Tras 3 Kims y 6 presidentes de EE UU, la crisis norcoreana aún puede resolverse por la vía diplomática
No es que la diplomacia haya fracasado durante los últimos 30 años, es que no se ha llevado a cabo de forma efectiva.
Siegfried Hecker es un científico nuclear que dirigió el Laboratorio Nacional de Los Álamos de 1986 a 1997.
A principios de agosto pasado, el presidente Donald Trump amenazó que respondería con "fuego y furia" a Corea del Norte si continuaba amenazando a Estados Unidos. El líder norcoreano, Kim Jong Un, respondió con otra amenaza: la de lanzar cuatro misiles hacia la isla de Guam, situada en el Pacífico y que pertenece a Estados Unidos como territorio no incorporado. Por fortuna, James Mattis, Secretario de Defensa, y Rex Tillerson, Secretario del Estado, suavizaron el tono al afirmar que Estados Unidos solo busca una desnuclearización pacífica de Corea del Norte y, por ello, Kim Jong Un anunció que esperaría un poco más antes de atacar Guam. Aunque las principales discrepancias aún no se han resuelto, actos como los anteriores pueden servir para ganar algo de tiempo para disipar la crisis.
Desde este jueves, además, los ojos del mundo están puestos en un mes del calendario: mayo. Aún con el día por concretar, Trump y Jong un han acordado reunirse y sólo eso ese anuncio ha abierto una puerta a la esperanza de evitar un desenlace de consecuencias imprevisibles.
El anuncio lo ha hecho el jefe de la Oficina de Seguridad Nacional de Corea del Sur, Chung Eui-yong, quien le había entregado al presidente estadounidense una carta que le confió el lunes el presidente norcoreano durante una reunión en Pyongyang.
He visitado Corea del Norte siete veces, cuatro de ellas para ver sus instalaciones nucleares, y aunque estoy convencido de que sus trabajadores están muy capacitados, aún están a unos cuantos ensayos nucleares de que Estados Unidos esté dentro de su rango de alcance con una cabeza nuclear. Sin embargo, sí que pueden disparar misiles de corto alcance a Corea del Sur y Japón. Lo que está claro es que Kim Jong Un aspira a tener a Estados Unidos en su rango de alcance como fuerza disuasoria definitiva, pese a que no llevaría a cabo un ataque porque sería una misión suicida.
Kim es un tirano, pero no creo que esté loco ni sea un suicida. Creo que es posible disuadirlo. No obstante, es posible que, en su afán por desarrollar un misil balístico intercontinental para equilibrar sus fuerzas con Estados Unidos, Kim podría calcular mal dónde está la línea roja y provocar una reacción desde Washington que pueda llevar a la guerra. Y los frecuentes cruces de palabras entre ambos líderes se acercan peligrosamente a ese precipicio.
Para dar con la mejor estrategia, convendría echar un vistazo al modo en que los anteriores presidentes estadounidenses afrontaron los desafíos y las amenazas de Corea del Norte durante los últimos 30 años con tres generaciones de Kims al mando. Es fundamental aprender del pasado.
Durante el mandato del presidente estadounidense Ronald Reagan (1981-1989), el líder norcoreano Kim Il Sung estaba sentando las bases de las instalaciones y la tecnología requerida para desarrollar armas nucleares. Los científicos norcoreanos habían estudiado en universidades soviéticas e institutos de investigación en las décadas de los 60 y los 70. En 1967, los soviéticos construyeron el primer reactor nuclear operativo de Corea del Norte. Poco después, los norcoreanos construyeron un reactor nuclear en 1986 capaz de producir 6 kilos de plutonio (suficiente para una bomba nuclear) al año. También empezaron a construir una instalación de reprocesamiento de combustible nuclear para extraer más plutonio e incluso empezaron a instruir a sus propios expertos nucleares en universidades norcoreanas e institutos nucleares especializados.
