He tenido que superar el cáncer sola por culpa del coronavirus
Todos quienes están combatiendo el cáncer durante esta pandemia, sean jóvenes o sean mayores, son superhéroes a mis ojos.
Mi primer diagnóstico de leucemia mieloide aguda llegó en marzo de 2018, cuando tenía 23 años. Siendo sincera, lo recuerdo como un borrón de principio a fin. Cuando me ingresaron en el hospital Queen Elizabeth, mi hemograma salió extremadamente bajo.
Recuerdo que el doctor entró a la habitación para hablar conmigo y con mi madre y, pese a que comprendía partes de lo que me estaba contando, no me sentí demasiado abrumada. Creo que no me creía del todo lo que me estaba diciendo.
Me llevaron al hospital el viernes por la tarde y el martes ya estaba con mi primera ronda de tratamiento. Sin el apoyo de mis padres, mi hermano y mi novio Ben, no habría sabido qué hacer. ¿Qué efectos secundarios sufriré? ¿Y si no funciona? Tenía estas y muchas más preguntas que necesitaba responder, pero no podía afrontar sola las respuestas. A menudo, las respuestas se desvanecían y me obsesionaba solo con una frase o una palabra, y rara vez me quedaba con lo positivo.
Fue ahí donde más noté el apoyo de mi gente. Mi madre sabía exactamente por dónde andaba mi cabeza, conocía mis dudas y las preguntaba por mí para que yo no tuviera que hacerlo. Escuchaba con atención y las anotaba, consciente de que algún día, cuando mi mente estuviera más centrada o menos vulnerable, me las tendría que contar.
En marzo de 2019, dos semanas antes del aniversario de mi primer diagnóstico, supe por una analítica rutinaria que había recaído. Había ido sola porque mi idea era entrar y salir enseguida, pero a los minutos de sacarme sangre, llegaron los resultados y llamaron al médico. Me sentí aterrorizada; solo necesitaba que alguien me diera un abrazo y me dijera que todo iba a salir bien. Me programaron enseguida una biopsia de médula ósea y así empezaron otros doce meses en el hospital, cuatro rondas de quimioterapia y un transplante de células madre. Antes siquiera de haber oído hablar del coronavirus, tuve que guardar cuarentena sin mis seres queridos durante mi recuperación.
En mi mente, el 2020 pintaba espectacular. Sin embargo, a los pocos meses del transplante, el mundo empezaba a hacerse a la idea de una pandemia que iba a alterar el funcionamiento de todos los centros sanitarios y a retrasar todas las citaciones médicas programadas. En mi caso, ya no pude traer a ningún acompañante durante mi tratamiento, que así se me hizo mucho más terrible que antes.
Si quería que alguien me “acompañara”, solo podía avisarle por teléfono cuando hubiéramos acabado, pero me parecía muy incómodo. Con las nuevas restricciones, cualquier visitante tenía que hacer fila para entrar al edificio y pasar varios controles. Lo más sencillo para todos era superar el tratamiento yo sola, avergonzada por sentir que necesitaba que mi madre me sujetara la mano. Si me estuvieran hablando de otra persona, probablemente pensaría que es una ridiculez necesitar que su madre le diera la mano a sus 25 años, sobre todo teniendo en cuenta que todos los que están en esa sala están en el mismo barco.
En agosto del año pasado se abrió la posibilidad de pasar consulta por videollamada, lo que me permitió tener a alguien a mi lado, y la verdad es que era un gran alivio que alguien más escuchara conmigo. También era un alivio poder hablar tranquilamente sin mascarillas de por medio. Parece una tontería, pero, a veces, recibir una sonrisa marca la diferencia.
Conforme el confinamiento y las restricciones se fueron alargando, pensaba a menudo en una amiga que había conocido en el hospital y cuyo cáncer había regresado al inicio de la pandemia. A ella también le dolía no tener a su familia con ella y le daba miedo el transplante de células madre. Tuvo que soportar cuatro rondas de tratamiento sin apenas contacto con sus padres. Cuando recibió su transplante, tuvo que permanecer completamente aislada, sin visitas. Estaba inmunosuprimida, apenas tenía energía y sufría ansiedad porque iba a estar con un nuevo equipo de médicos y enfermeros durante los próximos dos meses.
Al haberlo vivido en mis carnes y al comprender lo mucho que dependemos de las personas con las que compartimos habitación, ahora valoro lo afortunada que soy por tener una familia y unos amigos en los que apoyarme. Todo el mundo necesita apoyo cuando se siente vulnerable, independientemente del motivo y las circunstancias.
Todos quienes están combatiendo el cáncer durante esta pandemia, sean jóvenes o sean mayores, son superhéroes a mis ojos. La valentía que tienen que mostrar día tras día para lidiar con su enfermedad en plena pandemia es inspiradora, pero no tendrían que superarlo solos y solo me queda desear que empecemos a cambiar eso.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.