de cruzar al otro lado del muro se les aplicaba la misma medicina que ahora ella propone para los refugiados.
El primer ministro húngaro es el más poderoso látigo contra los refugiados que hay en Europa – a diferencia de Farage, Wilders, o Petry él gobierna su país desde 2010- . Su obsesión por evitar que su país acoja refugiados le ha llevado a construir una valla con espinos en la frontera con Serbia, realizar un referéndum sobre el plan de la Comisión Europea para acoger refugiados (que fue rechazado pero la participación no alcanzó el 50%) e incluso gastarse millonarias campañas publicitarias contra los inmigrantes. Curiosamente, los mensajes de los carteles que inundaron su país con mensajes dirigidos a los refugiados de paso por Hungría (uno de ellos decía "si vienes a Hungría, no quites el trabajo a los húngaros"), estaban todos convenientemente escritos en húngaro. Orbán aseguró que los 1.294 refugiados que según el plan europeo Hungría debía acoger, "redibujarían la cultura, etnia, religión y cultura de Europa, algo que la UE no tiene derecho a hacer". La historia deja al descubierto el cinismo de Orbán: fueron los propios húngaros quienes en 1956 escaparon a Austria ante la ofensiva soviética para aplacar una revuelta estudiantil. Austria no sólo acogió a los refugiados húngaros sino que estos llegaron en camiones y a pie por la misma ruta entre Budapest y Viena que en los últimos años han utilizado los refugiados sirios.
El actual ministro de Exteriores británico fue una de las caras más conocidas que hizo campaña por la salida británica de la Unión Europea. Pero más que convicción, lo que guió a Johnson fue puro tactismo en su pretensión de ser algún día primer ministro. Ante la decisión más importante que su país ha tomado desde la II Guerra Mundial, Johnson escribió una columna para el Daily Telegraph – que nunca llegaría a ser publicada – defendiendo la permanencia en la Unión Europea y advirtiendo sobre las desastrosas consecuencias del Brexit. Sólo dos días después, comunicó al primer ministro David Cameron que haría campaña a favor de la salida británica. Durante la campaña alertó de los peligros de la entrada de Turquía en la UE – una idea que defendió un tiempo atrás – y ahora como ministro de asuntos exteriores asegura que ayudará a que los turcos puedan entrar en la Unión. ¿Todo claro, no?
La península de Crimea, al sur de Ucrania, fue anexionada por Rusia en marzo de 2014. Tras la revolución naranja y la salida del poder del entonces presidente ucraniano, Viktor Yanukovich, el Kremlin puso en marcha la operación de toma de Crimea (la península perteneció a la Unión Soviética en el pasado pero desde 1991 era parte soberana de Ucrania). Soldados rusos con máscaras y sin ningún tipo de distintivo ruso en sus uniformes comenzaron a tomar instituciones clave de la región, pero el gobierno ruso y sus medios de comunicación afines aseguraban que Rusia no tenía nada que ver. Vladimir Putin negó durante muchos meses su participación en este golpe militar, hasta que un día decidió quitarse la careta y contar que la decisión de invadir Crimea fue absolutamente personal. De hecho, tras haberlo negado decidió contar los detalles en una película.