Tres meses de talibanes: Afganistán en mitad del hambre y la represión
Hay males acentuados e impuestos: la llegada de los islamistas ahonda la crisis económica y de recursos ya existente, mientras se persigue a la prensa o las mujeres.
Tres meses lleva Afganistán en manos de los talibanes. Lo que parecía imposible en pleno 15 de agosto, a tenor de las informaciones que decían tener incluso las Inteligencias internacionales -una cosa es afirmar en público; otra, saber la realidad, como quedó de manifiesto-, es hoy una realidad asentada: el poder está en manos de quienes aplastaron al país en el pasado.
Había males previos que se han acentuado y males nuevos-viejos, recuperados del periodo de 1996 a 2001 en que ya mandaron y que se aplican otra vez, con la represión por bandera. Durante este tiempo, el Emirato Islámico de Afganistán (que es nombre oficial del país para los radicales), está experimentando una cuádruple crisis: la humanitaria, la económica, la de seguridad y la de representatividad y legitimidad.
La primera es, obviamente, la más grave. El estado se encuentra al borde de una de las catástrofes más serias del planeta, según advierte Naciones Unidas, ya que más de la mitad de la población se enfrenta a una “aguda” escasez de alimentos. Unos 22 millones de los cerca de 38 millones de habitantes totales sufrirá inseguridad alimentaria este invierno, debido a la sequía a causa del cambio climático, y a lo que se suma el caos generado por la toma del poder de los talibanes.
“Este invierno, millones de afganos se verán obligados a elegir entre migrar o morir de hambre, a menos que podamos intensificar nuestra ayuda”, ha alertado David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA), en un comunicado emitido conjuntamente con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
La crisis en Afganistán ya supera las que enfrentan Yemen o Siria, y es peor que cualquier emergencia de inseguridad alimentaria, exceptuando a la República Democrática del Congo, según una comparación de la agencia AFP. “Estamos en la cuenta atrás hacia una catástrofe y si no actuamos ahora tendremos un desastre total en nuestras manos”, señaló Beasley.
De acuerdo con el comunicado del PMA y la FAO, uno de cada dos afganos se enfrenta a una fase tres de crisis o una fase cuatro de escasez de alimentos de emergencia. La fase 4 está apenas un paso por debajo de la hambruna. El país, que ya lucha por salir de una guerra civil de 20 años, enfrentará así su peor invierno en una década.
El sistema de salud en Afganistán está igualmente a un paso del colapso. La llegada de los talibanes socavó un sistema ya de por sí frágil, con la hambruna amenazando a los más pequeños. En Herat, por ejemplo, los ingresos en la unidad de nutrición de Médicos Sin Fronteras han aumentando un 40% en los últimos cuatro meses, con imágenes tan duras como las que podemos ver en el vídeo. Hay familias que recorren más de 100 kilómetros para encontrar un hospital que pueda salvar a sus hijos.
Unicef, la Agencia de la ONU para la Infancia, ha explicado que se están multiplicando los casos de venta de niñas para matrimonios forzados y hasta ha llegado a documentar el caso de un bebé de 20 meses vendido por su familia para subsistir. “Incluso antes de la reciente inestabilidad política, los socios de Unicef habían registrado 183 matrimonios infantiles y diez casos de venta de niños y niñas durante 2018 y 2019, tan solo en las provincias de Herat y Baghdis. Los menores tenían entre seis meses y 17 años”, reveló su directora ejecutiva, Henrietta Fore. De acuerdo con los datos de la agencia de la ONU, una cuarta parte de las mujeres de entre 15 y 49 años se han casado antes de los 18 años.
Se suman varias cosas: a la mala situación previa -porque ni EEUU ni las demás potencias internacionales hicieron que el país fuera estable, democrático y próspero- se añaden las sanciones internacionales impuestas a los talibanes y no claramente levantadas por su llegada el poder. La crisis económica no tiene precedentes. Sin la generosa ayuda exterior previa y con las reservas del país congeladas en bancos extranjeros, los talibanes no pueden pagar salarios ni importar bienes esenciales. Millones de personas están abocadas a pasar hambre. “Estoy recogiendo esto (sobras de carne) en todas las tiendas de por aquí para cocinarlo en casa y compartirlo con mi familia. También he pedido pan y dinero a estos amables carniceros”, explicaba a Euronews, con voz tímida, una mujer oculta tras un burka.
A ello se suman los sangrientos ataques que está perpetrando el grupo terrorista Estado Islámico, enemistado con los talibanes, que están haciendo que personas que aún no habían apostado por el exilio dejen sus casas y se vayan a países cercanos como Pakistán e Irán, y todo se exacerba con el cambio climático, que ha provocado que los periodos de sequía de Afganistán sean más frecuentes e intensos. En el oeste del país, miles de familias pobres han vendido us rebaños y se desplazan en busca de refugio y asistencia a campamentos temporales –ya de por sí abarrotados– cerca de las grandes ciudades
El daño terrorista provoca huidas y muertes y mutilaciones. El ISIS-K, la rama afgana del Estado Islámico, está intenta debilitar a los talibanes, con ataques como los perpetrados contra mezquitas y mercados en Kabul, Kunduz o Kandahar, con centenares de asesinados. Los talibanes prometieron a Occidente que serían duros a la hora de perseguir al terrorismo en su territorio, pero era una promesa coja, porque en realidad hablaba del ISIS, no de Al Qaeda, el otro grupo instalado en Afganistán, con el que la relación sí es buena y al que no atacan.