Durante el mandato de Reagan, su principal preocupación era la Unión Soviética, a la que denominó "imperio del mal" en 1983. Estaba al tanto de los avances nucleares clandestinos de Corea del Norte gracias a los satélites de reconocimiento estadounidenses, pero no fue hasta el final de su mandato cuando entabló las primeras conversaciones diplomáticas con Corea del Norte, en Pekín.
Reagan abandonó el poder habiendo permitido que Corea del Norte sentara las bases de su poder nuclear, pero también inició el diálogo.
El presidente George H.W. Bush (Bush padre, 1989-1993) fue testigo de la disolución de la Unión Soviética y del fin de la Guerra Fría, sucesos que no solo modificaron el rumbo de la historia, sino que también supusieron un golpe para Pyongyang. Dejaron de recibir la ayuda financiera del bloque soviético y, además, China y Rusia, aliados clave de Corea del Norte durante la Guerra Fría, acercaron posturas con Corea del Sur. Por si fuera poco, diversos desastres naturales causaron estragos en la economía norcoreana. En ese nuevo escenario, Pyongyang empezó a tantear el favor de Occidente, sobre todo de Estados Unidos.
Kim Il Sung hizo los primeros acercamientos serios hacia la reconciliación con Corea del Sur después de que Bush padre anunciara la retirada de todas las armas nucleares estadounidenses de Corea del Sur a finales de 1991. Al año siguiente, las dos Coreas firmaron la Declaración Conjunta sobre la desnuclearización de la península de Corea, entre otras cosas, y acordaron que no fabricarían, recibirían, almacenarían, desplegarían ni usarían armas nucleares en el futuro.
Aunque Bush padre era consciente de la actividad de Corea del Norte en la central nuclear de Yongbyon, sus aspiraciones nucleares no fueron de interés público hasta que se filtraron varias imágenes captadas por satélite a los medios de comunicación norcoreanos en 1989. En enero de 1992, Washington inició conversaciones de alto nivel al enviar al Secretario General Adjunto Arnold Kanter a reunirse con Kim Yong Sun, Secretario del Partido de los Trabajadores de Corea, en Nueva York. A instancia de Corea del Sur, Bush padre también canceló las maniobras militares Team Spirit, practicadas de forma conjunta entre estadounidenses y surcoreanos.
Kim Il Sung había empezado a colaborar con Washington y mantuvo a sus inspectores al margen de sus nuevas instalaciones nucleares hasta mayo de 1992, cuando vieron que ya disponían de todas las piezas que necesitaban para la producción y extracción de plutonio. La fabricación de combustible nuclear y la tecnología de reprocesamiento nuclear ya estaban plenamente operativas y tenían en marcha la construcción dos reactores nucleares mucho más grandes.
Cuando Bush padre abandonó el Despacho Oval, Corea del Norte ya tenía en su poder todo cuanto necesitaba para construir armas nucleares, pero al menos la puerta de la diplomacia había quedado entreabierta.
La situación empeoró rápidamente durante el mandato de Bill Clinton (1993-2001) cuando Corea del Norte anunció que se retiraba del TNP (Tratado de No Proliferación Nuclear). El objetivo era evitar una inspección extraordinaria solicitada por el Organismo Internacional de Energía Atómica después de que unos inspectores hallaran, durante una visita a las instalaciones de Yongbyon en 1992, pruebas de que los norcoreanos habían violado el pacto. Pyongyang también consideró que el hecho de que Estados Unidos reanudara en 1993 sus maniobras militares Team Spirit constituía una violación contra el espíritu de la Declaración Conjunta entre las dos Coreas.
Las negociaciones se retomaron en junio de 1993 y esto evitó de forma temporal que Corea del Norte se retirara del TNP. Sin embargo, en 1994, cuando Corea del Norte descargó de sus reactores entre 20 y 30 kilos de plutonio (mucho más del declarado oficialmente), la guerra estuvo cerca de desatarse entre ambos países, pero el expresidente Jimmy Carter (1977-1981) intervino y negoció directamente con Kim Il Sung una suspensión temporal de su programa nuclear.
