Trabajo infantil en Gaza, una lacra que no cesa
Por Abeer Shawish y Catherine Weibel, UNICEF en el Estado de Palestina
Cuando amanece, Ahmad*, de 13 años, no va al colegio como el resto de niños de su edad. Él va a trabajar.
"Cada día busco chatarra y grava entre los restos de casas destruidas en las guerras", nos explica. "Cada día cargo acero y piedras, los pongo en un burro y voy al mercado a vender todo a empresas que lo utilizarán para hacer materiales de construcción. Es un trabajo muy duro".
El padre de Ahmad está enfermo y no puede trabajar. La familia, compuesta por once miembros, vive en un alojamiento con techo de hojalata situado en una zona pobre la Ciudad de Gaza. En verano, este refugio metálico se hace insoportablemente caluroso. En invierno tampoco les protege del frío ni de las inundaciones.
Reciben ayuda de organizaciones humanitarias, pero no la suficiente para llegar a fin de mes.
"Mis hermanos y yo trabajamos, y así ganamos algo de dinero. Nunca sé cuánto voy a conseguir, depende del acero y grava que pueda encontrar, y de cuántas horas pueda trabajar antes de que el burro y yo nos cansemos. Siempre vuelvo a casa agotado", reconoce.
Otro de sus hermanos, Ibrahim*, de 10 años, se une a él cuando sale del colegio.
"Mi sueño es que mi familia y yo podamos mudarnos a una casa grande y limpia, y tener ropa bonita", nos cuenta.
Según la Oficina Central de Estadísticas de Palestina, el trabajo infantil ha aumentado significativamente en los últimos cinco años, a medida que la situación económica en la Franja de Gaza se deterioraba. Este aumento va en contra de la tendencia global: en 2013, la Organización Internacional del Trabajo dijo que el número de niños que trabajan en el mundo había descendido un tercio desde el año 2000. Casi el 40% de las familias de la Franja de Gaza viven bajo el umbral de la pobreza, y el 70% depende de algún tipo de ayuda externa.
Omar*, de 13 años, es otro niño que se ha visto obligado a trabajar. Su padre tiene trabajo, pero incluso con su sueldo y las ayudas, la familia apenas puede permitirse comida y agua potable.
"Todos los días, después del colegio, voy al puerto de Gaza a vender galletas y caramelos. A veces no voy a la escuela. Mi familia es pobre, tengo que trabajar para poder comer", asegura.
Omar no es el primer niño de su familia que trabaja. Sus dos hermanos mayores dejaron la escuela para trabajar. Él empezó a saltarse alguna clase. Ahora a veces falta días enteros para ayudar a su familia. Dice que necesitan el dinero para ayudar a cubrir las necesidades de la familia, que incluyen medicinas para sus otros dos hermanos y una hermana que tienen déficit de zinc.
A Omar no le gusta el trabajo, le hace sentir inseguro.
"Siempre tengo miedo cuando estoy trabajando en el muelle, no me siento protegido allí. Me da vergüenza vender galletas a la gente, algunos no me tratan bien. A veces veo niños de mi edad jugando y riendo con sus padres mientras yo estoy vendiendo galletas. Y me da envidia", reconoce.
UNICEF está trabajando para identificar y llegar a los niños vulnerables, incluidos los que trabajan, como Omar y Ahmad, mediante asesores de protección infantil y trabajadores sociales que trabajan en los veinte centros para familias apoyados por la organización en la Franja de Gaza.
Una vez que un niño es identificado, el trabajador social trata de devolverle al sistema educativo, en ocasiones a través de la formación profesional. Los asesores ofrecen apoyo educativo y psicosocial y ayudan a las familias a contactar con el Ministerio de Asuntos Sociales para pedir apoyo económico, oportunidades de trabajo temporal o planes para pequeños negocios.
Un asesor que conoció el caso de Omar se acercó a su padre y le convenció para ir a sesiones de sensibilización sobre protección infantil, que se celebraban cerca de su casa. Al darse cuenta de que también había apoyo para su hijo, accedió a que el trabajador social acudiera a su casa y hablara con Omar. El trabajador social determinó que Omar sufría angustia psicosocial y lo derivó al consejero del centro, que le proporcionó sesiones de orientación individuales. Omar recibió sesiones de habilidades para la vida que le ayudaron a aumentar su confianza y aliviar sus miedos. También tuvo la oportunidad de jugar de manera segura en el centro, y acabó yendo a la escuela.
Hasta ahora, Omar no ha vuelto al puerto.
*Los nombres han sido cambiados por cuestiones de seguridad.