Todos somos migrantes
Llevamos dentro la simiente del viaje que un día emprendieron nuestros abuelos o tatarabuelos de un lugar a otro
Las migraciones son un hecho consustancial a la especie humana. Los movimientos de población han forjado identidades, países, culturas, religiones, realidades nacidas todas ellas de la movilidad humana de mujeres y hombres por el planeta, de la búsqueda de recursos, paz o futuro. Todos somos migrantes porque todos llevamos dentro la simiente del viaje que un día emprendieron nuestros abuelos o tatarabuelos de un lugar a otro. Esto aplica en todo el mundo, pero en Latinoamérica, en África es una realidad cotidiana, los latinoamericanos y africanos van y vienen como siempre han hecho, ignorando fronteras que hasta hace unas décadas ni siquiera estaban ahí, anhelando una vida mejor de la que dejan atrás para trabajar y contribuir al desarrollo económico, social y cultural de los países de acogida.
Estos últimos años, hemos sido testigos de cómo las personas migrantes de Guatemala, Honduras etc, atraviesan a pie Latinoamérica hacia EEUU, imágenes dramáticas acompañadas de muertes a veces, y que deberíamos evitar con el desarrollo de políticas migratorias concertadas con los países de tránsito y de origen.
En cuanto al continente africano, más de la mitad de sus movimientos migratorios se producen dentro del continente, de un país a otro, y tan solo uno de cada cuatro de ellos se dirige hacia Europa. La percepción europea de que estamos ante una salida desesperada del continente de millones de hambrientos choca con la realidad: sólo unas pocas decenas de miles logran alcanzar la otra orilla, la nuestra, un país que, según todas las previsiones y estudios y dada nuestra tasa de envejecimiento, necesita trabajadores a marchas forzadas para sostener nuestro sistema de bienestar.
Y es que el supuesto problema migratorio en Europa no es de seguridad, sino de derechos humanos. La principal razón que explica que cientos de jóvenes africanos mueran en el Atlántico y el Mediterráneo cada año -en 2021 ya hemos superado el millar según estimaciones que siempre se quedan cortas- es porque prácticamente hemos cerrado todas las puertas de acceso.
No hay visados, no hay opción legal. La peligrosidad de los viajes en pateras, cayucos o embarcaciones hinchables es directamente proporcional a las trabas que les ponemos. No es el mar o las migraciones, o las redes de tráfico de personas las que matan, eso son instrumentos; lo que mata son las fronteras blindadas de Europa.
La crisis económica derivada de la covid-19, el escandaloso retraso en la vacunación motivado por la insolidaridad de los países ricos, el cambio climático, el retroceso democrático que se expresa en golpes de Estado y gobiernos autoritarios o el avance del yihadismo por todo el continente. Todas estas realidades que están tan de actualidad inciden sobre las razones que motivan a los jóvenes africanos y latinoamericanos a buscar un futuro lejos de sus continentes. ¿Hasta cuándo vamos a seguir negando la realidad? Las migraciones no son un hecho coyuntural. Son un fenómeno estructural que se alimenta de la desigualdad de una de las fronteras con mayor diferencia de nivel de vida entre un lado y el otro.
Como sociedad, como proyecto colectivo de convivencia, en Europa no podemos permitirnos que nuestras playas y océanos se conviertan en cementerios, que casi cada día nos desayunemos con una tragedia a cual más terrible. No se hunden solo ellos, lo que naufraga es un modelo de gestión del hecho migratorio que ha demostrado su ineficacia una y otra vez a nivel mundial.
Es el momento de inventar algo nuevo, asumir la dimensión del fenómeno, explorar vías legales y seguras, salvar vidas; podemos hacerlo porque hemos superado retos más difíciles en el pasado. Es el momento de políticas innovadoras en Europa, de asumir nuestros fracasos para dibujar un futuro diferente.