Tras intensas negociaciones en Ginebra, se logró llegar al Acuerdo Marco en octubre de 1994, que modificó de forma drástica el rumbo nuclear de Corea del Norte. Pyongyang accedió a renunciar a su programa de armas nucleares a cambio de que Estados Unidos, Corea del Sur y Japón les proveyeran de dos reactores nucleares modernos para la producción de energía eléctrica. El Acuerdo Marco también tuvo una repercusión política general para Pyongyang, concretamente en sus medidas para "avanzar hacia una normalización plena de las relaciones económicas y políticas" y para "trabajar de forma conjunta para lograr la paz y la seguridad en una península de Corea libre de armas nucleares".
La congelación de la producción de plutonio se puso en práctica de forma efectiva durante el periodo final del mandato de Clinton. El reactor nuclear de Yongbyon y las instalaciones de reprocesamiento quedaron inactivas y los dos reactores que aún estaban en construcción (que habrían sido capaces de producir unos 300 kilos de plutonio anualmente) quedaron desatendidos. Todo esto, sin embargo, no fue suficiente para que Estados Unidos diera un paso adelante para normalizar su relación política ni para esmerarse en la construcción de los dos reactores prometidos.
Las sospechas bullían en ambos lados. Estados Unidos acusó a Corea del Norte de estar construyendo en secreto un reactor nuclear en el interior de una montaña, una acusación que resultó ser falsa. No obstante, Kim Jong Il, que sucedió a su padre como líder del país, fue acusado (de forma acertada, en esta ocasión) de querer hacerse con centrifugadoras nucleares para producir uranio enriquecido, un sucedáneo del plutonio con vistas a la fabricación de bombas.
Cuando Pyongyang lanzó su primer misil de largo alcance en 1998, que sobrevoló Japón, al Secretario de Defensa estadounidense William J. Perry se le encargó que apaciguara la crisis de los misiles. Gracias a su trabajo, se inició un periodo de visitas de altos mandatarios estadounidenses y norcoreanos a sus respectivos países y se emitió un comunicado conjunto en octubre de 2000. Pero a Clinton se le acababa su tiempo al mando.
Clinton se fue de la Casa Blanca habiendo logrado por un tiempo que Corea del Norte dejara de poseer armas nucleares y habiendo disminuido en gran medida su capacidad productora de plutonio. Por fin había comenzado el diálogo entre ambos países. Estaba en marcha una suspensión del programa de ensayos con misiles y el programa secreto de producción de uranio quedó a la espera de ser resuelto.
El gabinete de seguridad nacional del presidente George W. Bush (2001-2009) criticó duramente el Acuerdo Marco. Quisieron ponerle fin porque consideraban que era un pacto que les perjudicaba ante un adversario tramposo. La Administración Bush anunció que no le estaría permitido a Corea del Norte adquirir armas nucleares y limitó así la vía democrática seguida por Clinton.
Aunque Bush y su gabinete estaban lógicamente condicionados por los acontecimientos del 11S, desecharon cualquier vía diplomática al declarar que Corea del Norte formaba parte del "eje del mal" en un comunicado de 2002 en el que acusaron a Pyongyang de haber violado el Acuerdo Marco iniciando el camino para construir bombas nucleares con uranio enriquecido.
A finales de 2002, la Administración Bush logró desmontar el Acuerdo Marco, dando vía libre a que Corea del Norte se retirara del TNP y volviera a fabricar armas. Aunque la acusación del uranio enriquecido resultó ser cierta (como constaté yo mismo en una visita en 2010 a Yongbyon), la decisión de acabar con el Acuerdo Marco logró que una amenaza que habría tardado años en materializarse se materializara en meses, cambiando por completo el panorama político a favor de Corea del Norte.