Las autoridades locales han informado de cerca de 300 arrestos de supuestos miembros del ISIS en estos tres meses y han enseñado algunos cuerpos como lección para otros, una práctica que también emplean con cualquier infiel u opositor. Ha habido redadas sobre todo en la zona de Kandahar, y cada vez que dan fruto, los talibanes sostienen que están “aplicando su política para traer la estabilidad al país”. No hablan de las cárceles abiertas, que han dejado libres a islamistas de otros grupos más afines.
Las mujeres, en la diana
Human Rights Watch ha denunciado que la asistencia humanitaria en esta crisis se está viendo comprometida no ya sólo por la ley de integrista que impone, como marco general, el régimen talibán, sino específicamente por la falta de mujeres. Se están negando a que trabajen las trabajadoras humanitarias, que son legión y parte esencial de la cooperación.
Es sólo un ejemplo de la persecución a que las mujeres afganas están siendo sometidas en los tres últimos meses. Desde que los talibanes se hicieron con el poder el pasado 15 de agosto, las afganas han perdido la mayoría de los avances que habían logrado en las dos últimas décadas, que no eran todos, pero eran muchos. Juezas, fiscales, directoras generales, profesoras universitarias, militares, policías o funcionarias se han quedado sin trabajo. Los fundamentalistas les dejaron claro que no había lugar para ellas en la nueva administración, aunque ante la presión internacional utilizaron el argumento de que preparaban medidas que garantizaran su seguridad.
La aplicación de sus políticas de veto está siendo desigual en cada región, hay zonas donde las mujeres están pudiendo salir a estudiar en la universidad, aunque sea en aulas segregadas o diferentes, y otras en las que ni las niñas pueden ir a la escuela elemental “hasta que no se calmen las cosas”. En Secundaria no han vuelto ni alumnas ni maestras. El riesgo de colapso en los hospitales hizo que se autorizase de nuevo el trabajo de médicas, enfermeras y comadronas, lo que los islamistas vendieron como un gesto de buena voluntad, como que haya una unidad que trabaje cacheando a mujeres en el aeropuerto de Kabul.
En este tiempo, ha habido protestas de mujeres en las calles que, echando mano de una valentía preciosa, no se conforman con lo que les imponen los talibanes. “No tengas miedo, estamos unidas”, gritan. Unas han sido reprendidas y disueltas y otras han aguantado unas horas, incluso, sobre todo en Herat. Son un recordatorio de que la sociedad afgana no es tutelada, seguidista, conformista, como han tratado de decir algunos mandos militares occidentales para justificar que con esos mimbres poco más se podía avanzar.
La prensa es la otra gran diana talibán. Han impuesto 11 normas que obligan a los informadores, entre otras cosas, a no publicar contenidos contrarios al islam, que ataquen a la autoridad actual o violen la intimidad. “Estas nuevas normas son escalofriantes por el uso coercitivo que se puede hacer de ellas, y auguran un mal futuro para la independencia y el pluralismo periodísticos en Afganistán”, alerta en un comunicado Christophe Deloire, secretario general de RSF, organización que sitúa a este país en el puesto 122 de 180 en el baremo mundial de la libertad de prensa. Se calcula que el 70% de los profesionales han dejado de dedicarse al periodismo en tres meses y ya no hay ni un diario en papel, denuncia la Unión Nacional de Periodistas Afganos.
En el mundo judicial, las cosas no están mejor. Se hacen juicios rápidos, por llamarlos de alguna manera, en los que no hay ni juez ni defensa. Los talibanes hacen de juez instructor, de jurado, de fiscal y de ejecutor de penas, según han desvelado medios como la BBC o AFP sobre el terreno. Hay cárceles enteras con presos que no han visto a un juez antes de ser encerrados y lo que se aplica es la sharia o ley islámica, que era lo anunciado y esperado.
Ni la música se salva. Los talibanes lo mismo asesinan a quien pone canciones en una boda y, de seguido, se pasean triunfantes por las calles en una especie de parada militar, sacando músculo.
Sin reconocimiento
Los talibanes siguen sin contar con el reconocimiento internacional. La UE, EEUU y Reino Unido han mantenido contactos con ellos, siempre supuestamente para intentar sacar a sus nacionales del país y por ver la posibilidad de crear pasillos de ayuda humanitaria, pero el dilema de fondo está claro: hasta qué punto se puede hablar con un Ejecutivo criminal de estas características.
Bruselas y el G-20 han prometido invertir en el país, pero a la vez el Tesoro norteamericano les ha negado el acceso a 9.000 millones de dólares de reservas del banco central afgano. Tal frustración conducirá muy probablemente a que busquen socios más tolerantes con su forma de gobernar. Ahí entra un segundo bloque de países, como los vecinos Irán y Pakistán, más China y Rusia. Pekín está interesada en los recursos naturales de Afganistán, especialmente cobre y litio -minerales claves en la tecnología actual- sin explotar y en la posibilidad de hacer de Afganistán un componente más de su Ruta de la Seda. Es, por ahora, quien más calladamente y con más interés se mueve.
Por ahora sigue el vacío, pero se espera que haya quienes echen mano del pragmatismo y, menos, de las ideologías y los valores, y acaben ayudando de alguna manera al régimen. Lo que está claro, conforme pasan los días, es que las promesas buenistas que se hicieron nada más tomar Kabul son lo que parecían: palabrería.