¿Trabajas o te torturas?
Hay conceptos que ya desde su etimología arrastran la maldición. Trabajo, del latín tripalium: instrumento de tortura consistente en tres estacas en las que se ataba al reo para darle tormento, quizá ocupe el más alto y doloroso rango en cualquier baremo de palabras malditas. Además, conlleva la condena bíblica, aquello de ganarse el pan con el sudor de la frente tras la expulsión del Edén, en donde no era necesario dar cuenta del esfuerzo (¿referencia a la salida del paraíso de la infancia para incorporarse a las filas de la Seguridad Social?) Parece que la creatividad, es decir, aquello que solamente uno puede alegremente aportar, de manera original y espontánea, quede fuera de todo alcance. Pero no es así.
Trabajar implica hacerse responsable del tiempo que se emplea para convertirlo en dinero: es pasar de la inmadurez del pedir a la entereza del producir para consumir. El dinero, lo expresó el ex-presidente Mugica con gran lucidez, es tiempo de vida que hemos invertido. El que gastamos comprando lo innecesario por simple acumulación, también. Pasaríamos al escurridizo terreno del tener para el ser, en lugar de recorrer el angosto pero ventajoso camino inverso: si eres, no necesitas identificarte con el tener. Hablamos en sentido simbólico, puesto que nunca seremos ni nuestro coche, ni nuestra casa, ni nuestro trabajo.
Esencialmente somos otra cosa, otra entidad con mayor peso específico. Qué pobre pensar que nuestra vida es un objeto. Solo es de uno lo que a uno regresa, si perdemos alguno de ellos (sea un chaqueta de piel o un móvil) simplemente consolémonos poéticamente: no nos pertenecía. En cualquier caso, no nos entristezcamos por algo que perdimos porque otro lo encontrará, pero tampoco nos alegremos por lo que encontramos, porque alguien lo perdió. Y durante una vida, hemos perdido y ganado muchos puestos de trabajo, y seguimos vivos y coleando. Nada dura para siempre. El desempleo tampoco. Toda noche llega a su fin después de su momento más oscuro.
Es necesario trabajar porque es psicológicamente necesario sentirse útil. Dependiendo el grado de expansión de conciencia, pensaremos en ser útiles para los más cercanos o incluso abarcar a todo el planeta. Aquello de que el trabajo dignifica tampoco es una verdad que debamos comprar. La dirección siempre de dentro hacia fuera, y no al revés. Es decir, si eres digno, dignificarás tu trabajo. A la inversa, jamás. A lo sumo te inflarás por creerte más cool por algo tan prosaico como recibir una nómina, desempeñando una labor que se considere socialmente atractiva, sea estilista en TV o abogado del estado.
La responsabilidad, hermana de la libertad, exige que todos aquellos que crean que el Universo es un lacayo que obedece nuestros mandatos (Coelho y El Secreto, cuánto daño habéis hecho) en lugar de exigir un trabajo de 3 mil euros al mes, pidan generar al menos 5 mil por cada nómina, puesto que si piensas trabajar por cuenta ajena, algo has de producir para quien paga. Uno ha de mostrarse rentable siempre. Esa sería una lúcida petición y una responsable decisión, llegado el caso. Pero, dinero a parte, si trabajas en lo que odias, por bien pagado que estés, te odiarás la mayor parte del tiempo: poco a poco ve sembrando para recoger el fruto que te mereces.
Te lo contaré de otro modo: los masones consideraban que existían dos tipos de trabajos; el trabajo profano y el trabajo sagrado. El primero es aquel en el que fichamos, se nos exige y damos sin placer, nos consideramos una pieza más de un engranaje que no tiene en cuenta nuestra alma, y en el que solo deseamos ser pagados y tener pronto vacaciones. El segundo, en cambio, es el trabajo en el cual no necesitamos reloj ni tiempo de asueto, el tiempo fluye y nos sentimos rejuvenecer por el simple ejercicio de la actividad. Corrijo: no rejuvenecemos, volvemos a ser niños porque danzamos con la creatividad.
La buena noticia es que ambos están conectados. Si eres operario de una fábrica cinco días a la semana, haz de este trabajo profano la fuente de ingresos de tu trabajo sagrado, esto es, bendice esa labor porque te permitirá pagar un curso de tatuaje los sábados y domingos, que es la actividad con la que verdaderamente sueñas. Que el gran torrente oscuro que te anega de lunes a viernes se convierta en un caudal cada vez más sonoroso y generoso que te acerque a hacer aquello que eres.
Que el pan que te llevas a la boca no sepa a veneno y hiel tan solo depende de ti y de la prohibición que te auto-impusiste. El único obstáculo que te separa de tu actividad soñada es el "no puedo" que hace perfectas migas con la pereza. ¿Hasta cuándo seguirás amordazando al niño que sigue latiendo en ti, y que desde siempre tuvo claro lo que quería ser de mayor? Adulto, ya has llegado a mayor: no te traiciones. No asesines ese sueño, y menos aún, a quien lo soñó y de vez en cuando aún lo recuerda: no hay más responsable que tú. El mayor regalo que (te) puedes hacer es sentirte felizmente útil, y ganar dinero por ello.