Pyongyang realizó su primer ensayo nuclear en 2006 tras el fracaso de las negociaciones multilaterales para tratar de solucionar diplomáticamente el reinicio del programa nuclear de Corea del Norte. Aunque el ensayo solo salió bien en parte, la fuerza disuasoria nuclear del régimen de Kim Jong Il empezó a ser tenida en cuenta, algo que consideraban fundamental tras comprobar la suerte que habían corrido los regímenes de Saddam Hussein en Irak y de Muammar Gaddafi en Libia, quienes también trataron de crear bombas nucleares pero nunca lo lograron y acabaron derrocados con la intervención del ejército estadounidense.
Los intentos de diálogo que emprendió la Administración Bush en su segundo mandato resultaron ser escasos y tardíos. Lograron un pequeño cese del programa de plutonio pero no acabaron con su programa nuclear. Bush dejó la presidencia con Corea del Norte en disposición de sus primeras bombas nucleares, aún poco avanzadas tecnológicamente, pero con la firme decisión de convertirse en una potencia nuclear.
Justo tras iniciarse el mandato del presidente Barack Obama en abril de 2009, Pyongyang realizó un ensayo con un misil de largo alcance. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas impuso diversas sanciones a Corea del Norte, lo que provocó que, en respuesta, Kim Jong Il pusiera fin a la vía diplomática y expulsara a los inspectores de la comunidad internacional, quienes habían vuelto a tener acceso a las instalaciones nucleares hacía solo dos años. Y llevó a cabo un segundo ensayo nuclear, este con éxito.
La Administración Obama se enfrentaba a una Corea del Norte empeñada en mejorar su arsenal nuclear. Obama no quiso tratar directamente con el líder norcoreano. En lugar de eso, su gabinete presionó al de Kim Jong Il para que se desnuclearizaran antes siquiera de iniciar las negociaciones. Obama también luchó por que Naciones Unidas y Estados Unidos impusieran sanciones más estrictas y presionó a China para que colaborara.
Durante mi séptima y última visita a Yongbyon en noviembre de 2010, quedó claro que Pyongyang había apostado fuerte por una tecnología avanzada de centrifugado nuclear para obtener uranio. Estaban dando pasos de gigante hacia su objetivo de contar con un enorme arsenal nuclear que Estados Unidos ya no iba a poder calcular de forma aproximada. Al contrario que la antigua vía de producción de plutonio, que permitía una estimación muy ajustada de una bomba al año, la nueva vía del uranio resultaba potencialmente ilimitada e imposible de vigilar desde fuera. No creo que ningún observador internacional haya pisado las instalaciones de Yongbyon desde que me marché aquella vez.
Después de esa visita, le recomendé a la Administración Obama que el objetivo que tenían que perseguir debía ser la desnuclearización a largo plazo, pero en el corto plazo era esencial que la situación dejara de recrudecerse y que Corea del Norte dejara de ampliar su arsenal, cada vez con más y mejores bombas. En otras palabras, debían concentrarse en detener los ensayos de Corea del Norte para que no lograran montar de forma efectiva las cabezas nucleares en los misiles.
No obstante, durante el mandato de Obama la diplomacia no llegó a levantar el vuelo realmente. Al parecer, el presidente no pareció captar las muestras de interés de los norcoreanos en negociar. Su gabinete consideró que el precio que exigían era demasiado elevado.
De modo que la situación empeoró aún más. Las imágenes por satélite y la propaganda norcoreana, junto con tres ensayos nucleares más con éxito (con bombas cuya capacidad destructora igualaba las bombas de Hiroshima y Nagasaki) dejaron claro que Corea del Norte ya disponía de un arsenal nuclear temible y cada vez mayor. En 2016, Corea del Norte lanzó dos docenas de misiles, algunos de los cuales podrían estar ya preparados para portar cabezas nucleares.
Apuesto que, para cuando Obama abandonó la presidencia, Corea del Norte ya disponía de un arsenal de entre 20 y 25 armas nucleares, además de un programa de misiles en rápido desarrollo que podría disparar cualquiera de esas bombas a Corea del Sur y Japón. En su primera reunión con el electo presidente Trump, Obama le aseguró que Corea del Norte era la mayor amenaza contra la seguridad de Estados Unidos.
