Tabarnia tiene un color especial
Los colores de la bandera de Colombia son el amarillo, el azul y el rojo, donde —como nos enseñaban de niños— el amarillo es por el oro, el azul por el cielo que cubre la Patria y el rojo por "la sangre derramada por la independencia". Sin embargo, existe una versión alternativa según la cual, Francisco de Miranda —aquel venezolano universal que participó en todas las grandes revoluciones de su siglo, conociendo a sus principales hombres y a no pocas mujeres—, al diseñar la bandera de la entonces Gran Colombia, en realidad quiso tener una galantería con Catalina la Grande de Rusia, de quien fue su protegido y rumoreado amante, quedando ahora esa flor así: "El amarillo por el rubio de sus cabellos, el azul por el color de sus ojos y el rojo por la intensidad de sus labios".
Ni la una ni la otra, todo lo contrario, pero, en última instancia, mejor educar a los niños en antiguas galanterías líricas, antes que envenenar sus tiernas mentes con ideas premodernas y esencialistas que nunca dejan de rimar con "Un solo pueblo", "Nuestra sangre", "Nuestra lengua", "Nuestra casa", "Nosotros, los buenos", "Ellos, los malos".
Decía Machado de Assis que "si no hubiera variedad de gustos, ¿qué sería del pobre color amarillo?". Y precisamente son de ese color los lazos con que los nacionalistas catalanes inundan de manera abusiva el espacio público, queriendo simbolizar así su causa general y la de sus supuestos "presos políticos", pero consiguiendo, en cambio, que al pobre color amarillo —encima del escaso afecto de los modistas y su fama de mal fario— aquí en Tabarnia ahora se le identifique con ideologías tribales, anti-igualitarias y de claro sabor agropecuario.
Tabarnia, en cambio, tiene un color especial. No el amarillo obscurantista, sino el color de las ciudades y regiones abiertas y cosmopolitas, igualitarias e inclusivas. El color de donde no hay color, etnia, lengua, procedencia, ni cultura que justifiquen privilegios para unos, en detrimento claro y directo de los derechos de los otros.
Tabarnia tiene el color del triunfo. Los constitucionalistas siempre hemos tenido las razones democráticas, progresistas, legales, igualitarias e inclusivas. Pero ahora también tenemos las razones propias de un fenómeno pop: Tabarnia gusta, y porque gusta, entonces gusta más, y porque gusta más, entonces gusta aún más, y así crece la bola de fuego emancipadora... Desde luego que todo eso se sostiene en el hecho de que ahora, por fin, los "García" de Cataluña hayamos roto la espiral de silencio y salido del armario muy orgullosos a defender nuestra causa igualitaria, con aquella inmensa marcha del 8 de octubre como momento catártico y fundacional. Tabarnia triunfa entre quienes nos oponemos a la ideología nacionalista. Y, por si fuera poco, ya recibió el augurio más positivo de todos para cualquier iniciativa política hoy en España: ¡Pablo Iglesias la condenó furioso!
Se dice que el argumentario de Tabarnia, al ser espejo del nacionalista, lo acaba reduciendo al absurdo. Si aquí nadie es esencialista, ni patriota romántico, entonces ¿por qué si Cataluña puede separarse de España, Tabarnia no puede de Cataluña? Sin embargo, superada esa primera trinchera, las diferencias con el proyecto de la República Catalana son inmensas y fundamentales. Si Tabarnia se separa de Cataluña: 1) No sería por un afán separatista, sino todo lo contrario: para seguir siendo España, dentro de la Unión Europea. 2) No sería insolidaria, sino igual de solidaria con todos: lo mismo con Cádiz que con Gerona. 3) No se instauraría un clima de exclusión basado en los orígenes territoriales, culturales ni lingüísticos de nadie, sino justo al revés: ¡Abajo privilegios para unos a costa de los derechos de los otros!
En el juego de la gallina —ese de tantas películas americanas donde dos jovencitos se lanzan en coches uno contra otro a ver quién desvía el volante primero— la estrategia ganadora clara, según la Teoría de Juegos, consiste en quitar el volante al vehículo y enseguida lanzarlo fuera ostensiblemente por la ventanilla para que el contrincante comprenda que ya tú no tienes otra opción que seguir derecho. Que sepa que vas en serio. Para Tabarnia sólo hay dos opciones: si se toma a sí misma en broma, pierde; si se toma en serio, gana. Y ganar aquí significaría, ya sea culminar el proyecto con la "independencia" de Tabarnia, o ya sea seguir territorialmente igual pero ahora con el castillo de naipes de los nacionalistas completamente por el suelo. "Si tú te puedes separar, nosotros también. Y si tú vas en serio, nosotros más". Sanseacabó.
¿Qué problema hay? En la España democrática ya se han dado cambios territoriales sin ningún contratiempo. En Francia, hace menos de 4 años, redujeron el número de regiones de 22 que eran en el continente, a las 13 que son ahora, y tampoco se acabó el mundo. Y ahí tenemos a Clístenes quien, queriendo introducir la isonomía en Atenas (la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley), modificó con mucho ingenio su estructura territorial en la idea de mermar radicalmente el poder de los distintos clanes aristocráticos locales, todos decididamente opuestos a la igualdad. Y a Aristóteles eso no le pareció un giro franquista, sino que, en cambio, lo consideró un gran hito democrático.
Ni lo uno ni lo otro, todo lo contrario. Francisco de Miranda dijo que fue Goethe en persona quien le explicó el ideal de una bandera cuya combinación "no falsee los colores primarios". Había detrás, por tanto, una intención ilustrada y científica, así fuese ingenua y primaria. No fueron las razones galantes con Catalina II de Rusia que quizás algunos hubiéramos preferido, pero en ningún caso la explicación premoderna y esencialista que tan íntimamente emparenta a todos los nacionalistas del mundo: entre tantos otros, a los de la Colombia de hace muchas y polvorientas décadas con los anacrónicos de hoy mismo en Cataluña.
Progresismo. Isonomía. Democracia. Leyes que amparan al débil. Ningún privilegio. Igualdad. Inclusión. Triunfo. Sí, la verdad es que sí: Tabarnia tiene un color especial.