A partir de su primer año de mandato, resulta complicado predecir cómo va a afrontar Trump la crisis norcoreana. Al comunicado de Kim Jong Un para Año Nuevo, en el que afirmaba que iban a desarrollar un misil balístico intercontinental, Trump respondió "¡Eso no sucederá!" por Twitter, dando por hecho que hacerlo significaría cruzar la línea roja. Sin embargo, también indicó que estaría dispuesto a reunirse con Kim Yong Un si se dieran las circunstancias apropiadas. La marcha sin freno de Corea del Norte en 2017 en busca de desarrollar su tecnología de lanzamiento de misiles les ha situado al límite de esa línea roja, si es que no la han cruzado ya.
Dos de los misiles de larga distancia probados en los ensayos de julio pasado parecen ser capaces de cruzar el océano, y es eso lo que desencadenó la advertencia de Trump a Kim sobre el "fuego y furia". La Administración Trump debe mirar más allá de la amenaza de los misiles intercontinentales y centrarse en lo que considero que es el mayor peligro del programa nuclear norcoreano: que Washington se dé de bruces con una guerra en la península de Corea, que causaría cientos de miles de muertos, muchos de ellos estadounidenses.
No es que la diplomacia haya fracasado durante los últimos 30 años, es que no se ha llevado a cabo de forma efectiva. Ha estado vacilando entre negociaciones y amenazas. Si analizamos el historial de Corea del Norte, veremos que, aunque nunca ha renunciado a convertirse en una potencia nuclear, su progreso se ralentizó significativamente en épocas de negociaciones, mientras que en las épocas tensas de amenazas y sanciones, el progreso fue mucho mayor. Estados Unidos ha fracasado a la hora de afrontar de forma efectiva las transgresiones de Corea del Norte cuando estos vulneraron tratados o cuando exportaron tecnologías nucleares en el pasado.
Estados Unidos tampoco ha sido capaz de coordinarse con sus aliados ni con China. No obstante, no han parado de reprender a China por no hacer suficiente para frenar a los norcoreanos, pese a que eso suponga ir contra sus propios intereses estratégicos. Estados Unidos ni siquiera ha querido prestar atención al consejo de China de que, antes de nada, deberían solucionar las preocupaciones de Corea del Norte en cuanto a su seguridad.
Actualmente, Trump se enfrenta a un desafío diferente y mucho mayor que el que conocieron sus predecesores. Tiene que evitar que se desencadene la guerra en la península de Corea. Exacerbar sus amenazas para que Corea del Norte no llegue a desarrollar completamente sus misiles balísticos intercontinentales no hace más que intensificar el riesgo de que se declare la guerra. La reunión que ambos líderes mantendrán en mayo podría ser ese rayo de esperanza para evitar lo peor.
En estas conversaciones, se debería buscar el modo de evitar que determinadas acciones pudieran ser malinterpretadas y desencadenaran un conflicto y, en última instancia, una guerra nuclear. Dicho de forma simple: Estados Unidos tiene que convencer a Corea del Norte en ese cara a cara de que no pretende derrocar el régimen norcoreano y que no quiere atacarlo, que solo buscan defenderse ellos y a sus aliados. Y que, si en algún momento atacaran Corea del Sur o Japón con armas convencionales, químicas o nucleares, entonces sí se verían obligados a llevar a cabo una represalia devastadora.
Si bien ese tipo de conversaciones no son negociaciones, un intercambio de opiniones serio podría sentar las bases del retorno de la vía democrática para la desnuclearización de Corea del Norte y la normalización de las relaciones. Pero también es fundamental ceder en algo, por lo que Trump tendrá que escucharlos con atención.
Este artículo fue publicado originalmente en The WorldPost y creado por el Berggruen Institute. Apareció posteriormente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.